Polémica Cinco euros al turismo por entrar en Venecia: una tasa muy alejada de la situación actual en Cádiz

CÁDIZ CREER CREAR 3 Capítulo VIII: Construcción

Construcción, ¿el último de la fila?

  • Los constructores admiten que a medio plazo la provincia necesita un cambio de sistema productivo, pero a corto plazo hay que emplear mano de obra de baja cualificación

SUELE decir el profesor Rodríguez Braun, con buen humor, que el mejor amigo del hombre no es, como pudiera pensarse, el perro o incluso el caballo, por el afecto y los servicios que respectivamente nos han prestado históricamente, sino el chivo expiatorio. Los hombres, y la sociedad en su conjunto, suelen recurrir a un "desaguadero" por el que dar salida a sus responsabilidades, endosándoselas, en lo posible, a un tercero. Eso ha venido pasando, al menos hasta la fecha, con el sector de la construcción al que con exclusividad se atribuye la causa de la crisis y en el que se descarga, con evidente desenfado, el origen de todos nuestros males presentes. Ni siquiera se hace balance y se pondera lo bueno, lo mucho bueno, que la construcción ha supuesto para nuestro país, en el ámbito laboral, creando miles de puestos de trabajo, de contribución al PIB, de generación, a través de los años, de un parque de vivienda que, avant la lettre, era más que digno, por no citar unas infraestructuras, fijémonos sólo en los viarias, impensables hace tan solo veinticinco años.

Pero como la realidad es tozuda, y no hay ningún sector malo si no se sustituye por otro que sea mejor, las empresas y las organizaciones de la construcción vienen observando que ese discurso sumamente crítico va evolucionando y ya nuestros políticos afirman sin ambages lo que tanto tiempo llevamos repitiendo: sin la construcción no se saldrá de la crisis; sin la construcción no disminuirá el paro.

Claro es que todos, y el sector el primero, debemos aprender de los errores cometidos y reflexionar que un crecimiento sin freno no es verdadero progreso, que siempre es aliado de la prudencia, sino un gigantismo muy probablemente con pies de barro.

Si hay consenso, aunque sólo sea por razones humanas, de que lo peor de la crisis es el desempleo y que éste es causa del bajo consumo interno, de la crispación social, de la ausencia de futuro para muchos jóvenes, de la situación de riesgo en la Seguridad Social, junto a otros muchos males colaterales, debe concluirse que esa hemorragia social hay que frenarla y probablemente ningún torniquete sea más efectivo que ayudar a la construcción.

La generalizada opinión de que debe sustituirse nuestro sector por otros, emergentes, más relacionados con las nuevas tecnologías, puede que, en el plano teórico y tendencial, tenga su cuota de razón, pero resulta incuestionable que España no puede permitirse, en estos momentos, más destrucción del tejido productivo y que éste es el que es y que la sangría del paro sólo se frena, a corto plazo-porque lo grave no admite demora-con creación de puestos de trabajo que exijan poca capacitación técnica, que son los más, y eso, en nuestro entorno, se llama construcción, turismo y agricultura. Y así seguirá durante mucho tiempo, porque los cambios en los sistemas productivos requieren el paso de generaciones y no se hacen con precipitación y urgencia.

Es cierto que hay algunas realidades en nuestra actual situación económica que nos invitan a un cierto optimismo, pero hay que ser muy cautos en el análisis de estas incipientes señales para no caer nuevamente en el error. Así, nuestras exportaciones van bien, pero es un axioma económico que, en tiempos de recesión, con desplome del consumo interno, la exportación tiende a aumentar; en relación con el déficit, Europa no nos está dando más dinero, que podría oxigenar nuestra economía, sino más tiempo, porque Alemania, como se ha dicho, no está dispuesta a "mutalizar la deuda.

Una vez más, hay que subrayar que la inversión en construcción permite en cortísimo plazo crear empleo y que, por cada millón de euros dedicado a obras de infraestructuras, se generan al menos tres puestos de trabajo directos y que, por vía de impuestos, se revierten a las administraciones, en el campo de la edificación, casi el veinticinco por ciento de lo que a ello se dedica.

Nuestros dirigentes parece que últimamente asumen estos planteamientos. Mas vale tarde que nunca, porque el sector probablemente no volverá a estar como en la última década, y eso quizás sea bueno, pero lo que desde luego no debe ocupar es el lugar del último de la fila.

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