Carnaval

Imposturitas

Cuando uno expresa su opinión en un artículo -o en una copla de carnaval- se busca tener razón. Pero tener razón tiene dos partes, la primera consiste en tener razón y la segunda es que te la den. Al fin y al cabo es tu opinión y no tiene porqué gustar a todos.

Así, yo puedo decir aquí y ahora que lo que escribe un determinado autor de carnaval me parece de una ridícula pretenciosidad envuelta en papel de colorines. Que es puro efectismo, espejitos de colores, bisutería barata. Antes escribían el carnaval hombres del pueblo, casi iletrados, pero hoy lo hace gente con estudios universitarios (aunque esto tampoco es decir mucho) y me parece indigno que desde una formación, que se supone elevada, el objetivo sea estimular el fanatismo de la juventud menos crítica y menos comprometida. Tener hooligans debe ser fácil.

Tan fácil como para que un adulto formado escriba versos para angangos quienes, en su anganguez, creen que son la máxima expresión de la lírica de todos los tiempos.

Y se puede buscar desesperadamente el escandalito y llamar la atención con pose de rebelde, pero no es más que pura apariencia, una pose, porque el que es rebelde de verdad, no forma parte del sistema. Y el sistema empieza y termina en el concurso del Falla. Por lo mismo, me parece que los gorgoritos de los octavillitas, la purpurina y las posturitas forzadas de cuatro guapos de plazoleta están reñidas con la rebeldía.

Por eso, cuando se vive cara al público y/o se pretende vivir de ello, es un ejercicio saludable aceptar las críticas. Porque, en efecto, el periodismo tendrá sus cosas, pero se puede vivir sin carnaval. Sin periodismo no.

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