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Crítica de Cine

David Lynch en el diván

Eludiendo toda su carrera cinematográfica (apenas llegamos a la preparación de Cabeza borradora) para centrarse en la infancia, juventud y primeros pasos como aspirante a artista de quien sin duda es uno de los cineastas más importantes de nuestro tiempo, este documental se configura como una suerte de proceso psicoanalítico que revela, a través de la voz del propio Lynch, algunas de las claves de una obra que se fraguaba ya de manera rotunda, retorcida y poderosa en sus primeros trabajos pictóricos y que se ha seguido fraguando en una dedicación que el director de Missoula, Montana, no sólo no ha abandonado sino que ocupa buena parte de su tiempo lejos de los platós.

Es la voz (algo indolente) de Lynch, proyectada desde su estudio en las colinas de Hollywood, la que hilvana el pasado de iniciación y formación, sus días de infancia feliz junto a sus padres y hermanos, su paso por distintas ciudades, escuelas y hogares, y un presente volcado en la manufacturación literal de unos cuadros que se resisten a la bidimensionalidad para hacer emerger figuras siniestras y textos inquietantes o abismarse en agujeros negros más allá del lienzo.

La película nos permite verlo trabajar con una dedicación plena a su propio universo mental

Pintor bricoleur, creador de pesadillas y universos surreales, Lynch toca y moldea la pintura y la materia mientras su relato y sus anécdotas ponen orden en un material de archivo autobiográfico que nos habla de inseguridades, miedos, inadaptaciones y, sobre todo, de la búsqueda determinada de un lugar en esa vida del arte que sin duda parece el verdadero y único refugio posible para el responsable de obras maestras como Terciopelo azul, Twin Peaks, Carretera perdida, Mulholland Drive o Inland Empire.

David Lynch: The Art Life adopta a veces las formas de lo lynchiano, enturbiando esa mirada a la realidad bajo la que se esconde siempre un mundo extraño y fascinante, y busca establecer un correlato entre la poderosa imaginería de su pintura y ese autorretrato oral que tiene algo de fabulación libre de artista autoconsciente. Pero sobre todo nos ofrece la posibilidad de verlo trabajar en soledad, concentración y dedicación plena a su propio universo mental, un espacio al que hasta ahora sólo tenía acceso su pequeña hija Lula, compañera de mesa y experimentos con la materia moldeable de los juegos, los sueños y las pesadillas.

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