150 años | LA REVOLUCIÓN DE 1868

Los tiros de Cádiz

  • Con este nombre se conocen los sucesos ocurridos en Cádiz durante los días 5 al 8 de diciembre de 1868

Fotografía de la plaza de San Juan de Dios en los años inmediatos a los sucesos relatados.

Fotografía de la plaza de San Juan de Dios en los años inmediatos a los sucesos relatados. / Archivo

Los tiros de Cádiz Los tiros de Cádiz

Los tiros de Cádiz

DURANTE los días 5 al 8 de diciembre de 1868, la ciudad de Cádiz vivió unas trágicas jornadas en las que se produjeron 53 muertos y 195 heridos. Los daños materiales fueron enormes, ya que la ciudad quedó destrozada debido a los disparos y a las barricadas levantadas en sus calles. Esos sucesos serían conocidos como 'Los tiros de Cádiz', y perdurarían en la memoria colectiva de los gaditanos como 'el año de los tiros'. Diario de Cádiz no pudo salir a la calle durante diez días y al recobrar el contacto con sus lectores hizo un resumen de lo sucedido en aquellas trágicas jornadas con el enfrentamiento de ciudadanos armados y las tropas de la guarnición.

Estado de Guerra

Las escenas dolorosas e imprevistas de que ha sido teatro nuestra infortunada ciudad desde el sábado 5 del corriente hasta la madrugada del día 8, no podrán menos de ser lamentadas eternamente por todos los habitantes. Nuestra pluma no podría aún en estos momentos trazar lo que ha pasado, que es mucho, en los diferentes puntos de la población, ni nuestro ánimo afectado tristemente, como lo estará todavía el de todo el vecindario, se encontraría dispuesto para narrar ordenadamente los detalles de esta sangrienta y destructora lucha, que ha durado setenta horas, sostenida de una parte por la fuerza ciudadana y de otra por las tropas de la guarnición.

Desde las primeras horas de la mañana del sábado 5 comenzó a correr en nuestra población la noticia de que en El Puerto de Santa María había tenido lugar un desagradable choque entre el pueblo y la tropa del Ejército y de que se estaba desarmando a la fuerza ciudadana.

A las dos de la tarde apareció en la plaza de San Juan de Dios alguna fuerza de Artillería con un tren de batir, compuesto de dos piezas, que se dirigían por la Puerta del Mar a embarcarse para El Puerto, y en este momento la exasperación de las gentes, en gran numero allí reunidas, estalló repentinamente, dando gritos de «a las armas; que no salgan las piezas».

Casi al mismo tiempo bajaron de los cuarteles de San Roque y Santa Elena unas dos compañías de Gerona con el objeto de embarcarse también para El Puerto. Aumentáronse los gritos de "a las armas". Corrió la noticia de que iba a declararse la ciudad en estado de guerra, y al poco rato la plaza de San Juan de Dios se vio invadida de un gran número de voluntarios armados y tropel del pueblo, que seguidamente se apoderaron de la Casa-Ayuntamiento, en cuyo edificio estaba la prevención del primer batallón.

En efecto: el bando del gobernador militar declarando la ciudad y provincia en estado de guerra, había comenzado a publicarse media hora antes.

No había precedido ningún otro de la autoridad civil anunciando a la población que resignaba el mando en aquél como es costumbre y recomendando el orden. Tampoco había precedido aviso alguno al Municipio, que ignoraba esta disposición. Esto causó extrañeza, desde luego, puesto que en la ciudad no se había notado en la noche antes indicios de que se alterara el orden.

Empieza la lucha

Después de las dos y media llegó por la calle de la Pelota la fuerza de Artillería que publicaba el bando, para entrar en la Plaza de San Juan de Dios. La fuerza ciudadana ocupaba todas las bocacalles, así como un gentío inmenso.

Algunos voluntarios, que sabían que iban a ser desarmados y habían acudido armados, se adelantaron a recibir a aquella tropa dando la voz de "¡alto!" y después de algunas contestaciones, a uno de aquellos se les disparó la carabina, produciendo instantáneamente una confusión difícil de describir.

