Crítica 'Tusk'

I Am the Walrus

Tusk. Thriller, EEUU, 2014, 101 min. Dirección y guión: Kevin Smith. Fotografía: James Laxton. Música: Christopher Drake. Intérpretes: Justin Long, Haley Joel Osment, Génesis Rodríguez, Michael Parks, Ralph Garman.

Un perturbado opera, mutila y deforma a un locutor imbécil para convertirlo en una morsa. Esto es Tusk, una película que debería poner el punto final a la sobrevalorada carrera de Kevin Smith, cosa que ya debían haber hecho bodrios como Dogma, Jersey Girl o Vaya par de polis que apenas son redimidos por algunas gamberradas más o menos atinadas como la antaño aclamada y aún hoy venerada Clerks o Red State. Poca cosa buena, mucha cosa mala. Mucha grosería, poco ingenio. Y en este caso, además, un delirio rodado rápido y con poco dinero, tal vez buscando la comparación con Roger Corman. Habrá a quien le interese: ni a los peores criminales les faltan abogados defensores, ni a las peores películas críticos que las justifiquen y ensalcen.

Tusk pretende ser voluntariamente grotesca, sin lograrlo más que involuntariamente. Pretende ser terrorífica, pero nunca asusta. Pretende ser divertida en plan transgresor y bestia, pero no divierte. Pretende ser un discurso sobre los géneros populares del cine, o un juego con ellos, pero no tiene ni la inteligencia de las películas autorreferenciales ni la brutal inocencia de las viejas malas películas de terror de los 60 y los 70.

Hay un tipo que tras un viaje entra en una mansión siniestra, en la que nunca debería haber entrado, que podría recordar a Jonathan Harker. Hay un tipo elegante y malísimo que podría haber recordado a Vincent Price. Hay una ciencia malvada que convierte a los seres humanos en bestias desdichadas que podría recordar a la isla del doctore Moreau. Hay un detective que encuentra un coche medio hundido en una ciénaga que podría recordar a Psicosis. Pero para que como cita, homenaje o parodia estos elementos fueran evocados con cariño, con gracia o con mala leche haría falta que Kevin Smith fuera un buen director. Y no lo es.

Correcto Michael Parks, el cantante y actor que empezó haciendo de Adán en La Biblia de John Huston para acabar en su madurez en la escudería de Tarantino. Justin Long está insoportable; y Johnny Depp con boina y postizos, de traca. Y lo peor, en cuanto a interpretaciones, es que la mutación más terrorífica no es la del imbécil locutor en morsa, sino la paquirrinización de un obeso Haley Joel Osment en el que es difícil reconocer al niño de El sexto sentido. Pavoroso.

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