Cádiz

El 'viejo' ha vuelto a la ciudad

  • Cada tres semanas, desde hace más de diez años, el capitán Manolo González Piñeiro atraca su mercante en Cádiz

Es un día tranquilo en el muelle de Cádiz, como casi todos los días, desgraciadamente. Los prácticos, que han perdido un 30% de su actividad en los últimos años, y los amarradores tendrán una jornada relajada. Sólo se nota cierta actividad entre los estibadores, a pie de grúa, junto a la hilera de camiones. En el casi desierto muelle sólo están atracados dos barcos, un remolcador y uno de los clásicos, el buque alemán de OPDR que capitanea el gallego Manolo González Piñeiro, el 'viejo', como le llama su tripulación, diez años sin faltar a su cita con Cádiz cada tres semanas.

"Sevilla se ha llevado buena parte de la actividad de Cádiz", se lamenta González Piñeiro mientras nos invita a subir a la que es su casa durante ochos meses del año haciendo siempre la misma ruta, girando desde Hamburgo a Rotterdam, a Felixstone, a Madeira, a Canarias, a Cartagena, a Motril y, por fin, Cádiz, su niña bonita, el momento de la travesía que siempre espera, "el único lugar en el que siempre bajo".

Este capitán gallego, pero gallego de tierra adentro, de Cabañas, cerca de El Ferrol, que navega desde hace más de 40 años, que se inició en la mar cargando plátanos en Panamá para llevarlos a Japón, donde cargaban coches para llevarlos a Mozambique y Somalia, ha creado en Cádiz una cofradía que tiene su sede en La Cepa Gallega, el local de la calle Plocia desde donde se abastece a buena parte de los barcos que atracan en el muelle. A la cofradía de 'el viejo', la que riega el mediodía con buenos vinos de toda España, pertenecen casi todos los que tienen que ver con el negocio del mar en la ciudad.

Asistir a sus tertulias es un acelerado cursillo de navegación. Gran conversador, cuenta con precisión cómo combatió en una ocasión en las costas del norte de Holanda, sin refugio posible, una tormenta de doce horas con olas de diecisiete metros. "No se me olvida el día. 11 de noviembre de 2007 en una travesía de Hamburgo a Rotterdam. Sobrevino casi de repente, como ocurre en esa parte del mar del Norte que tiene un fondo muy pequeño, como si chocara el mar abajo. Allí se monta un belén en cinco minutos. Ante eso, sólo puedes hacer lo que tienes que hacer: bajar la velocidad y estar muy pendiente. Asumes que estás en una cáscara de nuez, que no eres dueño de tu destino...". Va contando pormenorizadamente esas horas de azotes marinos para finalizar orgulloso: "No perdí nada de carga". No dice: "Salvamos el pellejo". No. Dice: "No perdí nada de carga". Es un mercante, lo lleva ya en la sangre.

Si hay algo que lamenta Manolo, el capitán, de las nuevas tecnologías y de la caída de actividad del puerto es que sus escalas son cada vez más cortas. Él llegó a conocer un Cádiz en esplendor, muy divertido, muy portuario, cuando una escala en la ciudad le permitía disfrutar de ella dos o tres días. "El Cádiz que yo conocí en los 70, la primera vez que vine aquí, era bullicioso". A partir de aquí, hace un ejercicio nostálgico: "Conocí el Pay Pay y el Salón Moderno. Todos los negocios vendían. Recuerdo las luces rojas en muchos lugares, El Español, donde ponían tapas de pajaritos, la Industrial Bilbaína..."

Parece que, secretamente, le reprocha a Malcolm MacLean, el americano que inventó el contenedor en 1956 para hacer un trayecto con 58 latas entre Newark a Houston, el fin de esos días. Aquello cambió la marina mercante. Manolo, el capitán, llegó a conocer el transporte a la antigua con paquetes y palés. "Era un rompecabezas y si llovía te tenías que quedar en puerto a que escampara porque no se podía descargar, había veces que te tenías que quedar hasta diez o doce días en puerto. Ahora no hay puerto en el que estés más de doce horas. La gente piensa que viajamos mucho, pero en realidad no viajamos nada, estamos siempre metidos en el barco". El cocinero del buque lo resume a la perfección: "Nuestra vida es un Gran Hermano marítimo".

Por tanto, es Malcolm MacLean el responsable de que este marino gallego limite Cádiz a ese momento fugaz en La Cepa Gallega que no cambia por nada. Ese momento es el tiempo que se tarda en cargar los 50 contenedores de media que están contratados habitualmente en este muelle, cuando, recuerda, este punto tenía cargas cuando él empezó a realizar la ruta, en torno al año 2002, que no bajaban de 180 contenedores.

