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Obituario

El santo silencioso

  • El padre Enrique Mazorra murió el día 8 en Granada pero dejó como legado la Fundación Virgen de Valvanuz, con la que se atiende a los más vulnerables

El padre Mazorra, junto a María Dolores Moreno, presidenta de la Fundación Virgen de Valvanuz.

El padre Mazorra, junto a María Dolores Moreno, presidenta de la Fundación Virgen de Valvanuz. / FVV

La vida de las personas se apagan pero sus obras perduran para siempre. La del padre jesuita Enrique Mazorra se acabó el 8 de enero en Granada pero en su larga vida ha dejado un legado del que se pueden beneficiar mucha gente, en especial, los más vulnerables de la sociedad.

“Un santo silencioso”. Así lo definen la hermana María Dolores Moreno, presidenta de la Fundación Valvanuz, y María Manuela Pinillos Pérez, que está en la misión de Paraguay y ambas religiosas de la Pequeña Compañía de Jesús que creara este jesuita durante su presencia en Cádiz en los años 70.

En la capital gaditana todo el mundo conoce la Fundación Virgen de Valvanuz y el trabajo que realizan con las personas sin hogar y con las familias más necesitadas, pero pocos saben que detrás de esta organización estuvo la determinación del padre Enrique Mazorra, un cántabro procedente de Selaya y que se afincó con su familia en Sevilla, donde tras estudiar con los jesuitas le llegó la vocación.

Era un tipo muy formado desde el punto de vista religioso y, de hecho, era profesor de teología en la Universidad de Granada. Sin embargo, su pragmatismo y la facilidad que tenía para llevar grupos y embarcarse en grandes empresas, le hizo bajar a lo terrenal.

Estando destinado en Cádiz como superior de los jesuitas, a través de un grupo que tenía en la Iglesia de Santiago, fundó la Pequeña Compañía de Jesús en el año 1972 que fue el germen posterior de Virgen de Valvanuz.

Esta no llegó hasta unos años más tarde y aunque en Cádiz era donde se realizaba gran parte de la labor con los más necesitados, el padre Mazorra habló con sus progenitores para que el capital que tendría que recibir en herencia en el futuro, lo fueran orientando a una fundación para los pobres. De esta manera, un piso de Pagés del Corro en Sevilla se convirtió en la primera sede de Virgen de Valvanuz, aunque años después ya pasaría la sede a Cádiz, cuando se pudieron hacer con una finca de los jesuitas, y abriría otro piso en Málaga. Finalmente, pasó al otro lado del Atlántico y creó una gran obra primero en Argentina y posteriormente en Paraguay.

En América se puso en marcha, por ejemplo, el proyecto Madre Tierra, donde se adquirieron 18 hectáreas de tierra para 11 familias, a los que se les dio a cada uno una parcela para poder tener su casa y un huerto grande.

Las dos religiosas se emocionan al recordarlo con pasión. Hablan de su delicadeza y lo tienen como a un padre. Hoy no está físicamente, pero sí en su corazón y en las obras que dejó en la tierra.

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