Desde este momento principió un vivísimo tiroteo que era contestado por los artilleros y por la guardia de la Puerta del Mar, que desde los primeros momentos subió a la muralla para tomar mejor posición. Entretanto, un gran número de voluntarios había tomado también la suya en las azoteas de las casas inmediatas y las de enfrente de la muralla, además de la que ya ocupaban en la Casa Consistorial.

Sale la artillería

Mientras eso pasaba en la plaza de San Juan de Dios, el gobernador militar salía de los cuarteles de Artillería con fuerzas de esta Arma, dirigiéndose al lugar donde se había trabado la lucha.

Cuando el comandante general llegó a ella, la lucha tomó como era natural, proporciones inmensas. El número de los voluntarios y vecinos armados había aumentado considerablemente. Una lluvia de balas caía sobre la muralla y la plaza de San Juan de Dios. Cuando intentaron penetrar los artilleros en ella no pudieron conseguir ni aun acercarse a la Casa Consistorial, desde donde se hacía un fuego mortífero.

Entonces se generalizó el combate; el comandante general recibió una herida en un pie, dos de sus ayudantes cayeron también heridos, uno de ellos gravemente, según creemos, y los artilleros tomaron posición en algunas casas la muralla y calles adyacentes; el tiroteo y los disparos de metralla eran horribles y así continuaron toda la tarde y hasta muy entrada la noche, si bien con menos intensidad.

Se levantan las barricadas

La ciudad estaba consternada: la lucha no había terminado y ninguna de las fuerzas que combatían habían abandonado su posiciones. Las fuerzas ciudadanas se dedicaron a levantar barricas en todas las calles inmediatas al Ayuntamiento y recibió durante la noche nuevos refuerzos, acudiendo todos los oficiales de los dos batallones nuevos que no habían podido llegar hasta allí, proporcionándose municiones en abundancia, no sabemos de donde

Domingo 6

Al amanecer, las tropas rompieron fuego y nuevamente fue contestado con otro tan nutrido por los voluntarios como el primer día, haciendo imposible a aquellas el ganar de un palmo de terreno.

Durante el día se levantaron infinitas barricadas en todas las calles principales de la población, procurando formarlas en las calles que desembocaban a la de la Aduana y Campo del Sur. También se levantarían en el centro de la población y en las calles próximas al Parque de Artillería, desde cuyas azoteas se hacía un vivísimo fuego de fusilería. En todas las

barricadas aparecieron tarjetones en que se leía: "¡Viva la República, pena de muerte al ladrón!".Era ya imposible transitar por ninguna de las calles de la población. Las tropas no habían entrado en ellas, reduciendo sus operaciones desde los Castillos al Campo del Perejil, Parque, Cuarteles y Alameda hasta el edificio de la Aduana que se había escogido como centro de las operaciones, y el cual estaba defendido por los carabineros y Guardia Civil. Desde este punto hasta la plaza de San Juan de Dios, el Boquete, la calle del mismo nombre, la de Sopranis; la de la Pelota, Cobos, Juan de Andas y demás próximos, el fuego era vivísimo y sostenido. Las desgracias habían sido ya numerosas y los muertos permanecían en algunas calles, sin que fuese posible conducirlos a ninguna parte.

Dibujo de Fermín Salvochea disparando el cañón situado en las Casas Consistoriales. Dibujo de Fermín Salvochea disparando el cañón situado en las Casas Consistoriales.

Dibujo de Fermín Salvochea disparando el cañón situado en las Casas Consistoriales. / Archivo

Un cañón en el Ayuntamiento

Los voluntarios habíanse apoderado de municiones, víveres y de algunas piezas de artillería, logrando colocar en la Casa Consistorial una de ellas, que hacían destrozos en las tropas que amenazaban constantemente este edificio, centro de operaciones de los voluntarios.

Algunos artilleros, carabineros y cazadores de Madrid, emprendieron juntos un valiente ataque para apoderar se de la Casa Consistorial; pero la empresa era muy difícil, cercados como estaba por todas partes, siendo rechazados con pérdidas considerables que causó en ellos un disparo del cañón situado en aquel edificio por las fuerzas populares.

Lunes 7

Algunos buques de guerra españoles, surtos en la bahía, hicieron el lunes fuego sobre la población; este suceso la puso en mayor alarma y angustia. Una de las granadas cayó en la plaza de San Antonio, yendo uno de sus cascos a penetrar en el café de Apolo por uno de sus balcones, rompiendo un cielo raso. En este mismo establecimiento habían penetrado dos balas por una de sus ventanas bajas, destruyendo el espejo que estaba enfrente de ellas.

