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Laurel y rosas

Miguel Gilaranz y la casa cuartel de La Barrosa

Me dice Miguel Gilaranz: “Yo digo que estoy haciendo un esfuerzo para ver si consigo ser chiclanero, porque no es fácil ser chiclanero. Y a ver si con los años que llevo viviendo aquí y con esta novela lo consigo, porque ser chiclanero tampoco lo es cualquiera. A ver si ahora me conceden la nacionalidad chiclanera”. Gilaranz (Madrid, 1964) lleva más de quince años entre nosotros: “Yo vivo en Madrid, pero me casé con una gaditana y llevo 38 años viniendo a Cádiz. Hace alrededor de 15 años nos decidimos a comprar una vivienda aquí y a partir de ese momento, pues mi vinculación con Chiclana ha sido tremenda, por el grupo de amigos que tengo aquí y también familiares”. Ahora tiene además una novela que transcurre entre la playa de La Barrosa y el Parque Natural de los Alcornocales, pero que, como dice él mismo, es una “novela chiclanera”, que transcurre en los años cuarenta en la Loma del Puerco y que es un homenaje a la Benemérita. Su título es evidente: “Casa Cuartel de la Guardia Civil”.

“Yo llego hasta esta historia de la mano de un buen amigo, que es Agustín Lucena Butrón, que es un guardia civil ya retirado que de niño vivió en esa casa cuartel de la Guardia Civil de la torre del Puerco –explica Gilaranz–. En conversaciones que vamos teniendo a lo largo de estos años de amistad, pues me fue contando algunas anécdotas y algunas acciones que ocurrieron en esa casa cuartel. Entonces, un día lo vi claro y me decidí a escribir esta historia”. El escritor otorga a su personaje ese mismo nombre, Agustín Lucena, que aparece por primera vez en la novela “La fábrica de árboles”, publicada en una primera versión en 2012, pero que después rehace. “Ese fue el primer intento. Yo siempre escribo capítulos de mil palabras y, además, siempre novelas con dos historias paralelas. En ‘La fábrica de árboles’, una de esas historias paralelas era la de la casa cuartel. Pero una vez que madure la idea, decidí sacar la casa cuartel de aquella novela porque tenía suficiente entidad como para que tuviera vida propia”.

Y sí, la tiene. Gilaranz consigue transmitir aquello que sintió oyendo a Agustín Lucena, al amigo: “Me pareció apasionante porque lo que me contaba era realmente increíble, sobre todo las dificultades que tenían las familias para vivir allí, teniendo en cuenta que no tenían agua y no tenían luz, pero sin embargo todo lo que me contaba tenía un tono maravilloso, porque lo recordaba con los ojos de un niño cómo se vivía dentro del acuartelamiento y cómo veía a su padre hacer los servicios”. En la novela, el agente Agustín Lucena tiene un hijo, Santiago, de doce años, que duda en convertirse en “polilla” –es decir, en del colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro–, mientras tanto acude a diario, a pie, hasta Campano. El niño le otorga a Gilaranz la posibilidad de incluir en la ficción esa misma mirada infantil y maravillosa —pese a la dureza y el sacrificio— de aquella casa cuartel en los año 40. “Era una casa y un cuartel, hay parte del edificio, la mitad, que está dedicado a la función militar, por decirlo así, y otra a vivienda. Desde los ojos de ese niño, pues le di forma a una historia en la cual Agustín Lucena Butrón tiene que salir a cumplir una misión porque le han dado un chivatazo, por decirlo así, y tiene información de que el mayor contrabandista de la época, el Sevillita, va a transportar un cargamento muy valioso y decide salir a pie, él solo, hasta el parque natural de los Alcornocales para dar caza a este contrabandista. En paralelo, narro también la historia del hijo, que no sabe si quiere o no quiere seguir los pasos de su padre para ser Guardia Civil”.

Dentro del cuartel y fuera, en la inmensidad de la playa de La Barrosa vista desde la Loma del Puerco, un espacio que ha seducido al escrito, como se aprecia en la novela, autoeditada por el propio Gilaranz. “Es un sitio mágico. Además es una sensación que me ha comentado mucha gente, no sé si será por las puestas de sol que se ven desde allí, porque es una de las partes más altas de la playa La Barrosa, o si será por el enclave, pero es un sitio mágico, un sitio que te hipnotiza, un sitio muy especial –relata–. Y además la construcción del cuartel, que es casi como una domus romana, casi fortificada, le confiere al entorno, junto a la propia torre del Puerco, un escenario maravilloso”. Gilaranz ha querido presentar su novela allí mismo, en la casa cuartel, transformado este mismo verano en un elegante restaurante, el Cuartel del Mar. En ese edifico, abandonado hace más de cuarenta años, propiedad de la Demarcación de Costa y cedido al Ayuntamiento de Chiclana, volvió a entrar un tricornio, como dijo Jesús Núñez, coronel jefe de la Comandancia de Cádiz y notable historiador. “En nombre del Benemérito Instituto –le dijo el coronel a Gilaranz ese día, el 7 de julio–, te doy las gracias porque, con la que nos está cayendo últimamente, la verdad, que haya alguien que escriba con cariño, con sinceridad, con honestidad sobre lo que ha sido la vida de nuestros guardias civiles es de agradecer”.

Y también hay que agradecer a Gilaranz, un chiclanero más, sin duda, que preserve con tanta pasión una parte de la gran historia de la playa y de esa Loma del Puerco en la que confluyen episodios —también inolvidables– de nuestro pasado, y que antes de acoger un puesto de la Guardia Civil –este data, al menos, de 1903– fue cala de almadraba, escenario de la batalla de La Barrosa, oteadero de piratas berberiscos y asentamiento de pescadores desde época romana, por ejemplo. Un espacio privilegiado, aún hoy. Y sobre el que aún hay mucho que contar.

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