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Ambición sin presión

  • El equipo amarillo se prepara para el reto del ascenso sin obligaciones pero con las máximas aspiraciones

Carpio y Garrido se abrazan en la celebración de una victoria del Cádiz.

Carpio y Garrido se abrazan en la celebración de una victoria del Cádiz. / josé martínez

El Cádiz cumplió con creces todos los objetivos que se había marcado en su visita al Girona, la que terminó de edificar el estimulante devenir de la recta final de temporada. Llegó a la cifra mágica de los 50 puntos, con los que dio por amarrada la permanencia -aunque algunos equipos, pocos, han llegado a descender con esa cantidad, entre ellos el propio conjunto amarillo en 2010- y asestó un estruendoso golpe sobre la mesa con una victoria donde nadie había conseguido vencer hasta ahora. Ganar en el campo del segundo, con una graderío lleno hasta la bandera, le coloca como claro candidato como mínimo a disputar la fase de ascenso. Así está considerado por el resto de los rivales aún con más motivos después de un triunfo épico, condimentado con altas dosis de sufrimiento. El Cádiz golpea con tanta fuerza la puerta del ascenso que ni en la propia entidad, en la que la prudencia reina con mano de hierro, ocultan que ese es el nuevo reto sobrevenido. Un reto para disfrutarlo, sin obligaciones pero con las máximas y legítimas aspiraciones una vez que se ha labrado una posición de privilegio.

El paso al frente, el que conlleva quitarse la careta -como dijo Álvaro Cervera en caso de triunfo en Gerona-, coincide con el Día Internacional de la Felicidad que ayer se celebraba en el planeta con epicentro en el universo cadista, alegre en su carpe diem.

Si todavía quedaba alguna duda sobre las capacidades del Cádiz para poder pelear por una misión de mucha mayor enjundia de la que se había planteado en la campaña del retorno a la categoría de plata, su exitoso recorrido en Montilivi disipa cualquier tentación de recelo. Salir por la puerta grande del estadio de uno de los adversarios más fuertes de la categoría -había ganado los ocho últimos encuentros disputados en su feudo- no hace sino confirmar la absoluta disposición de los gaditanos a encaramarse en la fila delantera de la batalla por el ascenso. Se lo han ganado por méritos propios. Nadie les ha regalado nada y ahora, con la tranquilidad y la satisfacción que supone la tarea finiquitada del medio centenar de puntos, se cierra una etapa de la temporada y se abre otra con una autopista que dispone de triple salida. Una, la de la continuidad garantizada en Segunda División A, un logro ya atado que no hay que desmerecer pese a la aparente facilidad con la que ha renovado su estancia. Otra, la de la clasificación para el play-off, una opción que a priori se atisba como la más ajustada a la lógica tal y como va la competición a día de hoy. La tercera, la del ascenso directo, la más complicada y lejana, aunque no imposible. El resplandor que irradia el Cádiz es toda una invitación a imaginar una gesta ya vivida en otras épocas de esplendor. Soñar es gratis, y más cuando nada hay que perder. Paso a paso. Si la épica irrumpe, bienvenida sea. Si no, no haya nada que reprochar.

Lo colectivo por encima de lo individual

La escuadra entrenada por Álvaro Cervera termina su Liga, la de la salvación, y empieza otra de 12 jornadas liberado de la presión pero con infinitas toneladas de ambición que cabe en un vestuario con hambre de éxitos en lo colectivo y en lo individual. Si el Cádiz ha convertido en realidad su primer objetivo con tanta antelación es por el elevado grado de compromiso de una plantilla que siempre transita por la senda de la humildad. Un plantel diseñado por Quique Pina y Juan Carlos Cordero, y conducido por Cervera, que nunca se ha desviado de ese camino que le ha llevado hasta aquí. Ningún jugador está por encima de los demás y cuando todos reman en la misma dirección los resultados aparecen si además hay aptitud. Parece una perogrullada que no está de más recordar si se observa el estado de alarma en el que malviven otros conjuntos.

