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Crítica 'Reina y patria'

Boorman se convierte en lo que critica

reina y patria. Drama, Reino Unido, 2014, 114 min. Dirección y guión: John Boorman. Fotografía: Seamus Deasy. Música: Stephen McKeon. Intérpretes: Callum Turner, Caleb Landry Jones, David Thewlis, Richard E. Grant, Tamsin Egerton, Vanessa Kirby.

A sus 83 años John Boorman debe entregarse a reflexiones melancólicas si repasa su filmografía. El prometedor realizador de A quemarropa (1967), Infierno en el Pacífico (1968) o Deliverance (1972) desarrolló una carrera descendente que incluye algunos de los títulos peor envejecidos de la historia del cine, como Zardoz (1974) o Excalibur (1981). Tampoco es que las tres primeras hayan envejecido muy bien, pero algo conservan la furia de su puesta en escena. Esperanza y gloria, tal vez su mejor película, abrió en 1987 un nuevo ciclo, más sereno. A él pertenecen las correctas pero poco ambiciosas Más allá de Rangún, El general o El sastre de Panamá; y las fallidas Un país en África y La cola del tigre. Reina y patria pertenece a lo más aseado de esta segunda etapa, superando sus dos últimos tropezones pero no alcanzando a Esperanza y gloria, de la que se propone como continuación.

El niño de Esperanza y gloria es un joven en la Inglaterra de los años 50 que se enfrenta, al ir saliendo de los sacrificios de la posguerra, a la traumática toma de conciencia del fin del imperio, el enfrentamiento entre generaciones, la pérdida de los antiguos referentes éticos y cívicos, y el nuevo mundo de la Guerra Fría que en esos años se entretiene con la guerra de Corea. El problema mayor de esta película no es que no alcance a su precedente (por lo que decepciona a quienes la vieron), ni que su corrección formal tenga un aire anticuado (cosa que algunos agradecemos en estos años de cámara con tembleque), sino que el anti-imperialismo y el anti-tradicionalismo británico de Boorman, su aversión a la buena y vieja Inglaterra, su crítica a la supuesta hipocresía y cortedad de miras de aquella sociedad que se hundía ante quienes miraban hacia atrás con ira y sin nostalgia, se ha quedado tan viejay anticuada como algunas de sus películas.

Es curioso que se esta película que trata del cambio de los tiempos, y de quienes se obstinan en no reconocerlos, se aferre a la superada y añeja crítica de los 60 y los 70 contra los valores de la Inglaterra tradicional. Más de medio siglo después los supuestos falsos valores criticados por los jóvenes airados y los del 68 se contemplan como portadores de más virtudes cívicas que defectos, mientras que la sociedad posterior no ha sido capaz de elaborar más que los no-valores del consumismo. Boorman, como los personajes negativos de esta película, parece ignorar estos cambios. Y le sucede lo mismo que a aquellos a los que tan duramente critica por permanecer anclados en valores obsoletos.

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