Pregón del Dios Momo en San Antonio

Sobrenatural Dios Momo

  • l periodista y escritor Juan José Téllez desencadenó un pregón paranomal que conectó, desde la voz de Juan Ochoa, con el espíritu del Carnaval, el flamenco y el periodismo.

Dios Momo renació anoche para volver a prender en las llamas del Carnaval más canalla, irónico y sobrenatural. Para enterrar a doña Cuaresma y avivar el fuego de don Carnal. Dios Momo, encarnado en la figura del periodista y escritor Juan José Téllez, desató así toda una serie de fenómenos paranormales sobre el tablao de San Antonio en un precioso pregón que se empapó de toda la esencia de la fiesta. De su historia, su cultura, su idiosincrasia y sus protagonistas. De sus músicos y artistas. Los que están y los que no. 

Una reaparición –tras un febrero de ausencia– la de este Momo “mitad demonio, mitad sátiro, mitad ninfo, que ni es rey, ni dios, simplemente grande”, decía Juan Ochoa, que condujo con su imponente voz la ceremonia más irreverente de cuantas se desatan en nuestra fiesta, ante la estampa de una escenografía donde no faltaba ni la imagen de la Catedral, ni de la camaleónica luna, ni de la sabiduría de los libros, ni la del sarcófago fenicio...

Idílico paisaje ante el que se abrió paso a su misteriosa presencia sobrecogida por la melodía de Soy un gnomo, con Javier Galiana al piano. Adaptó así con gran guasa gaditana el tema de la mítica serie animada.

(Un escritor de todo y momo,

O mejor, de momo en manteca,

Que aprendió más en la calle

Que en todas la bibliotecas.

Soy Cum Laude en cerrar bares

Matrícula en ocio y vicio...) 

Guasa, retranca, ironía dosificada en un pregón que, como expediente X en manos de Iker Jiménez, conectó con el pasado, porque ya desde la antigua Grecia, recordó, “se trataba del dios de la ironía y la mala leche. También era el dios de escritores y poetas”. Artistas del Cádiz, del de Macías Retes, el Quini, Chimenea o Fernando Quiñones, cuya Legionaria  la trajo del brazo Antonio Romera Chipi, “el alma de un santo poseída por un canalla”, dijo Téllez, antes de que interpretara este tema. 

Conexión a tiempos pasados de la comparsa, con el áurea de Paco Alba materializada en sus coplas y Paco Rosado como portavoz de esta gaditanísima ouija a modo de pasodoble que definía como “una obra maestra del sentimiento a la que él le puso nombre de comparsa”, no sin nombrar antes a los inmortales Pedro Romero o Enrique Villegas. Espíritus que Momo invocaba al “tres por cuatro para no olvidar lo que Cádiz fue”. Más allá de lo natural, en un momento mágico en que Antonio Martín, Antonio Martínez Ares y Jesús Bienvenido cantaron a capella esas coplas del ayer, pasodobles de Enrique Villegas -Que las piedras son duras-, y de Pedro Romero -La caracola-. A sus voces se sumaron las de las niñas de Chirigóticas y la fantasmagórica presencia de aquella diosa Moma Ana López Segovia, entonando El vaporcito del Puerto y otros temas y cuplés. “Que no tenemos pito, pero tenemos bombo”. Ratos de risas, en sus letras canallas.

Piano Man, que llamaron a Javier Galiana, interpretó jazz mientras Téllez continuaba su gaditanísimo pregón, con el que partió, departió y repasó todos sus rincones y barrios, sus creencias, sus leyendas y miserias.

(Érase Cádiz durmiente sin un príncipe, Cenicienta que ya no confía en las hadas.

