Crónicas del retornado

¡Secretos!

Si ya lo decía mi abuela: “secretitos al oído son de gente sin sentido, secretitos en reunión son de mala educación.” Pese a estas sabias reflexiones, mis primas Lali y Mamen practicaban ese reprobable hábito con mucha frecuencia, con resultados de mosquear a todo el resto de la pandilla, que no estaba en el ajo. Supongo que los secretos de mis primas debían de ser auténticas estupideces, pero mosquear, mosqueaban. Es que disponer de un secreto debe de procurar un placer inefable, tiene muchísimo morbo.

Además el secreto proporciona, dicen, una cuota de poder. Por ejemplo, los procesos de la Santa Inquisición o Santo Oficio eran secretos, de forma tal que el pobre individuo sujeto a uno de ellos podía tirarse años sin enterarse del motivo por el que lo tenían encadenado en una mazmorra o sujeto a unas torturas espeluznantes. Y no solo la Inquisición Española, porque instituciones de ese tipo las hubo en casi toda Europa, o a ver si Calvino era de Pamplona o qué. Pues no, era suizo, y eso de las manipulaciones secretas ha tenido que quedarse por la Confederación Helvética, aunque a nivel meramente bancario. Las cuentas opacas en ese democrático país funcionan para satisfacción de evasores fiscales de cualquier nacionalidad.

¿Y qué me dicen de las sociedades secretas? Ahora que a todo el mundo le ha dado por acordarse de Don Benito Pérez Galdós, recordemos con cuánta gracia las menciona en varios de sus Episodios Nacionales. A “Los Numantinos”, que eran unos pobres chavales bastante ingenuos, se refiere, creo recordar, en “las Evangélicos”; pero donde se emplea a fondo Don Benito es en “El Grande Oriente”. Dicen que la coña que se trae a cuenta de los masones y la masonería fue lo que le costó un posible premio Nobel, que acabó cayendo en las pecadoras manos de Echegaray.

Ahora la masonería es otra cosa, ya que prácticamente ha dejado de ser secreta, según he podido comprobar personalmente. Mandiles aparte, los masones que yo conozco no suelen ocultar su pertenencia a la sociedad, cosa que, en mi opinión, la hace perder encanto o morbo. En una ocasión coincidí en una mesa electoral con dos masones, uno de ellos interventor del PP, y el otro del PSOE, coincidencia que nos permitió combatir eficazmente el aburrimiento de ese tipo de jornadas. Charlamos amistosamente sobre las distintas obediencias masónicas y disfrutamos de las selectas viandas que aportaba uno de ellos, creo que era el del PP. A mi los ideales masónicos me parecen bien, pero lo de la parafernalia de símbolos y otras monsergas me parece prescindible.

Los agentes secretos son unos individuos que dan mucho de sí. “Anacleto, agente secreto” fue, para mi gusto, el mejor de ellos, gracias al enorme Vázquez. Los agentes secretos serios son un coñazo, y debe de haber muchísimos, a juzgar por el cine norteamericano actual: “Morgan es un agente de la CIA a punto de jubilarse…” A juzgar por ese tipo de películas, un elevado porcentaje de la población USA pertenece o ha pertenecido a la CIA o a la DEA. Por cierto, nada tiene que ver este género con novelas como “El Agente Secreto”, de Joseph Conrad, que es una cosa seria y divertida. No me mienten a James Bond, porque la criatura de Ian Fleming de secreto no tiene nada. Bond es un agente más bien estentóreo y escandaloso. Nada que ver con un sujeto lúgubre y siniestro, como el comisario Villarejo, quien, para nuestra desdicha, no es un personaje de ficción.

Pero los secretos más interesantes y llamativos son los llamados “secretos oficiales”. Precisamente hace un par de semanas fui entrevistado largamente por una cadena privada de televisión, que había descubierto no sé cómo que en mi etapa de senador había participado en la primera reforma de la franquista “Ley de Secretos Oficiales”. Efectivamente, a iniciativa del senador Martín Retortillo, nos topamos con aquel texto disparatado plagado de referencias, por ejemplo al “Movimiento Nacional”. La entrevista en cuestión fue finalmente ignorada por la dirección del programa y sólo se emitieron unos pocos segundos. Anécdota aparte, el hecho es que esa Ley permanece todavía pendiente de una reforma a fondo. Y eso que algunos Grupos Parlamentarios, como, por ejemplo, el PNV insisten en tomar el asunto en consideración.

Y, ¿por qué? Pues averígüelo Vargas, pero está claro en que hay mucha gente decidida a que no salgan a la luz determinados asuntos, probablemente no muy limpios del todo, que pueden perjudicar a personas e instituciones supongo que importantes. Y eso que nos pasamos la vida hablando a boca llena de trasparencia. Por poner un solo ejemplo, no estaría mal que nos enterásemos de una vez por todas de qué carajo sucedió el 23 de febrero de 1981. En especial del papel que desempeñó en esa fecha el Emérito fugitivo.

Para que nuestra perfecta Democracia se perfeccione un pelín más, creo que tendrá que prescindir de algunos secretillos.

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