Pese a ello, OPDR, su compañía, sigue fiel a Cádiz. OPDR se fundó en 1882 para transportar con barcos de vapor cristal a Portugal y regresar a Hanmburgo con corcho. Muy poco después, al incluir Marruecos y Canarias en su ruta, Cádiz empezó a formar parte de la historia de la compañía. El buque de González Piñeiro es uno de los tres que cubren la línea CISS y lleva el nombre de la ciudad, el OPDR Cádiz, con capacidad para 6.800 toneladas en 700 teus, 115 de ellos frigoríficos. El teu es la unidad de medida mercante de los contenedores que hace referencia al término twenty foot unit limit, veinte pies, 12 metros. "Es una unidad ya algo desfasada porque ahora la mayoría de los contenedores es de 40 pies, 24 metros", explica docto el capitán, al tiempo que señala desde el puente del barco, rodeado de cachivaches y pantallas que gobiernan el barco, los trabajos con las grúas de los estibadores en los que las máquinas sustituyen la intervención humana.

Un barco como el de González Piñeiro no necesita más de 14 tripulantes. Llegó a tener 26. Lo mismo ocurre con el trabajo en puerto, donde los estibadores de Cádiz tienen el record europeo de velocidad en movimiento de contenedores, entre 25 y 30 por hora, "cuando en otros puertos, no diré cuáles, de países que nos miran por encima del hombro están en los 14 por hora". Todo se va reduciendo, todo es más pequeño. "Mira el timón", dice mostrando un volante algo más pequeño que el de una videoconsola. "Algún día no harán falta ni capitanes, que ahora lo que más hacemos es cruzar e-mails con la compañía", reflexiona.

En esos aparatos que nos muestra se marca la derrota del barco, el trayecto, y la nave, con su piloto automático, enfila hacia donde le hayan ordenado las combinaciones binarias. Afuera, sigue el ritmo de carga. Carga, digo bien, porque lo que se descarga es poco. "Aquí, en Cádiz, cargamos esencialmente frutas y hortalizas. Hace unos años la principal carga era de vino, principalmente de Jerez, pero eso ya no es así". "La crisis del vino". "Claro. Y no, no se descarga prácticamente nada. Un par de contenedores de bienes de equipo como mucho y, en su día, maquinaria del airbús, pero nada en comparación a cuando los astilleros estaban en plena actividad". Es un ejemplo a pequeña escala de cómo se ha desvanecido el protagonismo comercial de Cádiz, aunque González Piñeiro espera, aunque no le veo muy convencido, de que la nueva terminal de contenedores dinamice algo esta lánguida actividad.

Contrasta este catálogo de miniaturas con la cartografía de uno de los puertos más grandes del mundo, el de Rotterdam, que el capitán extiende sobre una mesa del puente. Con un compás mide el lugar del puerto de Rotterdam en el que está proyectada su nueva terminal de contenedores, 35 kilómetros cuadrados; a continuación lo aplicamos sobre el casco urbano de Cádiz y comprobamos que la nueva terminal de Rotterdam será más grande que todo Cádiz.

Rotterdam, con su servicio de gabarras hasta el Mar Negro, es el corazón que bombea mercancías al sistema circulatorio europeo. "Dicen que casi cuatro millones de personas viven de ese puerto", cuenta el capitán, "pero la ciudad es fea, no hay nada antiguo. Todo se destruyó en la guerra por los aviones de la RAF". Lo que sí hay en Hamburgo y Rotterdam son barrios chinos, ya desaparecidos en Cádiz y en buena parte de las ciudades portuarias españolas. "Paseas por Hamburgo nevando y te encuentras a las mujeres dentro de sus escaparates del barrio de San Pauli".

La tertulia cada tres semanas en La Cepa Gallega con Manolo el Capitán es en estos últimos meses un un termómetro de qué piensan los alemanes, de qué pasa en Alemania. A veces, incluso, incorpora a alguno de los pasajeros que, al contrario que los cruceristas, pagan más de 2.000 euros por viajar en un buque mercante sin más comodidades que las que tenga la tripulación. Es un curioso modo de turismo. "Los alemanes nos ven como un país que no ha hecho los deberes con el tema fiscal y que son ellos los que tiran del carro. Ellos viven en una férrea disciplina y, en cierto modo, cuando llegan aquí se desmelenan. En el fondo, les gusta cómo somos. Envidian nuestra alegría". "Pues nos la están quitando a tortas", contesta uno de los miembros de la cofradía de el viejo, Manolo, el capitán, el gallego que se enamoró de Cádiz.

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