Cádiz

Los últimos puntales de la infravivienda

  • Varias fincas del casco histórico a las que la rehabilitación no ha llamado a sus puertas muestran paisajes desoladores

Atravesar los portales de Mirador, 17, Obispo Urquinaona, 31 y General Luque, 8 es adentrarse en otro mundo. Porque incluso sus fachadas están adecentadas por los mismos propietarios que las tienen abandonadas por dentro. Por fuera engañan. Pero en el interior, a uno se le cae el alma a los pies. Porque en Cádiz sigue viviendo gente en condiciones infrahumanas, a pesar de que, cierto es, la rehabilitación del casco antiguo haya atajado un gran porcentaje de la infravivienda que hace 15 años era, junto al paro, la principal lacra de la ciudad. Diario de Cádiz estuvo ayer en tres de las fincas sacadas de la lista ofrecida por la candidata a la Alcaldía por el PSOE, Marta Meléndez, como reproche al equipo de gobierno del Ayuntamiento gaditano por no requerir de forma contundente a los propietarios que las reformen.

¿Qué ocurre con estas casas?, ¿se acabó el dinero para las rehabilitaciones?, ¿cómo se permite esto en los tiempos que corren?, ¿por qué hasta las miserias humanas se utilizan como estiletes entre los partidos?, ¿quiénes tienen las competencias?, ¿cómo hay propietarios de fincas con tan poco corazón? Son preguntas que uno se hace tras hablar con los personas que habitan estas casas de vecinos que si bien no tienen peligro de derrumbe, no reúnen las condiciones necesarias de habitabilidad.

Mas los vecinos de estas tres fincas no entienden de discusiones entre partidos -ayer se trató sobre este tema en el pleno municipal-, de tecnicismos, de cámaras de propiedad... Por no saber, ni conocen el nombre de los dueños de sus casas. Sólo saben que viven como ya casi nadie vive en Cádiz. Son los últimos exponentes de la infravivienda.

verdín en las cornisas

En el número 17 de la calle Mirador, donde nació 'La Jacoba', una cantaora con cerámica recordatoria en la fachada, da grima entrar. Se oye una tos perruna en boca de una anciana. Persistente, rompe el silencio junto al llanto de un niño. Puertas abiertas a un tétrico paisaje. Hasta el segundo piso nadie contesta a los "hola" de redactor y fotógrafo. Carmen Bellido hace de portavoz de los vecinos, que habitan nueve pisos. Tiene su casa dividida. En un extremo de la galería están el salón, la cocina y el cuarto de baño. En otro lado, los dos dormitorios. En uno de ellos se ha caído una pared por las lluvias y se filtra el agua. Enfrente hay una cocina y un servicio que en su tiempo fueron comunitarios y ahora utiliza, fuera de su casa, una inquilina. Desde la barandilla de la galería se ven cornisas con verdín y un antiguo lavaero cerrado. Santa María, el barrio donde se ubica este inmueble, está en buena parte rehabilitado, pero en Mirador, 17 no han tenido la suerte que corrieron otras fincas. "Por lo visto hay problemas con el dueño para arreglar esta casa", dice Carmen.

Paga 155 euros de alquiler. "Nos subieron 20 euros para arreglar la fachada, que es lo único decente de esta casa", lamenta. Carmen tiene problemas de movilidad. Una invalidez le impide bajar a la calle todo lo que quisiera. "Mi hija tiene que venir a ayudarme a asearme. Si arreglaran la finca y me realojaran, tendría que ser aquí en el barrio, cerca de ella", comenta y, a la vez, desea. Y vuelve a sus quehaceres, entre ellos cuidar a una nieta.

humedades

Francisco y Rosario López, hermanos, habitan un bajo en el número 31 de la calle Obispo Urquinaona, en el barrio de San Juan. En el entresuelo vive otra familia. De ahí para arriba, la finca está devastada. La azotea, inutilizada. Con una escalera de madera inservible. Esto obliga a los López a tender la ropa en una especie de habitáculo con vigas, un antiguo patinillo con dos puertas abiertas. Las corrientes de aire secan las prendas... en dos días como mínimo. La estampa, anacrónica, no parece pertenecer al siglo XXI. "Ya no sé a quién acudir. No conozco ni al dueño", señala Francisco López mientras enseña una cocina, fuera de su piso, en la que a duras penas cabe una persona.

"Mi madre murió hace poco de los bronquios, por la humedad", cuenta. Francisco asegura que el Ayuntamiento de Cádiz "está en ello", pero el escepticismo va por dentro. Este inquilino de Obispo Urquinaona es fijo en los reportajes de infravivienda. "Aquí han estado Andalucía Directo y Callejeros, pero no hay manera de que alguien se entere de esta situación", apunta por último.

apagones

Contrastes en General Luque, 8. Una fachada lucida da paso a una casapuerta con el techo casi pelado por el derrumbe de la escayola. Los propios vecinos tuvieron que retirar los escombros. Fue de noche, gracias a Dios. De día podría haber pillado a alguno de los cuatro niños pequeños que viven en el inmueble. El patio, al aire libre, sería uno de los más bonitos de Cádiz si el abandono no hubiera cubierto la finca con su implacable pátina. No faltan los puntales, bandera urbana de la infravivienda. "Aquí ocurren cosas como para escribir un libro", dice Pedro Pozo, inquilino de una de las tres viviendas aún habitadas. Casado con Susana Caravaca y con dos niños. Paga, agárrense, 396 euros de alquiler en una casa con cables de la luz "de juguetes" que provocan apagones al primer chaparrón fuerte. "El aparato de la luz lo pusimos nosotros mismos", comenta mientras señala un laberinto de cables.

"Si me ducho o pongo una lavadora, la vecina de arriba no se puede duchar a la vez porque el agua no tiene fuerza para los dos pisos". Lo dice Susana en plena era del estado del bienestar. "El problema de esta casa es que el dueño no tiene dinero para arreglarla. Ya hemos puesto dos denuncias los vecinos y el Ayuntamiento nos ha ayudado en algo, pero seguimos sin avanzar", lamenta Pedro Pozo.

Las tres fincas pertenecen a la lista del PSOE, que contiene aún 16 inmuebles con infravivienda, una cifra irrisoria comparada con la que Cádiz sufría hace poco. Se ha avanzado mucho en este problema, pero las familias que nos han mostrado sus precarias condiciones de vida no quieren estadísticas, quieren soluciones.

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