Los artilleros del Parque intentaron levantar una barricada en la plaza de Méndez Núñez, pero los voluntarios trataron de impedirlo, trabándose una lucha que produjo diferentes desgracias de una y otra parte.

Después de las dos de la tarde se cesaron los disparos de cañón, notándose que las descargas de fusilería iban siendo menos frecuentes. Así continuó hasta la noche. Sin duda los combatientes se encontraban fatigados de la lucha de tantas horas y extenuados por la falta de alimento.

Martes 8. Banderas de parlamento

Al amanecer del día 8 se vio que la tropa del ejército había abandonado todas sus posiciones de la plaza de San Juan de Dios, incluso la Puerta del Mar, de la cual se apoderaron inmediatamente los voluntarios. El fuego había cesado por ambas partes. En la Aduana apareció una bandera de parlamento, que fue contestada con otra enarbolada en una de las barricadas por los voluntarios.

Interviene el cuerpo insular

Los cónsules de casi todas las naciones habían logrado ponerse de acuerdo para proponer una tregua y amparar las vidas y haciendas de sus súbditos. Don Aurelio Alcón, cónsul de Italia, invitó a todos los demás cónsules de Cádiz a una reunión en su casa, calle de la Verónica, número 16, asistiendo los señores Alejandro T. Chistophersen, de Suecia, Noruega y Dinamarca; Farrell, de Estados Unidos de América; don Ramón Alcón, del principado de Mónaco; don Bernardino de Sobrino, de Guatemala, y don Sebastián A. Gómez y Peñasco, en representación de su señor padre don José Esteban Gómez, cónsul de Portugal y decano del Cuerpo consular.

Se acordó nombrar una comisión formada por los señores cónsules de Italia, Suecia, Noruega y Dinamarca, Estados Unidos y Portugal para que se entrevistara con el gobernador militar.

Los citados señores, a los que se unió el cónsul de Turquia, don Carlos Youger, se dirigieron a la Aduana, conferenciaron con el gobernador militar don Manuel de la Serna, proponiéndole una tregua que aceptó el gobernador militar, siempre que por las fuerzas populares no hostilizara a las del ejército que tenía a sus órdenes.

Se colocó una bandera blanca en la Aduana y los voluntarios inmediatamente enarbolaron otra en una de las barricadas. A continuación la comisión se trasladó a las Casas Consistoriales, acordando, también, los jefes de las fuerzas populares la suspensión de hostilidades.

Habíase acordado que por cada una de las partes beligerantes se nombrasen tres individuos que concertasen las bases de un armisticio.

Negociaciones

El segundo cabo, señor La Serna, nombró en el acto sus delegados que lo fueron el brigadier de Artillería, señor Pazos; el jefe de Ingenieros, señor Quiroga, y el del Batallón de Cazadores de Madrid, señor Padial.La comisión pasó a la Casa Consistorial y el cónsul francés, que también se había unido a la comisión, manifestó al comandante del Primer batallón de la fuerza ciudadana, señor Salvochea, y varios oficiales de la misma, que el jefe militar de la plaza aceptaba la tregua propuesta por el Cuerpo Consular, y que podrían por tanto nombrar los tres individuos que habían de reunirse en la casa del cónsul de Dinamarca, Mr. Christophersen, para tratar las bases del armisticio. En consecuencia fueron nombrados el expresado jefe, señor Salvochea, y los señores oficiales don F. Pacheco y don Julio Grimaldi.

Una comisión de vecinos en el Ayuntamiento

Al concluir los cónsules esta importante misión se presentó en la Casa Consistorial una comisión de vecinos de todas las clases de la ciudad, nombrada en el Casino Gaditano y presidida por el señor Rancés, embajador de España en Austria, que había llegado a Cádiz el viernes para despedirse de su familia.

