Largando que es gerundio

Ilegales versus oficiales

NO puedo ocultar que el concurso me apasiona. Pero quien me conozca, sabe que la calle es mi casa en carnaval.

Esto viene a cuento por la moda de enfrentarlos. Por un lado algunos 'oficialistas', quizás celosos del auge que están tomando, critican abiertamente las agrupaciones callejeras. Borracho todo hace gracia. Morao todo es bueno. En el Falla serían abucheados.

Por otro lado -alentadas por un público incondicional- algunas ilegales también se creen la esencia del carnaval. Hablan de lo "puro", de lo auténtico como si sólo la innovación, la frescura o el ingenio estuviese en las ilegales.

Permítame que ponga un símil culinario. Imagine que va a una cena de navidad. Ha pagado sesenta euros. Lógicamente analiza cada detalle de la cena. Aperitivos, primer plato, segundo, postres, bebidas, amabilidad de los camareros, música, confort del local. La compara con las de otros años. Cara. Escasa. Gambas chungas. O todo bien.

Ahora imagine que está en la calle Zorrilla tomando una cervecita. Un amigo le ofrece una lonchita de mojama. O un puñaíto de camarones. O una gambita de su cucurucho. Umm, qué rica. Qué arte, quillo. Seguro que no se le ocurre pensar que la gamba era chica o la mojama la hubiera sustituido por una de jamón. Y muchísimo menos, se le ocurriría compararlo con la cena de navidad.

Y esa es la diferencia fundamental entre ambos carnavales. El baremo por el que se miden, el criterio con el que se valoran. El oficial se somete a unas reglas, es lógicamente competitivo, necesita tanto un mínimo de cantidad como de calidad, lo cual le obliga a superarse. A sorprender cada año. Y eso es bueno. La evolución de las agrupaciones oficiales es innegable. El listón está cada año más alto. Mejores letras, mejores músicas, mayor afinación, más ensayo, puestas en escenas espectaculares…

La calle en cambio tiene otro baremo de calidad. También se supera a sí mismo cada año. También hay agrupaciones buenísimas. Pero la exigencia es distinta. Se valora lo que te traigan. Una trae tres cuplés de órdago. Otra te ofrece una rumbita por la que te merece la pena tragarte los cuplés menos afortunados. Otra nada destacable, pero la poca vergüenza con que cantan te atrapa. Quizás otra, ni eso. La calle es libre, nadie le obliga a oírla. Pero otras -muchas de ellas-, te regalan un rato de risas que hace que te haya merecido la pena buscarlas durante horas.

De cómo diferenciar desde lejos una buena de otra mala, les hablaré otro día.

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