Crítica de cine (SEFF 2017)

Cine de autor, domingo a la tarde

Iris Bry, quien saca más partido de 'Las gardiennes'.

Iris Bry, quien saca más partido de 'Las gardiennes'.

Habrá alrededor de cinco segundos de vida en Les gardiennes, uno cuando una niña bosteza mientras escucha cantar a Iris Bry, y los otros cuatro cuando el rabo de una vaca golpea inconsciente el rostro de Nathalie Baye, la matriarca del clan protagonista, mientras la ordeña. El resto, las más de dos horas no accidentadas, responde a lo que se esperaba de Beauvois una vez que la frescura y desconsideración de películas como Nord o N'oublie pas que tu vas mourir fuera canjeada, hace ya décadas, por las buenas maneras, los grandes relatos y la factura impecable. Beauvois, que fue y es uno de ellos, lleva tiempo regalando sus películas a los intérpretes, mimando a un gremio en secreto masoquista al que deja habitar con demasiada complacencia sus planos anchos y sinfónicamente cuidados (aquí cortesía de Legrand); tanto que terminan pasándoselo muchísimo mejor que el espectador.

Les gardiennes, que es como una versión azucarada y previsible de aquella cima, La maison des bois, de Pialat (también actor y come-actores), deja la Gran Guerra en off para tratar de sus consecuencias en un matriarcado desolado tras la partida de los hombres al frente y al que se incorpora una joven campesina, pronto centro de tensiones que desvelan una hipocresía fundante. El melodrama de la supervivencia de clase no va aquí de patatas, como en la Ocupación vodevilesca de Autant-Lara, pues se trata de remangarse sin piedad para el mantenimiento del orden, lo que permite que cierto eco documental (à la Rouquier/Perrault, por ser optimistas) asalte algunos planos y adquieran con ello rugosidad: las sencillas tareas del campo, los primeros coqueteos con la tecnología de la explotación... momentos explícita o implícitamente maquinales en los que el atrezzo y la belleza de caja de puzle se suspenden por unos instantes.

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