Esta comisión, en la que entró a formar parte el alcalde primero de ciudad, don Francisco de Paula Hidalgo, se componía de los señores don Manuel Rancés y Villanueva, el alcalde segundo don José de Uceda, don Carlos Rudolph , don Antonio María Segovia, don Federico Rodríguez Correa, don Alfredo Arcimis, don Juan Aramburu, don Juan Arana, don Francisco Gallardo, don José Moreno de Mora, don Guillermo Morera, don Antonio Clavero, don Bernardo Darhan, don Alejandro Nossetty, don José Benítez, don Gabriel Martínez, don José Arcos, don José del Pino, don Luis Lacave, don Juan Lavalle, don Andrés Garrido, don Nicolás Brunet, don José María Oliveros y don Aurelio Arana, secretario.

En ausencia del señor Salvochea, encargóse de oír a la comisión el señor don Eduardo Benot, ocupando desde luego la presidencia.

El señor Rancés hizo uso el primero de la palabra, expresando el sentimiento que allí les llevaba, el cual no era otro que el de ver terminada las escenas de horror que durante tres días tenían consternados a los habitantes de la ciudad, impetrando para ellos la abnegación y el patriotismo de la milicia ciudadana, quedando como debía quedar siempre a salvo el honor de ella en la lucha empeñada.

El señor Benot manifestó entonces que el estaba animado de los mismos deseos, que no dudaba lo estarían también los señores oficiales presentes de la milicia, porque más que fuesen individuos de ella y no conociese su opinión sobre el asunto. Este movimiento, decía, ha sido anónimo, el conflicto que a todos nos ha envuelto en los horrores de una sangrienta lucha no ha sido promovido por voluntarios como es sabido. El señor Benot expresó también la misión que había sido confiada a los jefes y oficiales de la fuerza popular en unión de los militares, para acordar las base de un armisticio.

El Gobernador militar recibe a los vecinos

La comisión del vecindario se retiró y pasó a conferenciar con el gobernador militar señor La Serna, el cual la recibió dignamente manifestándola desde luego de una manera explícita que por su parte haría todo, absolutamente todo lo que fuese necesario para que terminase la lucha suspendida, y fuese compatible con el honor y la dignidad de la fuerza ciudadana y de la que en estos momentos estaba a sus órdenes.

Armisticio de 48 horas

La comisión se dirigió entonces a la casa del cónsul de Dinamarca y habiendo elegido al llegar otra compuesta de los señores Rancés, Segovia, Moreno de Mora y el alcalde primero señor Hidalgo, entraron éstos a tomar parte en las deliberaciones, y después de una detenida discusión quedó firmado por los delegados de las fuerzas populares y militares un armisticio de 48 horas que comenzaron a contarse desde las seis de la tarde del martes, acordando además que a las nueve de la mañana volverían a reunirse para tratar de un arreglo definitivo.

En su consecuencia, los beligerantes quedaron en sus respectivas posiciones, volviendo a la población una parte de la confianza y del sosiego que habían perdido, y aguardando el resultado de la conferencia que al día siguiente debían celebrar los delegados para acordar las bases del arreglo.

Desde el momento en que se supo por el vecindario, muy de mañana, la suspensión de hostilidades, una gran parte de él se lanzó a las calles, principalmente con el objeto de proveerse de alimentos que en algunas casas faltaban ya completamente.

Se recogieron muchos muertos en diferentes puntos donde la lucha había sido tenaz y porfiada y heroica hasta la desesperación; se dio sepultura a los que naturalmente habían fallecido en sus casas desde el sábado, porque antes había sido imposible hacerlo; abandonaron la casa ajena las personas que en los primeros momentos de estallar la lucha no habían podido conseguir trasladarse a la propia por temor de encontrar una segura muerte en el tránsito de las calles donde con mas furor se había empeñado el combate, y las fuerzas ciudadanas y las tropas del ejército pudieron restaurar sus extenuadas fuerzas con un alimento reparador de que carecían completamente. Todo este cuadro es horrible. ¡No hay memoria en la historia del pueblo gaditano de un acontecimiento semejante al que vamos reseñando!

Numerosos daños en la ciudad

Y si contemplábamos el aspectos de las calles y el estado de sus edificios, el ánimo se a contristaba al ver las huellas de sangre todavía recientes y los estragos inmensos, algunos irreparables, que había causado, sobre todo, en la Casa Consistorial y en los edificios particulares que rodean la plaza de San Juan de Dios.