Basta con echar un vistazo a la parte baja de la tabla para comprobar que equipos de mucho en teoría de mayor potencial que el amarillo, como Rayo Vallecano, Mallorca, Almería o el mismísimo Real Zaragoza las pasan canutas para tratar de esquivar la caída al abismo, arrastrados por cambios de entrenador, enfado de la afición, ansiedad por la delicada situación... El Cádiz no se mezcla en esa turbia contienda a la que sí se vio abocado en sus dos anteriores cursos en Segunda A (2007/08 y 2009/10) en los que se estrelló contra la división de bronce. No es sencillo mantenerse aunque este equipo, en 2017, haga fácil lo difícil.

El Cádiz sonríe de oreja a oreja gracias a un feliz presente y un esperanzador futuro a corto plazo. Se dispone a luchar por todo y todo lo que logre a partir de ahora será una recompensa añadida a una temporada que, cualquiera que sea el desenlace, acabará con una nota alta. Empieza una mini liga de una docena de partidos en la que Cervera podrá recurrir a cualquier dibujo táctico que se le antoje después del magnífico resultado que dio el arriesgado 5-3-2 que desplegó en Montilivi. ¿Quién se atreve a cuestionar al técnico que rescató al equipo de la abulia de la Segunda B, lo subió a Segunda A, asegura la permanencia tres meses antes del final del torneo y lo mete en la pugna por el ascenso a Primera?

El míster decidió que era la hora de hacer algo distinto y experimentó en Gerona con un sistema que no había aplicado desde que es inquilino del banquillo cadista y le salió redondo pese al excesivo sufrimiento a lo largo de toda la segunda mitad. El Cádiz es capaz de ganar también sin relucir su seña de identidad, que es la velocidad por las bandas, ausente en la comunidad autónoma catalana el pasado domingo. Sin que sirva de precedente, el equipo vestido de verde -como celebración del Día de la Provincia gaditana-, fabricó la victoria con golpes certeros por el centro, sin puñales por los costados, con Álvaro García como segunda punta al igual que el play-off de ascenso en Ferrol y Santander.

golpe de efecto y férrea resistencia

El duelo ante el cuadro de Pablo Machín fue parecido a esos de junio de 2016, con una defensa férrea y golpetazos en ataque para aniquilar al rival. La diferencia la marcó esa línea de tres centrales, flanqueados por los laterales. Cinco zagueros que taparon espacios por tierra y aire en una ardua resistencia defensiva en la que estuvieron implicados todos los jugadores, desde el portero hasta el delantero.

Los amarillos sobrevivieron, que no es poco, con dos zarpazos en la primera parte -ganaba 0-2 en el minuto 20-, que a la postre fueron definitivos. De la excelencia del acto inicial pasó a la épica defensiva en la segunda mitad, en la que se echó demasiado atrás empujado por el acoso de un rival que murió de pie. Los jugadores de Cervera se emplearon como gladiadores. Derramaron hasta la última gota de sudor con un esfuerzo que mereció la pena y del que ahora debe reponerse para recibir a otro rival directo como el Tenerife.

El triunfo heroico en el campo del Girona refuerza la credibilidad de un equipo amarillo asentado sobre los cimientos de la regularidad gracias a los 17 puntos que ha obtenido de los 27 que ha disputado en los nueve partidos en la segunda vuelta. Se ha embolsado casi el 63 por ciento de los puntos. La mejoría respecto a la primera vuelta es indiscutible. En los nueve duelos al inicio del curso, el Cádiz se anotó nueve puntos (un 33 por ciento), ocho menos que en esa misma cantidad de citas en la segunda vuelta.

No era complicado mejorar el irregular comienzo de campeonato de un Cádiz con paso firme que en nada se parece al titubeante equipo del principio que no para de crecer con el paso de las jornadas. Cuando parece que ha llegado a su límite, se supera a sí mismo, gana donde nadie lo había hecho y se postula como pretendiente de un hueco en la elite. El más difícil todavía.

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