Cádiz CF

Normalidad en la derrota

  • El primer revés de la temporada no altera la tranquilidad de un equipo que no pierde las señales de solidez aunque debe corregir errores para crecer en las próximas citas

Salvi avanza con el balón durante el encuentro contra el Oviedo disputado el pasado domingo.

Salvi avanza con el balón durante el encuentro contra el Oviedo disputado el pasado domingo. / lof

Si el liderato era una anécdota hace una semana, abandonar el primer puesto no tiene la más mínima importancia ni en la quinta jornada de Liga ni en la última porque el Cádiz no está fabricado para ocupar el trono a priori ni ese es su objetivo. Otra cuestión es que consiga apilar sobrados merecimientos para lucir la corona de una categoría complicadísima. Paladear el dulce sabor que supone pisar la cima no deja de ser un lujo en los coletazos iniciales de un campeonato que se hace eterno, con nada menos que 22 clubes y 42 jornadas. Pero esa no es la realidad de un equipo amarillo que el pasado domingo alargaba en el estadio Carlos Tartiere la sombra de la maldición en sus recientes duelos con el Real Oviedo. En Asturias sufrió su primera derrota en el sexto partido del curso -cinco de Liga y uno de la Copa del Rey-, un tropezón que se circunscribe a los parámetros de la normalidad. Perder es una parte más del juego y más aún en el campo de uno de los rivales que peor se le da a los amarillos. A estas alturas no hace falta explicar los motivos.

La derrota humaniza a un equipo que parecía intratable pero que no es invencible, como no lo son el resto de sus contrincantes, incluido el Alcorcón, el único que aún no ha perdido has ta la fecha pero que acabará cayendo tarde o temprano como los demás.

Las derrotas son útiles para sacar conclusiones que pueden servir para mejorar a corto, medio y largo plazo. Sin pasar por alto que el Cádiz compareció en el Principado con nueve bajas -incluida la de David Barral, presente en el Tartiere pero castigado por el entrenador por un acto de indisciplina-, el 1-0 en contra ofrece una doble lectura. La menos buena es que, más allá del revés, un fallo puntual condenó a los gaditanos a regresar de vacío, una situación parecida a la de numerosos partidos de la recta final del ejercicio 2016/17. Servando, que está firmando un excelente arranque de curso, se mostró sobrio en el Tartiere pero un error de cálculo a la hora de tirar el fuera de juego habilitó a Toché para que éste, solo delante de Cifuentes, marcarse a placer el único tanto del encuentro. Fueron décimas de segundo. Fueron unos pocos centímetros, suficientes para cambiar el rumbo del partido.

El error, que también forma parte del juego, no empaña el notable rendimiento del capitán, comprometido al cien por cien con la causa cadista. Ese es el fallo que queda en la retina porque resultó determinante pero la derrota es achacable a todo el equipo. Todos ganan y todos pierden en una plantilla en la que van todos a una. El Cádiz no estuvo acertado en general entre otros aspectos porque pecó de conservadurismo, quizás no con intención de cerrarse con tanto descaro sino más bien acorralado por un adversario más atrevido, empujado por su condición de local.

La sensación que desprendieron los de Cervera fue la de agarrarse sin más al empate sin goles, como el Nástic de Tarragona en su visita al Ramón de Carranza. Y cuando uno se juega todas sus cartas al empate, el riesgo de derrota es evidente.

Cuando los andaluces se vieron por debajo en el marcador mostraron pocos recursos ofensivos más allá de las peligrosas internadas de Salvi, un factor diferencial cn su desborde. No funcionó el ataque y la solución no llegó con los cambios. La consecuencia, un varapalo que, sin embargo, no desvía la trayectoria positiva de un equipo que, pese a todo, plantó cara y vendió cara una derrota para la que adquirió papeletas, aunque una igualada tampoco hubiese extrañado a nadie.

El equilibrio imperante en Segunda División A provoca que cualquier detalle incline la balanza hacia un lado u otro. A veces cae del lado del Cádiz y otras en la parte del rival. Esa será la tónica general del torneo de la regularidad.

Uno de los pecados del conjunto amarillo en territorio asturiano fue la falta de remate. Colocó el balón en dirección a la portería contraria apenas en un par de ocasiones en la segunda parte -en la primera no llegó a tirar a puerta- sin poner en verdaderas dificultades al cancerbero carbayón. Renunció al esférico de manera descarada y no fue capaz de organizar contragolpes en condiciones hasta el extremo de jugar el peor partido en lo que va de temporada. No siempre salen bien los planes, y menos cuando faltan jugadores de peso como Álvaro García y David Barral, además de la ausencia de otros delanteros como Dani Romera y Rubén Cruz. El único ariete en activo en el Tartiere fue el espigado Carrillo, batallador hasta la extenuación aunque sin suerte, demasiado solo y siempre rodeado de defensas.

El Cádiz perdió pero no se lo puso nada fácil al adversario. Incluso en su actuación más floja enredó a su rival, que marcó un gol y gracias. Los amarillos funcionaron una vez más como un bloque y dieron la cara hasta el final. Acusaron tantas bajas y ahora, con calma, miran al frente con el desee de retomar la senda ganadora el próximo domingo en casa contra el Numancia. El sorprendente líder medirá la temperatura de un Cádiz que buscará la reacción inmediata que haga olvidar una derrota que no varía un ápice el plan. Quedan 37 jornadas por delante -hasta junjio de 2018- y 40 puntos para amarrar la permanencia antes de pensar en un objetivo más ambicioso.

El primer revés no es tan preocupante como el cúmulo de problemas médicos que afecta a la plantilla. El Cádiz todavía no ha podido desplegar todo su potencial limitado por tantas bajas y quedan algunas semanas para que al menos la inmensa mayoría de los jugadores estén disponibles para competir si no surgen más contratiempos en los próximos días.

Mientras, la derrota se cuela por una rendija, la de los errores aislados, carne habitual en los partidos y vía por la que se facturan la mayor parte de los goles.

Minimizar al máximo el porcentaje de fallos es el reto prioritario porque al final el éxito lo saborearán los que menos errores cometan.

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