Cádiz | albacete · Vicente Sánchez Costa

Y la épica volvió a Carranza con una remontada espectacular

Hacía mucho tiempo que el Carranza no vivía una tarde así, partidos de cuarto de hora final donde la agonía se escapa por la boca de los aficionados empujando un balón que parece que no quiere entrar y parando las agujas de un reloj que corren más que giran. Sensaciones encontradas en un carrusel de sentimientos que pasan y cambian sin que nos demos cuenta: de la esperanza y ansia inicial se pasa pronto, merced a un buen Enrique y a la cabeza de Toedtli, a la tranquilidad del que cree que está todo hecho, de ahí a la paciencia, de esperar a ver qué pasa, pero con cierta intranquilidad, con el "verás que al final llueve". Y llovió.

El descanso parecía un antes y un después, y el agua que mojó a los animosos niños de la escuela de fútbol parecía un mensaje para los más agoreros… mira que si nos empatan… de esa impaciencia se pasó al desasosiego, a las manos a la cabeza, al resoplar y rechinar de dientes, al "ya lo sabía"… mira que si nos ganan. Ahí estaba Antonio Hidalgo para recordarnos a todos que siempre llueve de más en casa del pobre y cargar a nuestra ya sufrida afición la indignación a sus espaldas, y de ahí a sus bocas en forma de grito unánime del que se ve ya desesperado, acorralado por una tercera categoría del fútbol español donde nadie quiere volver, y más todavía cuando Callejón encuentra, como si quisiera renegar de su apellido, toda una autopista para batir de forma tranquila a un Casilla que, como el resto del equipo, parecía entregado.

De la desesperación a la rabia, de unos y otros, de propios y extraños, de los que están comprometidos y de los que lo están menos, en definitiva de todo un estadio que miraba y buscaba en el palco la solución, cuando no se encontraba precisamente ahí, sino que estaba abajo, y así lo quisieron demostrar los jugadores con un "toca arrebato", que en Cádiz quiere decir algo así como "esto es Cádiz y aquí hay que empujar".

Vuelta a la esperanza, pero con la fe casi perdida y un murmullo continuo desde la grada en forma de llamada al que sea para que baje, venga y lo arregle. Y ese alguien, de momento, parecía que se llamaba Tarantino, que en el minuto 65 decide que ya ha jugado bastante, que esta noche dan los Oscar y que igual le cae alguno. Vámonos para el vestuario, minuto 70 y ahora sí, ahora le toca a los jugadores, que los sentimientos han cambiado y ahora se llama ilusión, la de siempre, la que ha hecho que este equipo sea uno de los más reconocidos en España.

Tristán primero, Enrique después, Fragoso para terminar y una afición para rematar una tarde de contrastes, de mirar abajo por no saber donde hacerlo, de gritar por no llorar, para acabar mirando al frente, agitando una bufanda, riendo con el de al lado, sabiendo que el Albacete no es el Manchester, pero que se ha ganado más que un partido. Hemos vencido a la fatalidad, a la desgracia y a la mala suerte. Ojalá sirva de punto de inflexión de un equipo que debe mirar hacía arriba y de un club que debe saborear un futuro apetecible, celebrando el centenario y disfrutando de un estadio nuevo. Que sea en segunda.

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