Estaban soñando los trenes

perversiones gastronómicas

¿Nos merecemos un Mercado gastronómico en la estación?

José Berasaluce Linares

23 de abril 2016 - 01:00

Estaban soñando los trenes/en la estación, indefensos,/sin locomotoras, dormidos. (Pablo Neruda)

Las estaciones de trenes son espacios de encuentros y de despedidas en el andén. Los mercados, los puentes y las estaciones de ferrocarril formaron parte de la arquitectura del hierro que alumbró la Revolución Industrial. Las estaciones están concebidas como cascos de barcos invertidos con cubiertas a dos aguas más propios de carpinteros de ribera que de ingenieros del siglo XIX. Estas construcciones también nos recuerdan al Mercado del Born en Barcelona (1876), el Puente colgante de Portugalete en Vizcaya (1893) o la impresionante estación de Atocha en 1889 en Madrid.

Son edificios que forman parte del paisaje urbano, de la misma manera son patrimonio público y bienes protegidos, pero sobre todo son objetos que pertenecen al imaginario ciudadano porque existe una apropiación simbólica de la sociedad que los considera suyos y de sus recuerdos, de sus afectos y su propia memoria colectiva.

Por eso, el destino y el uso de estas piezas arquitectónicas no pueden ser solo el capricho de un arquitecto, ni la ilusión de un concejal de urbanismo y ni mucho menos del ánimo de lucro de ningún inversor. ¿Por qué? Porque la ciudad la construimos entre todos y a su vez es la suma de un proyecto colectivo y ciudadano que debe tener un planeamiento legal pero sobre todo debiera estar sometido al debate público.

Hacemos esta reflexión previa, a propósito del nuevo uso previsto como mercado gastronómico, según las noticias aparecidas en Diario de Cádiz, y las apresuradas decisiones que parece que hay que tomar porque unos inversores quieren desarrollar un nuevo negocio gastronómico en nuestra vieja estación de ferrocarril.

Ante todo hay que dar la bienvenida y felicitar a los empresarios por su riesgo y el tesón demostrado. Al parecer hay una alta previsión de creación de puestos de trabajo y además han anunciado públicamente los millones de inversión privada con todo lujo de detalles. No hemos conseguido leer por ninguna parte su experiencia en el sector gourmet, ni la previsión de beneficios, cosa importante porque, en teoría, ya se sabe que las ganancias empresariales de negocios locales siempre provocan un efecto multiplicador en la economía del entorno y, ese dato, debiera ser tan importante como el empleo previsto y la calidad del mismo.

La primera pregunta que podríamos hacernos sería ¿No vale la pena intentarlo siquiera? Por supuesto que sí, pero también debe caber el debate de ideas que a continuación exponemos.

Sorprende, desde un análisis crítico, como no ha sido capaz la ciudad de pensar en otro uso para el histórico edificio. ¿No nos merecemos los gaditanos pensar y hacer una reflexión participativa y serena, antes que entregarle la estación al mejor postor? Dedicar esta gran infraestructura de la ciudad a un proyecto nuclear de la gastronomía nos parece excesivamente simplista. Hay suficiente talento como para pensar otros usos no solo productivos, sino también creativos que permitan un desarrollo más complejo e inteligente de ese equipamiento público.

Solo debemos mirar a nuestro alrededor y ver y conocer el proyecto de la Alhóndiga de Bilbao (Ahora Azkuna Zentroa), un antiguo almacén de vinos de 1905 reconvertido recientemente en un complejo público-privado multicultural donde conviven la cultura, la gastronomía, el cine, la vanguardia contemporánea, el ocio saludable y la actividad comercial.

Podemos observar ejemplos más sofisticados, salvando la distancia y el rango ciudad. ¿Quién no ha visitado París y ha contemplado la antigua estación de trenes D'orsay a orillas del Sena, transformada en la pinacoteca impresionista más importante del mundo, un auténtico núcleo de poder europeo de la economía de la cultura?

Sin ánimo de ser pesimistas también debemos pensar en cómo las ciudades más cercanas han resuelto estos edificios. La vecina Sevilla lleva más de 20 años con la antigua estación de Plaza de Armas (Estación de Córdoba) languideciendo en un edificio sin alma, condenado a una actividad comercial que no remonta y que ningún sevillano la ha hecho suya. (Valga como ejemplo la reciente salida anunciada de Mercadona de ese centro comercial)

No todo puede funcionar como el mercado gastronómico de San Antón de Madrid, ni como las hispalenses Naves del Barranco junto al puente de Triana recientemente inauguradas (por cierto, con muchos menos puestos que los previstos en Cádiz).

También abundan ejemplos de mala práctica porque todo huele a moda pasajera y a burbuja gastronómica como el cierre fulminante de Isabella en el madrileño Paseo de La Habana o el de la Plaza de Toros de Málaga, que arrastra deudas y dudas de los pequeños emprendedores que apostaron en su día por ese efímero mercado.

También nos preguntamos si el rincón gastronómico de nuestra Plaza de Abastos se vería perjudicado, pero no solo es una cuestión de amenazas sino de valorar expectativas y de aportar ideas que puedan completar la oferta hostelera.

Es necesario ayudar a construir en positivo ese gran mercado y en este empeño habría que establecer alianzas con agentes culturales, tender puentes a la clases creadoras de la Bahía. La Fundación de ferrocarriles españoles es junto a la Asociación de amigos del ferrocarril uno de los activos culturales y ciudadanos más singulares. Conocer la experiencia del Mercado de Motores con el arte en la vieja estación de Delicias de Madrid y sobre todo construir un relato que haga de nuestro querido edificio no solo un centro de consumo sino un espacio de convivencia.

El eje Cádiz-Jerez fue una de las primeras líneas ferroviarias del país en el siglo XIX para dar salida ultramarina a la incipiente industria del Sherry. ¿No son el vino, el mar y el tren tres elementos lo suficientemente importantes como para construir un discurso atractivo?

Pensemos entre todos. La vieja estación se lo merece

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