Cádiz CF

El ascenso del Cádiz CF: Cervera y el triunfo de lo práctico

  • El entrenador ha plasmado hasta las últimas consecuencias la idea de la eficacia por encima de la estética

Álvaro Cervera, feliz en la celebración del ascenso del Cádiz a Primera División.

Álvaro Cervera, feliz en la celebración del ascenso del Cádiz a Primera División. / Julio González

“Cervera es el artífice de esto”. Quien habla emocionado es Lolo Bocardo minutos después de la confirmación de que el Cádiz CF ya pertenece a Primera División. El entrenador de porteros está loco de alegría por el ascenso del equipo de su tierra y además por ser parte activa al aportar su grano de arena en el quehacer diario. Y da el nombre de la persona considerada por muchos como clave del resurgir del equipo.

No hace falta explicar, porque es de sobra conocido, dónde estaba el conjunto amarillo cuando Álvaro Cervera aterrizó como solución de emergencia allá en abril de 2016. Desde su llegada al banquillo, el equipo sólo ha ido hacia arriba huyendo del pasado reciente más oscuro, en permanente búsqueda de un futuro mejor hasta llegar al presente soñado por todo el universo cadista. Cuatro años de ardua labor, con momentos complicados, al borde del despido, culminados con una hazaña.

Trabajador incansable, el ascenso a Primera es un triunfo colectivo pero también el éxito personal de un entrenador fiel a una idea de juego que exprime al límite, consciente de que la estética queda solapada por la practicidad en beneficio del resultado, que no admite discusión. Dos ascensos y tres años en las alturas entre un salto de categoría y otro. Hasta sus más críticos se rinden a la evidencia.

Mantener la portería a cero, aburrir al contrario, cerrar espacios, correr hasta no poder más, máxima disciplina táctica, aprovechamiento de las transiciones, administración de la ventaja, da igual la posesión del balón, control del tempo del partido sin tener el esférico, batallar hasta el último suspiro (cuántos goles ha marcado el equipo poco antes del pitido final)…

Todo eso y mucho más propone y exige Cervera a su batallón, que con precisión ejecuta el plan sobre el terreno de juego hasta alcanzar la gloria. Él está convencido de lo que hace y sus jugadores creen en él a pie juntillas. Cervera ha hecho al Cádiz no superior a sus rivales, pero sí mejor en la ejecución de un sistema eficiente.

La eficacia está por encima de la belleza. Está más que asumido. La no comisión de errores y la extracción del máximo jugo del fallo de los otros. Lo importante es ganar y ese es el camino bajo el paraguas del esfuerzo físico y el compromiso común. No hay nombres sino hombres, con la meritocracia como parámetro inapelable. Cervera en estado puro. Juega el que se lo merece en el presente sin tener en cuenta el mayor o menor lustre en el pasado.

El técnico es el propulsor del archifamoso lema ‘La Lucha No Se Negocia’ que pasó de ser un mero eslogan de ingredientes motivadores estampado en una camiseta al potente motor en el día a día que hizo posible transformar el sueño en realidad. La consigna sigue vigente. Ahora más que nunca ante lo que se viene encima.

Cervera rompe su techo como entrenador. Atesora tres subidas a División Segunda A (con el Castellón, el Tenerife y el Cádiz) y el de ahora supone su primer ascenso a la élite, categoría que paladeó largamente durante su etapa como futbolista y a la que regresa como técnico en forma de desafío tras un breve y poco agradable paso por el Racing de Santander, al que no consiguió librar del descenso en los 13 partidos que dirigió en la temporada 2011/12.

Él ha guiado al equipo a su regreso a la Liga de las estrellas mientras crece como entrenador y hace crecer al Cádiz. Una simbiosis perfecta de la que los dos salen vencedores.

Empapado de la idiosincrasia de la tierra, Cervera es un gaditano más aunque no tenga el atrevimiento de decirlo. Y además asume con naturalidad el sobrenombre, El Gafa, en una tierra en la que los motes están a la orden del día. Ha tenido la vista de llevar al equipo a Primera.

Es feliz en Cádiz y en el Cádiz ha encontrado una estabilidad imposible en el complejo mundo de los banquillos. Lleva cinco temporadas y le quedan las cuatro que ha renovado. Ahí está pese a sus diferencias con el presidente, Manuel Vizcaíno, y su relación casi nula con el director deportivo, Óscar Arias.

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