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Yo maté a Martínez Ares

Dame una silla que yo haré el resto

  • Sonri-sillas. El de payaso era un tipo tan absurdo, tan explotado que quizá ahí se escondía el reto l La tela y el tipo causaron un rifirrafe entre Ángel y yo y no nos hablamos hasta el primer día del concurso

Llegó el verano y con él nuestras interminables tardes en las olitas del Paseo Marítimo, frente al Canadá, donde éramos socios de honor. Todas las noches caían unas cuantas macetas de cerveza con sus correspondientes tarrinas de patatas con mayonesa. Los dos chicos del bar servían a los chavales, que éramos cientos, desde una ventana no pequeña sino ridícula. Años pasó ahí dentro esa pareja de camareros que nos adoptaron como si fuéramos de la familia. José Luis llegó una tarde al cuartel general de las olitas, desde donde veíamos los paseos de las niñas gaditanas con sus modelitos de verano, y me dijo: "Vente conmigo que tengo que hablarte de una cosa y de paso nos compramos un par de macetas de cerveza". Dicho y hecho, cruzamos la acera y ya con las consabidas prevenciones le escuché. "No me digas que no, tú escucha primero, y después, al final, dime qué piensas, pero no me digas nada y déjame hablar". Hay muy pocas personas que me conozcan realmente, tres si me apuran, y una de ellas es José Luis. Fue entonces cuando me lanzó el guante de sacar una comparsa con un tipo de payasos. Le dejé hablar y pronuncié un: "Lo pensaré". Ya en casa, fui madurando la idea y sí, podría ser, ¿por qué no? Era un tipo tan absurdo, entiéndanme, quise decir tan explotado, que quizás ahí se escondía el reto para el próximo concurso. Claro está, había que complicarlo porque de lo contrario sería un rotundo fracaso. Había que evitar crear el payaso de toda la vida y dar con un personaje entrañable y… al momento visualicé en mi mente al mítico payaso catalán Charlie Rivel y su inseparable silla. El concepto estaba claro: el Carnaval, el Falla, era nuestra carpa y el nombre tenía que hacer alusión a ese payaso en particular que daba tanta pena cuando nos reíamos de él, y de ahí nació el título 'Sonri-sillas'; pura metáfora, o al menos a mí me lo pareció. Lo del guión trajo cola, la gente decía ¿qué querrá decir? ¿qué querrá decir? ¡Por Dios, si era evidente!

Ese año el grupo cambió aunque ya se empezaba a formar una firme columna vertebral. Yo decidí no salir para dedicarle más tiempo a la comparsa y entraron tres guitarras nuevos, Sema, José Manuel y Antonio Jesús, un bombista, Santiago Pérez, primo del Carli, lo que ocasionó que éste dejara de ser esclavo del gordo instrumento y un tenor, Manuel Coronilla. El siguiente cambio fue la dirección del grupo que recayó en Ángel Zubiela, quien se lesionó en una pierna jugando al fútbol y estuvo a punto de salir escayolado en el Andalucía.

Mantuvimos el local de ensayo sin Mijita y con ruidos extraños en ocasiones; las noches de tormenta en esa casa eran dignas de Alejandro Amenábar. Tal como me prometí cambié mi manera de escribir, o mejor dicho, de expresarme y eso se lo dejé muy claro al grupo cuando llevé el primer pasodoble que empezaba con la frase: "Cádiz, la de alma de niña…" . El Chupa dejó la guitarra y pasó a ocupar un puesto en la primera fila como contralto y apoyando las voces de Pati y Fernandi; Carli, tímido donde los haya, poco a poco iba marcando su territorio con su particular timbre de voz. Ángel estaba muy agobiado por su lesión y yo me encargué de diseñar el tipo de la comparsa, realicé un boceto y compré, en principio, las telas de una chaqueta larguísima en color burdeos, si no recuerdo mal. Chari Delgado, hija del famoso chirigotero Eduardo Delgado, esposa de Carlos Brihuega y madre del Carli era nuestra sastra ¿se dice así, no? y empezó a trabajar en el tipo hasta que un día Ángel y otros componentes llegaron a su casa con otras telas, lo cual evidenció que la chaquetita burdeos me la iba a comer con patatas fritas. Aquello provocó un tremendo rifirafe entre Ángel y yo. Durante mucho tiempo ni nos hablamos, ensayábamos, pero no nos hablábamos, así hasta el primer día de concurso.

En el ánimo de todos planeaba la idea de montar una peña y después de muchas vueltas por el casco antiguo Rafael Velázquez encontró una a muy buen precio, de alquiler, claro. De todos modos la peña funcionó poco y mal, ni siquiera íbamos, siempre nos sobraba comida, nadie se quería hacer cargo de la barra y encima se nos inundó el local porque una noche se nos olvidó cerrar la llave de paso y de paso el grifo, una ruina, vamos. Así y todo, esa peña que estaba ubicada al lado del colegio San Felipe Neri nos sirvió para vestirnos los días de concurso. Yo seguía mudo con Ángel y me dio por disfrazar el bombo, me acuerdo que cuando me vieron coger una caja y tomarle medidas al instrumento le dijeron a Ángel. "¿qué está haciendo el loco éste?" y él contestó "dejadlo, lo mismo así se le pasa el mosqueo". Terminé la obra y se la coloqué al bombo, el resultado fue un bombo cuadrado. Estoy convencido que a nadie le gustaba aquello pero me dieron cuartelillo como diciendo: "Venga va, ya pasó, te dejamos que saques un bombo cuadrado". 'Sonri-sillas' no llegó a la final pero fue, sin duda, la agrupación que mejores recuerdos nos dejó a todos. Al término de la primera actuación, componentes de 'Los soldaditos', que ese año salían con 'De ida y vuelta' nos felicitaron y nos dijeron que nos habíamos adelantado a nuestro tiempo. ¡Sí, me había quitado la espinita gatuna del año anterior! Ese fue mi mejor premio. La presentación impactó más que nunca, los pasodobles convencían más que siempre, los cuplés empezaban a tener gracia y daban paso a un estribillo romántico y surrealista y el popurrí era alocado, divertido, triste, dinámico, con coreografía diseñada para bailar de un lado a otro las sillas que transportábamos en la espalda como si fuera una mochila. Como broche final el popurrí estallaba con la mítica canción Video killed the radio star, que grabara el grupo británico The Buggles en 1981.

Otra cosa, en la chaqueta, no la burdeos, la azul, a la altura del corazón llevábamos la típica flor de payaso que lanzaba agua. ¡Pero había más! Dejadas de caer en las orejas ocultábamos dos pequeños tubos que también salpicaban agua cuando queríamos aparentar que estábamos llorando, además de un reloj precioso y enorme y unos zapatones maravillosos. Todo eso nos los hizo Ángel, no el Zubiela, otro, un sibarita de la decoración y el buen gusto. En la espalda, además de la silla, había un laberinto de tubos que terminaban en dos perillas que accionábamos con las manos, la derecha era para el agua del corazón, la de la izquierda para los ojos. Y otra vez para El Puerto de Santa María, y otra vez el primer premio, qué pesadez. El verano fue muy intenso y compartíamos función con todos los grandes grupos del momento. Poco a poco nos hacíamos un hueco en la fiesta gaditana pero lo importante es que nosotros éramos felices, muy felices, lo que no fuimos muchos años después.

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