En aquélla han sido muy sensibles: los barandales de los balcones del primer piso o han desaparecido o se hallan en muy mal estado; los arcos que sostienen aquéllos se encuentran rayados y la clave de uno de ellos rota de una bala de metralla. Todas las puertas de los balcones están desvencijadas por las balas y rotos los cristales. Los proyectiles penetraron en la sala de sesiones del Municipio y en el despacho de la Alcaldía, destruyendo cuanto encontraron al paso. La fachada presenta una muestra de los infinitos disparos de fusil y de cañón que se dirigieron al edificio. A la izquierda de este apareció un gran lienzo que bajaba desde la azotea hasta el balcón principal, en el que se leía: Viva el ejército.

Licencia absoluta. Todos hermanos

Dentro del edificio asomaba por una de las ventanas bajas un cañón que parece increíble haya sido colocado en donde todavía se encuentra. Casi todos los árboles de la plaza de San Juan de Dios están cortados y los puestos de la plaza, especialmente los que dan frente a la Puerta del Mar, han quedado en un estado lamentable. Todas las casas de los alrededores manifiestan en sus paredes y balcones de cristales los estragos de los proyectiles de todas las clases.

El domingo fue bautizada la plaza con el nombre de plaza del la República.

Por último, el espectáculo que presentaba la Casa Consistorial y sus alrededores es de aquellos que son más bien para vistos que para narrados a la ligera y desaliñadamente como lo estamos haciendo.

El estado del resto de la ciudad se hallaba en armonía con el de la plaza de San Juan de Dios. El pavimento de las calles levantado en gran parte, escombros y cristales se encontraban esparcidos por el suelo. En la casa numero 7 de la plaza de la Constitución, que hace esquina con Ancha, un bala de cañón había abierto un gran boquete.

30 mil personas salieron de Cádiz

El día 9, como estaba convenido, se reunieron en la casa del cónsul de Dinamarca los delegados de las partes beligerantes, concurriendo también los demás cónsules extranjeros y los individuos que componían la comisión de vecinos, quedando firmado el arreglo, cuyas principales condiciones fueron dejar las cosas como se hallaba antes de publicarse el bando del gobernador militar Peralta, debiendo continuar reorganizándose las fuerzas ciudadanas conforme al decreto orgánico de 17 del pasado mes, y quedando en la plaza solamente la misma guarnición que siempre ha existido en tiempos normales. Los cónsules extranjeros firmaron el arreglo como testigos de él. Este documento fue transmitido al Gobierno Provisional y al capitán general de Andalucía para que recibiese su aprobación y consentimiento.

A pesar de haber corrido instantáneamente por la ciudad la noticia de este arreglo, no fue bastante para ahuyentar el pánico que se había apoderado de todo el vecindario sin distinción de clases y comenzó la emigración de infinitas personas -se calcula en unas 30.000- que no cesó desde entonces, aprovechando los escasos medios de comunicación que estaba ocupada por tropas del ejército, no era permitido salir.

Los directores de los periódicos de la plaza, El Comercio, La Palma, Diario de Cádiz, La Libertad, La Soberanía Nacional, La Opinión Nacional y La Región Federal, celebraron el mismo día una reunión con el objeto de ponerse de acuerdo para dar cuenta de los sucesos pasados al volver a publicarse, conviniéndose en que se hiciesen sin hacer apreciaciones de cierta gravedad por ahora, a fin de no excitar mas las pasiones aún enardecidas.

Concluye el armisticio

A las seis de la tarde del jueves 10 concluía el plazo de armisticio, pero los cónsules extranjeros volvieron a reunirse y pudieron conseguir que se prolongase hasta que el Gobierno resolviese acerca del arreglo hecho así se anunció en unos carteles que aparecieron por la tarde en las esquinas.

Nuevas barricadas

La fuerza ciudadana, aprovechando el armisticio y la prolongación del plazo, levantaron nuevas barricadas en todas las calles, colocaron tres cañones en la entrada de las calles de la Pelota y de la plaza de San Juan de Dios y en otros puntos de la ciudad, preparándose de este modo para un defensa formidable.

La noche del día 10 fue más angustiosa todavía que las anteriores. Nadie sabía nada de lo que ocurría. Las precauciones de la fuerza ciudadana se redoblaron y desde las ocho de la noche no se podía transitar por la inmensa red de barricadas que interceptaban, las calles.

