Crisis del coronavirus

El virus agita los precios

  • Hay productos tan básicos como el tomate de pera que casi ha triplicado su coste con respecto al momento anterior al estado de alarma

  • El incremento ya se da antes de que lleguen a los establecimientos de venta al público

  • Crece la desconfianza en las calles de la ciudad y el miedo se nota en la población en la segunda semana de confinamiento

Un frutero enseña unos pimientos rojos, uno de los productos que más ha incrementado su precio.

Un frutero enseña unos pimientos rojos, uno de los productos que más ha incrementado su precio. / Julio González

En la confluencia de las calles Columela, San Francisco y Corneta Soto Guerrero se escucha a todo volumen la canción 'Sólo se vive una vez' del dúo Azúcar moreno. Música para llevar el confinamiento con un mensaje directo y claro. En puro contraste a escena en la calle Hospital de Mujeres hay un grupo de personas haciendo cola en la acera para entrar en un establecimiento de alimentación. Es todo silencio, miradas hacia abajo y caras anónimas tapadas con mascarillas. Podría ser una escena de la serie 'Walking dead' o, quizás mejor, de las imágenes que hemos visto en los medios en países como Argentina, Grecia o las recientes de Venezuela de las colas para adquirir productos o para sacar dinero un cajero automático.

La gente sigue teniendo sus necesidades básicas. Tienen que comer, asearse y limpiar la casa y para eso necesitan productos. Pero algunos de ellos escasean en algunos sitios, como la lejía desinfectante. Otros productos, que sirven para hacer más ameno el confinamiento, como las pipas, también han bajado enormemente sus existencias.

Sin embargo, toda crisis es el momento perfecto para que algunos hagan negocio. La necesidad de la gente da lugar a que haya otros que huelan esa demanda e incrementen los precios.

Pongamos por ejemplo una frutería cualquiera de las que hay en Cádiz donde este periodista ha estado este miércoles. Hay precios que casi se han llegado a triplicar con respecto a lo que había hace dos semanas. El problema no está en ese establecimiento, que también tiene que subir precios, sino en lo que viene ya de origen y en toda la cadena por el que el producto ha ido pasando.

Vayamos a ejemplos concretos. Hace dos semanas antes de que comenzara el confinamiento, los tomates de pera estaban a 0,99 céntimos el kilo. Hoy lo encuentra a 2,49 euros, casi un 150% por ciento más. Otro producto tan básico como el pimiento italiano ha subido aún más y ha pasado también de lo 0,99 a los 3,35 euros. El rojo también está por las nubes y está en 2,89 euros el kilo.

Un repartidor con mascarilla carga una bombona de butano. Un repartidor con mascarilla carga una bombona de butano.

Un repartidor con mascarilla carga una bombona de butano. / Julio González

Casi todo ha subido. si quiere un poquito de piña de postre sepa que va a tener que pagar 70 céntimos más de lo que lo hacía antes de la crisis, es decir, 2,69 euros.

Hay productos que se han mantenido durante algunos días pero ya empiezan a apuntar que van a ir para arriba. Por ejemplo, las naranjas de zumo que ya han subido diez céntimos, o las manzanas.

La cebolleta, que es  también de los considerados más económicos han subido 30 céntimos el kilo, pero estamos hablando que el precio de venta es de 1,50 céntimos.

Así que ya sabemos que estos días la cesta de la compra nos va a salir sensiblemente más cara. Fuera de la alimentación, los desinfectantes de todo tipo se están vendiendo a precio de oro.

Hace una semana por las mañanas había relativo movimiento de personas dentro de unas circunstancias de absoluta excepcionalidad. Incluso contamos que había una cierta solidaridad entre los transeúntes. Hoy las miradas son distintas, mucho más de desconfianza, sobre todo hacia aquellos que no llevan mascarillas.

Salir a la calle es sinónimo de que alguna vez te pare algún cuerpo de policía. En este caso, a este redactor y al fotógrafo ha sido la Policía Nacional mientras hacíamos la crónica ciudadana y nos alegramos de ello. El celo en este aspecto es lo mejor que se puede hacer.

Un repartidor de butano con mascarilla sube una bombona a un domicilio de la calle Sagasta en el tramo entre Ancha y Cánovas del Castillo. Se ve que hay mucho menos movimiento en todos los sentidos.

En el Paseo de Santa Bárbara casi no hay indigentes, apenas dos o tres que tiene grandes tenderetes para protegerse del frío y la humedad. El resto salieron hace días para el Centro Náutico Elcano. En el contiguo Hotel Atlántico, desde fuera se puede ver que hay muebles tapados con sábanas de dependencias que ahora no se están usando. La ciudad fantasma en su máxima expresión.

En los Callejones de Cardoso la gente se asoma a los balcones a fumar, a respirar un poco de aire, a ganarle unos cuantos metros a su casa aunque sea para ver la fachada de enfrente a apenas cuerpo y medio. El silencio está presente. El miedo está latente.

En una frutería de la calle Hospital de Mujeres, su propietario Marcos Góngora despacha con muchísima amabilidad a la clientela. Eso sí, tiene absolutamente forrado con papel film todo el frontal de la tienda y ha dejado un ventanuco abierto por el que poder entregar sus frutas y verduras a los clientes, que pacientemente esperan haciendo cola en la acera. A pesar de ese momento de acumulación de clientes, reconoce que han bajado mucho las ventas.

Su establecimiento pertenece a la cadena Frusur y asegura que van a recoger toda la mercancía a una nave de El Puerto, donde antes de recogerla le toman a todos la temperatura como prevención ante el coronavirus. Además, tienen que acudir a recibirla con un equipo de protección individual.

La ciudad, el país, se encuentra prácticamente parados. Una imagen metafórica se produce en la plaza de Fragela, delante del Gran Teatro Falla, donde se puede ver todavía las luces con la leyenda "Carnaval de Cádiz". Qué tiempos aquellos en el que todo era normal....

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