Doña Cuaresma

Ni típico ni genuino

CUANDO los fenicios llegaron a Cádiz, hace más de tres mil años, ya estaba Pepe Blas en el Ayuntamiento, Antonio de María presidía Horeca y a Pettenghi no le gustaban las alcaldesas rubias.

Con ocasión de aquel desembarco Fernando Santiago escribió un artículo diciendo que no le gustaban los fenicios, que no le gustaba que desembarcaran en Cádiz, que no le gustaba que no hubieran desembarcado en Tánger o en Algeciras -sitios más transfronterizos- que no le gustaba su artículo, y que no le gustaba que no le gustara nada.

Esto ha cambiado poco. Lo único nuevo es el Carnaval que solo ocupa cinco minutos en la historia de Cádiz. Nació en 1887 con el tango, creció en el franquismo con las fiestas típicas y llegó a lo de hoy con el invento de Paco Alba de la comparsa, el boom de los coros desde 1977 y la chirigota de los ochenta.

En estos cinco minutos de los tres mil años de esta tierra este Carnaval se ha comido al auténtico Carnaval de los bailes de disfraces, de la mascarada carnavalesca y de las batallas de flores en calle Nueva.

Con el paso del lavadero al local de ensayo el nuevo Carnaval de las coplas ha sido como esas plagas que crecen descontroladamente y destruyen el ecosistema: como las cotorras de la plaza Mina, las palomas, el cangrejo canadiense de las marismas, el picudo rojo o la cucaracha americana. ¡Llamad a Ecoplagas!

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