Yo maté a Martínez Ares

Si no lo veo, no lo creo

  • La niña de mis ojos. La presión que soportamos en 'La milagrosa' fue la gota que colmó un vaso lleno de debates, cuestiones internas y personales l Tenía rabia y eso me hizo ilusionarme para competir

En una ocasión un componente del grupo hizo este comentario: "Somos los componentes que mejor nos llevamos en Cádiz, seguro". Yo, sin embargo lo negué: "Creo que no, creo que somos los que mejor nos soportamos". Y tampoco, porque estaba escrito que el final de nuestros días se acercaba peligrosamente. Fue en verano, en El Carpio, en Córdoba, durante una actuación cuando me di cuenta que habíamos tocado fondo. La presión que soportamos con 'La milagrosa' fue la gota que colmó un vaso lleno de debates, cuestiones internas, cuestiones muy personales y, sobre todo, la visión enfrentada de autor y director que a la postre fue lo que provocó el cataclismo. En el camino de vuelta, en el autobús, mientras todos dormían, yo me cuestionaba qué era lo mejor para nosotros y para mí. La postura más salomónica era tirar por la calle de en medio, es decir, descansamos un año, pero ¿y después?, ¿qué pasaría? No, ésa no era la solución, lo mejor era coger el toro por los cuernos, agarrar la tijera con mano firme y cortar aún a sabiendas del daño que iba a ocasionar. Si quería seguir, si quería volver a ilusionarme tenía que cambiar muchas cosas y, sobre todo, componentes. Aquel viaje fue traumático porque sabía que una vez que me bajara del autobús nunca más volveríamos a estar juntos.

No era la primera vez que Ángel Zubiela me comunicaba tajantemente que "éste es mi último año" y eso también llegó a hartarme. Una tarde, en la tienda, Ángel y yo quedamos para hablar sobre la comparsa. Los dos estábamos de acuerdo en que había que cambiar el grupo y de hecho ambos teníamos la misma lista de no convocados, la misma, a excepción de uno o dos, a lo sumo. El problema surgió cuando le dije que aprovechando que él no iba a salir cambiaría el grupo, y ahí empezó la odisea. Días más tarde, todos, incluidos los no convocados, ya tenían nuevo autor y un director que seguía con un grupo de amigos. Cada uno dirá lo que quiera sobre este tema, yo digo lo que viví y lo digo a grandes rasgos porque después de tantos años, francamente, no tengo ganas de recordar todo lo que ocurrió; fue horrible para todos, estoy seguro que también para ellos supuso un mal trago. El Carnaval, algo que nos había unido durante años había acabado con nosotros. Por eso y por otras muchas cosas desagradables dejé este circo.

Es cierto, tenía rabia, igual que ellos y eso me llevó a ilusionarme para competir de nuevo. Quedamos muy pocos, tan pocos que cabíamos en un sofá en casa de Miguel Ángel García Cossío. Allí empezamos a tirar de agenda y a llamar a todos los que se nos ocurrían por si querían salir con nosotros. Conseguimos crear un grupo que para mí fue el mejor de todos, lo siento, pero es lo que pienso. Trabajamos duro para enfrentarnos ya no sólo a una comparsa que venía avalada por el morbo sino a unos aficionados que no daban un duro por nosotros. La primera noche que cantamos en el Falla el camerino estaba vacío, pero todo cambió en cuanto se abrieron las cortinas y abrimos la boca. Sí, ese año volví a cantar con la comparsa y diseñé el disfraz de ciego, un tipo que tenía reservado para mi antiguo grupo. Entraron muchos nuevos, Miguel Chozas, Christian, volvió Ricardo, Sergio, Rafa Piñero, Pájaro, Francis, Bubu, Antoñito y Dani y de la nada empezamos a crear una comparsa. El local de ensayo se trasladó a La Lonja, la sastra fue Tere Torres y el maquillaje corrió a cargo de Piarlé, porque Paco Leal era tan amigo de unos y de otros que cerró su maletín de pinturas desde ese año. Para poder vestir a la comparsa tuve que pedir un préstamo personal poniendo como aval mi propia casa. Ahora, cuando lo pienso, me doy cuenta de las estupideces que he hecho en mi vida por los demás y cuánto poco bueno he hecho por mí y los míos, que son muy poquitos.

Fue tanta nuestra ceguera, la de unos y otros, que cuando rompimos del todo la cuerda no reparamos en El Piru, un hombre que se quedaba prácticamente sin familia y que no aguantó la separación. Se murió y el velatorio fue otro momento para no volver a recordar nunca más. Me acerqué para ver al Piru, que estaba de cuerpo presente, y me salí para no volver a cruzar palabra con ninguno de ellos. Hay quien me echó en cara que no le diera el pésame, ¿el pésame?, ¿acaso se dan el pésame los muertos entre sí? Maldito año el que nos tocó vivir, maldito sea el Carnaval que es capaz de pudrir la sangre de los hombres y llevarnos hasta la enfermedad y el paroxismo. Yo colgué un crespón negro en mi cayado en memoria de un hombre que me quiso como un hijo y al que yo abandoné por la mierda de un concurso que también saca lo peor de nosotros.

Para crear mi comparsa hablé con uno de los responsables de la ONCE en Cádiz, Mariano Poyatos, quien me descubrió paseando por las mañanas cómo veía un ciego la ciudad de mis amores. "Las calles son como un libro, tienen la forma de un libro, algunas están escritas y otras no dicen absolutamente nada, eso tienes que descubrirlo tú", me dijo. Genial. Incluso los olores eran esenciales para saber de qué lado venía el viento, si la marea bajaba o subía, si una mujer se acercaba o se alejaba. Impresionante. Para darle mayor énfasis fuimos ciegos al Falla, entiéndanme, con vendas, esa venda en los ojos que no te deja ver la realidad, y eso nos ayudó y mucho a conseguir el éxito. "Pobre de aquel, que aún mirando nada veý". Así iniciamos nuestro periplo por el Falla con una presentación terrible, llena de fuerza, con una música de pasodoble que contenía un final original y con letras arriesgadas, con cuplés graciosos y un estribillo que rescaté del cajón del olvido y un popurrit que arrancaba al público de la butaca.

Sí, ganamos un primer premio y lo celebramos como nunca en el Mentidero, en la peña de la chirigota del Love y compañía. Al día siguiente fuimos a la plaza de San Francisco en Sevilla y allí nos encontramos con 'Los condenaos'. Y allí estaba el segundo premio feliz, un grupo feliz con gente que no estaba convocada para salir en ese grupo, pero feliz. Yo con mi nuevo grupo vivía una segunda juventud que duró mucho menos de lo que esperaba. "¡Qué bien nos llevamos!", me acuerdo que me dijo un día uno de los nuevos componentes. Y otra vez me eché a temblar.

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