Cuesta de la murga

El talón del portero

EN mi época de la movida, sonaba Triana de fondo con una bella canción de un lago que te hacía tocar el cielo. Cada discoteca acogía a los distintos especímenes, bien por tribus urbanas o por edad. El Cortijo de los Rosales languidecía, dando sus últimos estertores y representaba lo viejo, una bocanada de alcanfor de Machines y guateques en vías de extinción. Otro refugio de puretas era El Canary -nombre sobreviviente aún en Radio Taxi- antes de ser Metropol. Los golfos bailaban en dos arquetípicos avernos: El Yadi y El Mini Taller. El primero, a pesar de su ubicación noble en el borde marítimo, conoció grandes "tragantás"; del segundo, Almodóvar hubiera hecho una magnífica película, a partir de aquel taller grasiento convertido en la discoteca más cutre del mundo, a la vera del, entonces peligroso, Guillén Moreno, Bronx gaditano. En el punto antipodal de estas últimas cavernas sulfurosas de alcohol y pecado se situaba Holiday, donde El Love, fiel a su sobrenombre bailaba Loves in the air. La Boite tenía unas encantadoras instalaciones y un fácil acceso. Las Pérgolas también; pero tenía al portero más duro que una discoteca haya conocido nunca: Pepe. Cuando Pepe, impertérrito, ponía los tickets delante de su barriga y se interponía entre tú y el "paraíso de las niñas", no había forma de convencerle que te dejara entrar. Pero nosotros -mis colegas y yo- descubrimos su talón de Aquiles: el cartón de Winston del muelle.

Colarse es un arte. Y colarse con arte es ya la esencia de la picaresca. Es la coba de por aquí y el teatro Falla ha dado magníficos catedráticos de gran colaera. Cuento una, verídica como la narrativa de Gandía.

Once de la noche. Mucho frío fuera. Semifinales. El portero del Falla deja bien claro por su mirada y tensa actitud de insobornabilidad que no está dispuesto a hacer concesiones. Alrededor de la puerta, cuatro, quizá cinco, uno de ellos mi protagonista. El Cádiz está jugando un partido de fútbol y está en ese momento en los minutos finales. El portero es cadista hasta las trancas y está nervioso; loco por saber cómo ha quedado el Cádiz. Mi amigo advierte su punto débil y astuto como un buen ariete se va corriendo al Ducal, vuelve a la puerta y como el que no quiere la cosa dice delante del riguroso:

-3-1 ha ganado; goles de Zafra y Palacios…

El portero, desarmado y contento, se rinde ante la cachita:

- ¡Anda, venga pa entro!

¡Arte puro! Mi amigo, catedrático de la ilustre válvula, rector magnífico del noble arte de trajinarse al de la puerta se llama Chico Rosado.

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