Angustia y miedo

No fue menos angustioso el día siguiente. La incertidumbre, a la vista de un peligro inminente y de una emigración constante, se acrecentaba cada hora que pasaba. Mil noticias contradictorias corrían de boca en boca. Se dijo que los cónsules extranjeros se habían retirado a bordo de los buques surtos en bahía y que las tropas que habían salido de Madrid y otros punto sobre Cádiz estaban próximas. Pero la verdad era que nada se sabía de positivo.

Por la mañana tuvo aviso el alcalde primero por el arquitecto de la ciudad de que tal vez la Casa Consistorial ofreciese algún peligro, e inmediatamente aquel, acompañado de éste y del regidor del Ayuntamiento don Ramón García Grinda, se presentó en el edificio para practicar un reconocimiento llamado al efecto para que lo permitiese al jefe de las fuerzas ciudadanas señor Salvochea, quien los acompañó en la inspección de la parte mas importante, resultando que por el momento el edificio no ofrecía cuidado, pero podría suceder muy bien, si la lucha se renovaba, que las detonaciones del cañón colocado en una de las ventanas interiores de la planta baja, aumentasen el quebranto que ya habían sufrido las claves de los arcos sobre los cuales descansa principalmente el edificio.

El alcalde primero aprovechó la ocasión para que se circulase una orden a los jefes de las barricadas con el objeto de que dejasen transitar por ellas a los mozos del Apero que debían ocuparse aquella mañana y todo el día en la limpieza de las calles, porque la basura aglomerada comenzaba a exhalar miasmas perjudiciales a la salud pública. También obtuvo la orden para que pudieran atravesar sin inconveniente por las barricadas los conductores de los cadáveres que aún se encontraban en algunas casas más tiempo del que era convenientemente.

Llega Caballero de Rodas

El sábado al amanecer se tuvo noticia de que el general en jefe del ejercito de operaciones, señor Caballero de Rodas, había llegado al barrio de Extramuros, con unos ocho mil hombre de caballería ingenieros y una numerosa artillería y desde entonces comenzó a notarse una gran agitación en los ciudadanos armados y en el vecindario que habla quedado en la ciudad.

El general Caballero de Rodas se puso desde luego en comunicación con el jefe de las fuerzas populares desde su cuartel general de San José y más tarde circuló por la ciudad la siguiente alocución del mismo, intimando a la rendición a los insurrectos.

"Gaditanos: Una rebelión pronunciada y alentada por enemigos ocultos ha ensangrentado ya las calles de vuestra hermosa ciudad sin eco en parte alguna de la península, vengo a sofocar con la fuerza que el Gobierno ha puesto a disposición: entregad las armas y salvad la vida, que les garantizo en nombre del Gobierno provisional, cuya clemencia podrá impetrar en su día. Es el único medio que queda a los insurrecto que evitar que sean tratados con inflexible rigor.

Hasta las doce de mañana 13, doy de término para que puedan salir de la ciudad los ancianos, mujeres, niños y ciudadanos pacíficos. No será mía la culpa si de los medios de ataque que la imperiosa ley de la necesidad me obliga a emplear, sobrevienen para Cádiz días de luto y de ruinas.

Lo sentiría en lo mas profundo de su corazón pero cumplirá con su deber, vuestro teniente general, general en Jefe del Ejército de Andalucía, Caballero de Rodas".

San Fernando, 12 de diciembre de 1868. Rendición

En consecuencia de esto los jefes y oficiales de las fuerzas populares se reunieron en la Casa Consistorial, y después de alguna discusión acordaron deponer las armas considerando que la resistencia sería inútil, y al efecto el comandante señor Salvochea dirigió al gobernador militar de la plaza el oficio siguiente: «En atención de la necesidad en que me encuentro de reunir la fuerza ciudadana para la entrega de las armas al cónsul de los Estados Unidos de América en la plaza del Ayuntamiento, he creído de mi deber dar a V.E. conocimiento de que esta reunión se efectuara al toque de llamada por la banda de cornetas para que esta medida no cause alarma por el movimiento natural que se notará de las diversas fuerzas de que se trata".

Al propio tiempo pasó a conferenciar al cuartel general de San José con el señor Caballero de Rodas un comisionado acompañado del cónsul de los Estados Unidos ofreciendo que los sublevados se rendirían y entregaran las armas.

