Cádiz

Un problema mundial

Un veterano policía, curtido en mil batallas en el norte de África, me explicaba en una tranquila charla de sobremesa hace unos días que el problema de la inmigración sólo puede arreglarlo Europa en el propio continente africano. La cuestión es tan sencilla de entender como complicada de solucionar. Los flujos migratorios han cambiado. Una vez firmado el convenio pesquero, una vez comprobado que no estamos ante una reedición de la crisis de los cayucos, parece evidente que el efecto llamada es una realidad. Las mafias que controlan la inmigración han girado su mirada hacia España tras comprobar que mientras que en Italia se endurecen las leyes aquí se acondicionan pabellones para acogerlos, se contratan autobuses y se buscan recursos para atender a los recién llegados a pie de playa. Antes de zarpar en las pateras les dan un móvil y el número al que llamar para que Salvamento Marítimo acuda al rescate. Porque hay vidas humanas en juego y eso está por encima de todo.

Las estimaciones hablan de que la población de África se multiplicará por cuatro en 2050. ¿Cómo frenar un tsunami de hambrientos en busca de sus derechos más elementales? ¿Cómo no ayudar a quien huye de la guerra, del hambre, del ébola, de los asesinatos tribales?

Solo hay una solución: con dinero. Inversión europea gestionada por europeos. El remedio no es que la UE entregue a los gobiernos de países del África subsahariana cientos de millones de euros cuyo destino puede ser una cuenta en Suiza. Nadie quiere alejarse de su tierra y su familia si tiene un futuro allí. Hay que enseñarles a labrárselo, invirtiendo en África, el continente donde el hombre nació y del que ahora huye jugándose la vida. Es hora de dejar los parches, las limosnas, es el momento de ayudar de verdad pero con cabeza. Culpar a Marruecos de que no vigila sus costas es de un cinismo insultante. Marruecos se asfixia por la presión subsahariana mientras que la Europa rica sigue pensando que el problema sólo concierne a España, Italia... y a África. Cuando la realidad es que esto ya no tiene freno.

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