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Del desahucio a la esperanza

  • Los catalanes se han pasado media Liga de colistas hasta que la llegada de Merino al banquillo transformó a un equipo que lucha por la salvación

Ortuño, rodeado por Suzuki y Madinda en una acción del partido de la primera vuelta entre el Nástic y el Cádiz, disputado en Tarragona.

Ortuño, rodeado por Suzuki y Madinda en una acción del partido de la primera vuelta entre el Nástic y el Cádiz, disputado en Tarragona. / lof

El Nástic de Tarragona sufre esta temporada el vértigo de una escuadra que el curso anterior brilló con luz propia hasta el extremo de pujar por el ascenso -quedó tercera con nada menos que 71 puntos- y en el actual ejercicio apenas dispone de un respiro en su desesperada batalla para intentar librarse de las crueles garras del descenso.

El conjunto rojillo despliega un recorrido a lo largo de la temporada diferenciado claramente en dos partes. Una primera de auténtico desastre, hundido en la clasificación como colista casi perenne y firme candidato al descenso a las catacumbas de la división de bronce. Y una segunda en la que ofrece números de equipo solvente que logró escapar de esa pegajosa última posición y ahora pelea de lleno por una permanencia que hace tres meses parecía un hito imposible. Ha ido de menos a más.

El giro radical de un estado a otro obedeció al relevo en el banquillo en una de esas pocas veces en la que el cambió de entrenador sí era la solución. Vicente Moreno, que había sacado al cuadro catalán de la Segunda B y lo había guiado a hasta la fase de ascenso a Primera en su retorno a la categoría de plata, acusó el desgaste en el vestuario en la primera vuelta de la temporada 2016/17 hasta que presentó su dimisión tras la 19ª jornada -al filo del ecuador del campeonato- arrastrado por una nefasta dinámica de resultados. Tomó el testigo Juan Merino, un técnico especialista en hacerse con las riendas de equipos en situaciones delicadas y llevarlos hacia arriba, como ya demostró en su día en como inquilino del Betis.

El linense cogió al Nástic sumergido en un estado depresivo y no tardó en ejercer de revulsivo. Cuando se sentó en el banquillo el equipo mediterráneo sólo llevaba 16 puntos de los 57 que había disputado (un escaso 28 por ciento) y ahora presenta una tarjeta de 41 fruto de los 25 embolsados en los 17 encuentros (un 50 por ciento) dirigidos por el nuevo preparador.

Merino llegó con la mente despejadas y las ideas claras y además contó con el apoyo de la plantilla. Ha dotado al Nástic de una consistencia que a día de hoy le convierte en uno de los adversarios más difíciles de superar. Suele alternar sistemas de juego. Como visitante emplea de modo habitual un 5-3-2 para fortalecer la defensa. En casa recurre al 4-2-3-1 y también tira del 4-4-2 o el 4-3-3.

El rival del Cádiz en el capítulo 37º lleva cinco encuentros consecutivos sin perder fuera de casa y para dar con su última derrota a domicilio hay que remontarse tres meses atrás, cuando cayó (2-1) en la visita al campo del intratable Levante.

Después de haber luchado por subir a Primera hace menos de un año, el Nástic soñaba con una nueva intentona pero ha tenido que reciclar su objetivo y adaptarse a la dura contienda en la zona trasera de la tabla. Acuciado por la necesidad de sumar puntos, no sería extraño ver esta tarde sobre el césped del Ramón Carranza un Nástic con afán de presionar arriba en busca de la posesión del balón.

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