Telegrama al Gobierno

El general en jefe del ejercito de operaciones pasó en su consecuencia al Gobierno el siguiente parte telegráfico: «Barrio de San José día 12, a las 5 y 55 minutos de la tarde.

"El general en jefe al ministro de la Guerra. -Mi proclama ha causado sensación en Cádiz. No bien han tenido conocimiento de ella los insurrectos, cuando por medio de un comisionado que ha venido a verme, acompañado del cónsul de los Estados Unidos, han ofrecido entregar las armas en los edificios militares que les he designado. Por consiguiente, mañana verificaré la entrada en Cádiz con las tropas del ejército de operaciones".

En consecuencia de todo lo referido, las fuerzas ciudadanas comenzaron a entregarlas armas cuando regresaron los comisionados a Cádiz.

Bando

 En la noche del sábado apareció fijado en los cuerpos de guardia de las fuerzas populares la siguiente proclama:"GADITANOS: Los que quieran llevar siempre con orgullo el nombre de tales, nombre que la reciente lucha ha puesto a tanta altura, que no permitan a sus corazones otro sentimiento que el del amor patrio. Rendid unas armas que vais a depositar cubiertas de laureles en manos de un Gobierno que no puede desconocer ni vuestro valor ni vuestras virtudes, y que al reclamarlas obedece a la necesidad y a la conservación de un prestigio, del cual sentiríais los primeros verlos desposeídos.

Gaditanos: amemos a Cádiz y salvémosle de mayor ruina.Gaditanos: sed cuerdos después de ser valientes".

Nueva advertencia

Cuando al general en jefe del ejército de operaciones le fue trasladado por el gobernador militar de Cádiz el oficio que ya conocen nuestro lectores del comandante de las fuerzas ciudadanas, pasó en la madrugada del día 13 al Municipio una comunicación manifestándole que "no pudiendo consentir un acto de humillación tan depresivo de la nación española, como sería la entrega de las armas al representante de una extranjera, lo ponía en su conocimiento para que por todos los medios que estuvieran a su alcance hiciera saber a la población que hasta las doce del día 13 salieran de ella los ancianos, mujeres y niños para romper las hostilidades y tratar con todo rigor a los rebeldes si no entregaban las armas en los edificios militares del Estado; en la inteligencia de que ya que el Municipio había tenido energía como jefe de las fuerzas ciudadanas para impedir una rebelión desatada, la tuviese en aquellos momentos supremos de angustia para Cádiz a fin de evitar un acto tan depresivo".

"Antes que consentir la entrega de las armas al cónsul de los Estados Unidos -terminaba, diciendo el general en jefe- estoy dispuesto a llevar las cosas al más alto grado de rigor, aun cuando tengan que resultar de él para Cádiz días de luto y desolación. De la sangre que se derrame y de la ruina completa de esa hoy desgraciada ciudad, serán responsables ante Dios y la historia los que, no satisfechos con haberse declarado insensatamente en rebelión, quieren cometer un acto indigno de todo el que siente correr por sus venas sangre española"

En vista de esta comunicación, que sin duda en un concepto equivocado había sido dirigida al Municipio, pues las fuerzas populares no habían querido reconocer nunca su autoridad, éste dio los pasos oportunos cerca del comandante de las mismas, el cual rechazó toda intervención, reduciéndose a decir que las armas se estaban recibiendo en la Casa Consistorial y entregando en los edificios designados.

Entran las tropas

Entretanto, y a once del día, había vuelto a Cádiz el gobernador civil de la provincia, don Gregorio Alcalá-Zamora, que había dejado la ciudad en la noche del día 4, y después de las dos de la tarde verificó su entrada el general en jefe por Puerta de Tierra con todas las fuerzas de su mando, siguiendo por las afueras de la ciudad hasta la Alameda de Apocada ya llegando a la plaza de la Constitución.

Acompañaban al bizarro general Caballero de Rodas un numeroso estado mayor y los generales Alaminos, Ceballos y el gobernador en la plaza y desde este sitio se dirigieron unas a los cuarteles y otras fueron alojadas en la ciudad.

Con la entrada de Caballero de Rodas en Cádiz y la rendición de los rebeldes terminó este sangriento episodio que causó la ruina de la ciudad y produjo numerosas víctimas y daños.

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