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La tribuna

Manuel J. Lombardo

Cine español

A propósito de las declaraciones de Fernando Trueba al recibir el Premio Nacional de Cinematografía.

COMPARTO la sospecha de que en sus controvertidas declaraciones al recibir el (devaluado) Premio Nacional de Cinematografía, donde afirmaba "no haberse sentido español ni cinco minutos en toda su vida", Fernando Trueba estaba mintiendo, o al menos expresando mal un legítimo sentimiento apátrida muy propio de los artistas y librepensadores, más aún en estos tiempos de "marca España" y de "¡yo soy español, español, español!".

Puede que el laureado cineasta, cabeza de una de las familias más poderosas, integradas e influyentes del cine español desde la Transición, estuviera otorgándose a sí mismo ese utópico pasaporte del autor total y sin fronteras, del creador con sensibilidad múltiple, capaz de admirar a un tiempo a Azcona, a Renoir, a Truffaut o al mismísimo Dios Billy Wilder, a la samba, el flamenco, la chanson o el bolero.

Lo cierto es que, incluso a su pesar, Trueba no sólo hace películas españolas por nacionalidad fiscal o social, sino españolas en fondo y forma (puro academicismo en su caso), en asuntos, modelos y tradiciones, en corrientes (siempre favorables) a un determinado estado de las cosas que incluye a la industria y sus tendencias, al poder político de turno (estar en contra de gobiernos de derechas también ha sido en su caso toda una forma de ser, estar… y esperar) y a las circunstancias internacionales que lo legitimen culturalmente como un producto genuino de nuestro país. ¿O no es acaso La niña de tus ojos, de la que ahora prepara una segunda parte, una reivindicación festiva de la españolidad y sus tópicos en el exilio?

El supuesto cosmopolitismo de Trueba, que lo ha llevado de la guerra (El año de las luces) a la urbe sociata de los ochenta (Opera prima, Sé infiel y no mires con quién), de una Cuba idealizada desde la animación (Chico y Rita) a las favelas brasileñas (El milagro de Candeal), de las pesadillas (El sueño del mono loco) al lujo hortera de Miami (Two Much), nace irremediablemente de las entrañas socioculturales de este país en los últimos 35 años, y no puede disimular su condición, arraigado en gestos y modos de hacer que, mal que le pesen, tienen más de aquí que de Portugal, por no ir más lejos.

Cuando Gila pedía conferencias telefónicas con el enemigo y que pararan la guerra para bajarse, por seguir con el desafortunado símil bélico empleado por Trueba, estaba haciendo humor negro comprensible en cualquier idioma, pero también profundamente español y concreto, sacando a la luz ese escudo de defensa que es el chiste para combatir los fantasmas de un país quebrado.

Lejos del ruido de los medios, nuestros historiadores tienen abierto últimamente un interesante debate sobre los rasgos distintivos del cine español. De una parte, autores como Zunzunegui sostienen que "la veta más rica, original y creativa del cine español tiene que ver con la manera en que determinados cineastas y películas heredan, asimilan, transforman y revitalizan toda una serie de formas estéticas propias (del realismo de Velázquez, el humor negro, los cartones para tapices de Goya, la literatura picaresca, el esperpento o la mística de la Edad de Oro) en las que se ha venido expresando históricamente la comunidad española".

De otra, autores como Benet niegan la mayor para hablar del cine español como fruto particular del "modernismo vernáculo", a saber, de "una modernidad que impone por su propia naturaleza una experiencia del tiempo, del espacio y de la cultura que se rige por la superación, mediante la síntesis, de barreras espaciales (nacionales) y temporales (tradiciones)".

Trueba, que se adelantó en esto a tantos otros cineastas españoles de hoy que se empeñan en borrar toda seña de identidad nacional, ha querido jugar siempre en ambas divisiones, según conviniera, siempre con viento a favor. En la del esencialismo cultural y en la de la posmodernidad del world cinema. En los Oscar tocó dar las gracias a Hollywood a través del gran director de Con faldas y a lo loco; en los Goya reconocer la influencia y el magisterio de Azcona; este pasado sábado tocaba sacar la bandera de la disidencia, dar la pataleta en público y agitar de nuevo el ego del artista que está por encima del poder (de este Gobierno concreto) y se abraza con las imágenes y la cultura del mundo para negar las propias. Como si ese mundo al que apela no tuviera también las formas más estandarizadas.

Ha llovido mucho desde que Trueba rodara su única y verdadera película libre, la más española y desconocida de las suyas, aquella Mientras el cuerpo aguante (1982) en la que al bueno de Chicho Sánchez Ferlosio le dolía España en la guitarra y en el alma. Precisamente.

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