Como muchacha perdida en el espejo, como un barco varado en su mentira)

Pero como Cádiz se hace coraza para frenar sus propias penas, también acudió anoche a sus flamencos, que se volvieron más carnavaleros que nunca en un abrazo por alegrías, bulerías y pasodobles de la mano de David Palomar, Anabel Rivera, Rosario Toledo, Carmen de la Jara y David Morales. Juntos marcaron un  buen rato de compás mientras el Gran Momo destapaba los grandes embustes de Ignacio Espeleta y de Pericón, la guasa sin trincar del Beni de Cádiz, al que no le gustaban los carnavales, y la gracia eterna de Chano Lobato, a quien le gustaban todas las máscaras que fueran capaces de romper el silencio”. Una ciudad de dos cantes, que insistía en alusión a las palabras de Javier Osuna, fusionando coplas de Camarón y la Perla, la Niña de los Peines y Pericón.

Exaltación flamenca por tanguillos incluidos, que no tuvo más remedio que homenajear a Mariana Cornejo en la enérgica y pontente actuación de Rosario Toledo. Con mucho arte.

Fue cuando Téllez comenzó a indagar en la gracia de Cádiz “como instinto de supervivencia”, y en la libertad que siempre abanderó esta ciudad, no exenta de autocensura.

(Regresó la Pepa y medio volvieron a abolirla. Con la democracia no siempre llegó la libertad. Y el Carnaval dejó las mordazas de la dictadura para ponerse a sí mismo la mordaza de la autocensura, con coplas que no molesten más de lo preciso, que de algo hay que vivir y en Cádiz hay que morir o hay que mamar).

Y para libertad la que pregonó aquella Habanera de Cádiz de Carlos Canos, con Pasión Vega como portavoz, en un aplaudido momento, que relevó su amigo Javier Ruibal con su tema Por malo que sea el ron.

Conexiones sobrenaturales que toman mayor dimensión, si cabe, cuando el Momo desgranó a los cuatro vientos sus ganas de cachondeo. 

(Lo tengo aquí bien escrito. Hoy mando yo y os ordeno alboroto y desenfreno o lo que os salga del pito. 

Que yo todo lo permito menos el aburrimiento).

Un manifiesto de sinceras intenciones que Juan José Téllez definió con su prosa cautivadora. “La fiesta eres tú, Cádiz, que no te engañen nunca. Ni Momo ni Moma, ni alcaldesa ni alcalde... Cádiz son cien mil Cádiz, uno por cada quien resida a un lado y a otro de las murallas”.

Cádiz está en los que la habitan y los que hicieron grande. No olvidó a nadie en numerosas referencias al más allá, como a las ‘Dos aguas’ de Paco de Lucía, en referencia a ese Cádiz que besa y que calla. De Torre Mirador y de Cueva María Moco. Un Cádiz al que imploró casi que no mirara al pasado si no es para tomar impulso. “Ojalá que algún día, el medio Cádiz que soy yo y el medio Cádiz que tú eres, sepamos unirlo en un Cádiz entero”.

 También homenajeó a nuestro compañero desaparecido, el periodista Emilio López Mompell, y a Jesús del Río, en las noticias más carnavalescas que presentaba otra compañera  de Diario de Cádiz, Tamara García, y el propio Téllez. Noticias de un telediario inventado, con grandes dosis de ironía, crítica y sentido del humor, como el propio Carnaval. 

Como el Carnaval de la calle, cuyo guiño que llegó en la persona de Felipe Benítez Reyes, “el guiri”, al que se le iba dando coba mareándole por las calles de Cádiz en busca de los Guatifó, a los que finalmente encontró en los cuplés de su chirigota. 

“Venga hombre, no me hagas peder el tiempo, que la gente se impacienta”, decía el Gran Momo a este guiri perdido, ante su extenso pregón. 

Un pregón que tocó a su fin en la misma hoguera que “las tarjetas black, las listas negras, los gobiernos que ponen precio a las enseñanzas, el tráfico de las esperanzas...” Fuego para este Dios Momo –en la figura situada  frente a la iglesia de San Antonio– en la que ardió. “Pero que el fuego de la fiesta no lo apague nadie”. Sobrenatural. 

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