¿Un noble ilustrado o un sabio gaditano incansable?

Prólogos en la Costa

Gaspar Molina Zaldívar, marqués de Ureña, fue arquitecto, militar, académico, poeta, científico, músico, tratadista y pintor

Cádiz sería menos Cádiz sin estos hombres sabios, casi olvidados, que hoy nos susurran su vida

Retrato de Gaspar Molina Zaldívar, marqués de Ureña.
Ángel Guisado Cuéllar

13 de octubre 2025 - 07:00

Es evidente que esta ciudad, que pisamos y disfrutamos cada día, se debe a muchos personajes ilustres y a miles de ciudadanos anónimos que fueron aportando su soplo vital al del territorio que habitaban hasta transmitirnos esa herencia intangible e inclasificable que flota en el ambiente. Uno de esos personajes que no son especialmente recordados pero que tuvieron su importancia por lo que hicieron y por lo que influyeron en otros es Gaspar Molina Zaldívar. Quizás, más conocido como el III marqués de Ureña y conde de Saucedilla, caballero de Santiago, que nace en noble familia en Cádiz, el 9 de octubre de 1741, y fallecería en la Isla de León en 1806. Más que ilustrado, podríamos calificarlo de verdadero ‘hombre renacentista dieciochesco gaditano’: arquitecto, militar, intendente de la Armada, académico (de la RAE, de la de Historia y de Bellas Artes), poeta, científico, músico (destacando como compositor e intérprete de violín, viola, fagot, oboe, flauta, órgano y clave), tratadista y pintor. Interesado en tantas áreas de conocimiento como oportunidades le dieron sus viajes, amistades y experiencias vitales. Se inicia su educación en Cádiz, pasando luego al Seminario de Nobles de Madrid y comenzando posteriormente su carrera militar como teniente en el Regimiento Granada. Casado con María Dolores Tirry y Lacy en 1766, sería padre de cinco hijos.

De su faceta como arquitecto, todavía podemos seguir admirando la Población de San Carlos, el puente Ureña, el Observatorio Astronómico de San Fernando y su indudable influencia en el proyecto de la Santa Cueva (uno de los edificios emblemáticos del Siglo de Oro gaditano) así como en la catedral ‘nueva’. Pero no solo abordaba la cuestión técnica arquitectónica, también ejerció su autoridad moral e intelectual al escribir sus ‘Reflexiones sobre la arquitectura, ornato y música del templo, contra los procedimientos arbitrarios sin consulta de la Escritura Santa, de la disciplina rigorosa y de la crítica facultativa’. Dicho de otra manera, una obra sobre criterios estéticos en cuanto a la construcción, aspecto, decoración y música en los templos que estaban experimentando la transición del barroco al neoclasicismo. Quizás lo más curioso de esta obra sea que ‘arbitró’ en la polémica entre clero y músicos respecto a qué instrumentos musicales eran adecuados, o no, para ser empleados en el culto divino. Frente al criterio restrictivo del clero en considerar admisible solamente voces y órgano (o el armonium), desechando los violines por no ser dignos, las pujantes capillas musicales gaditanas esgrimían los gustos italianos y centro europeos en que era más que admisible la participación de las orquestas sin límites de instrumentos. Finalmente, resolvería el marqués de Ureña que nada había de poco decoroso en el empleo de las capillas musicales con orquestas en los cultos divinos (para especial satisfacción de los numerosos músicos que había en la ciudad alrededor de los teatros de ópera italiana o francesa de Cádiz).

Portada de la publicación 'El Imperio del Piojo Recuperado'.

Pero si podemos destacar una obra entre sus diferentes escritos, sin duda tendríamos que citar las notas y manuscritos de su viaje europeo (Gran Bretaña, Francia y Holanda, entre 1787 y 1788), que transcribiría y editaría María Pemán Medina en 1992, dándonos a conocer el perfil e intereses más personales de Gaspar Molina Zaldívar. Con su extraordinaria formación, curiosidad y experiencia vital, aprovecharía este viaje para extender sus conocimientos sobre arquitectura, artes, ciencias, cultura y costumbres de los países más ilustrados de su tiempo. Cabe señalar incluso la anécdota de haber asistido a conciertos en Londres y en París organizados por logias masónicas. Retornando a Cádiz trayendo consigo un copioso equipaje con instrumental para un laboratorio de ciencias y químicas. Todo ello vendría a completar y engrandecer su magnífica biblioteca y laboratorio donde él mismo experimentaba en los progresos de la época.

Quizás su talante gaditano también se vería reflejado en su obra ‘El Imperio del Piojo Recuperado’, escrita bajo el pseudónimo Severino Amaro con versos tan escogidos como “Salgamos o piojos, salgamos del Cotarro, Y llevemos la Roña, y llevemos la Tiña, Estendiendo el asombro por la basta Campiña”. O en su famosa ‘La Posmodia (poema en cuatro cantos) por uno que lo escribió’, donde su aguda ironía y fineza se tiñe de reconocibles gaditanas maneras: “Afortunado aquel que anda y no trota, E imita más al pavo que al aguilucho, Que es lo que por camino carretero, Le da el último ser al majadero”. Este opúsculo sería un resultado del ‘Regimiento de la Posma’, que no era otra cosa que la reunión de intelectuales e ilustrados que satirizaban las costumbres de la época en su tertulia. Ciencia, letras y humor como nexo de unión entre destacados intelectuales gaditanos de la época.

Cádiz sería menos Cádiz sin estos hombres sabios, casi olvidados, que todavía hoy nos susurran su vida al contemplar edificios y aires del siglo XVIII. Por suerte, su retrato nos interpela a su recuerdo en diferentes lugares como la Santa Cueva o desde la galería pictórica del Museo de las Cortes.

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