Bendición de dios

Al discípulo Aragón Becerra

SE está poniendo de moda esto de las memorias carnavalescas, pronto la salsa rosa del tomate invadirá nuestras vidas y los empresarios mediáticos se frotarán las manos, viendo como los carnavaleros se despellejan a lo Belén Esteban contando sus interioridades.

Nos enteraremos de las infidelidades del personal, y también de las de sus parientas, y ante la falta de buenos temas, escribiremos sobre las grandezas y las miserias de este colectivo que ya es hora de que haga examen de conciencia.

Las recuperaciones de repertorios de antaño, que en los últimos tiempos han visto la luz, gracias a las ayuda de organismos e instituciones, pasarán a un segundo plano para dar paso a la vida y milagros de los divos comparsistas, que, como todos saben, se la dan de artistas.

A mí, que este año me ha tocado ser periodista de La pensadora gaditana, me gustaría ante todo hacer un esfuerzo para dejar impresa esa estela de honradez que dejaron tantos y tan buenos plumillas de nuestros periódicos, en una ciudad como la nuestra, donde la prensa libre tuvo el acomodado preciso, para que los malos vientos de la opresión de la mentira y de la falsía, le hicieran el mínimo daño.

Intentaré hacer crítica sana y a modo de encaje recíproco, soportaré las que se hagan de mi obra o de mi persona. Incluso las que contengan el veneno de la mentira, aunque por testigo se pongan a mi amigo Aurelio del Real, gran músico donde los haya, y a su tío Antonio, tristemente ausente al que debo recordar por tantos y buenos ratitos.

No seré yo quien baje al reñidero de aquellos Gallos de pelea, porque mi forma de conducirme por la vida dista mucho del Dinio de turno. No seré yo quien se faje con quien quiera hacer de su vida un mercadillo. Pero sí seré quien defienda la integridad, la originalidad y la autoría de los repertorios que a lo largo de estos años he paseado con mejor o peor fortuna.

También seré, sin embargo, quien escoja a mis aprendices, y juro que, hasta la fecha, Aragón Becerra no se ha ganado ese honor, que queda reservado a los que Yo designe entre mis admirados.

Sólo recordarle al fabulador de tamaña falsedad, que siga recopilando episodios más verosímiles y recomendarle que si le ilusiona haberse contado entre mis discípulos y dicha aspiración colma sus pretensiones artísticas, sus anhelos carnavalescos, son y será para siempre una rémora en su trayectoria, por aquello de que ningún aprendiz superó a su maestro.

Suerte artista.

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