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Patrimonio

Los grandes casas con historia en Cádiz

La Casa Palacio Moreno de Mora.

La Casa Palacio Moreno de Mora. / Jesús Marín

El esplendor económico de Cádiz gracias al comercio con las colonias no trajo a la ciudad la erección de grandes palacetes y de villas visualmente potentes, como sí ocurrió en otras poblaciones que también tuvieron relevancia durante esta larga época de florecimiento económico.

La falta de terrenos, en una ciudad agobiada desde siempre por su recinto amurallado y con una extensión de poco más de un kilómetro cuadrado, no animaba a dedicar grandes espacios a la vivienda, a la vez que hacía imposible contar con residencias enriquecidas con amplios jardines. No hay que olvidar que los extramuros, donde sí había suelo suficiente, era una zona de granjas y descampados, escasamente protegida ante un ataque exterior y que, con el tiempo, tendría la servidumbre urbanística impuesta por el Ministerio de la Guerra a la hora de limitar la altura de construcciones hasta llegar a la altura de la parroquia de San José.

Pero tal vez lo esencial fue que quienes manejaban el dinero en Cádiz eran burgueses. Nada, o apenas nada, de títulos nobiliarios. Y por ello, las casas que se construían en la ciudad traslucían el esfuerzo que habían tenido que hacer a lo largo de su vida para tener un patrimonio más que holgado.

Es por ello que quienes visiten Cádiz con ojos de turistas les costará descubrir en sus fincas la riqueza del pasado. Sólo casos puntuales como las casas palacio de Luis Gargollo (que después fue sede del Banco de España y hoy lo es de la Cámara de Comercio) y la de Moreno de Mora (que por herencia pasó a manos de los Carranza) sí tienen una relevancia estética con sus imponentes fachadas que, a la vez, se traslada a interiores deslumbrantes, sobre todo la finca de Ancha que aún mantiene su carácter de residencia particular.

Interior de la Casa de la Banca Aramburu. Interior de la Casa de la Banca Aramburu.

Interior de la Casa de la Banca Aramburu. / Jesús Marín

Visualmente casas de apellidos fundamentales en nuestra historia reciente a veces se podían confundir con fincas de vecinos, hasta el punto que en algunos casos, ahí está la Casa del Almirante, tuvieron esta función.

En todo caso, el Plan de Ordenación Urbana protege estas edificaciones, tan relevantes en nuestra historia comercial, política, social y cultural, con el máximo grado de control para evitar desmanes en sus fachadas e interiores (lo que no evitó en su día el desmantelamiento interior tras fallecer algunos de sus propietarios).

Son aproximadamente una treintena de fincas, con denominaciones que van desde las “casas barrocas”, especialmente en Santa María, a las “casas burguesas” presentes en la zona centro, y las “casas palacios” desperdigadas por intramuros.

El tiempo ha herido peligrosamente alguna de estas construcciones, a pesar de la protección del PGOU. Ha sido en los últimos años, o meses, cuando se ha iniciado un proceso, lento y tal vez desapercibido para la mayoría de los ciudadanos, de recuperación de este patrimonio gracias a la iniciativa privada.

Grandes fincas ubicadas en Veedor, Sagasta o Manuel Rancés se han salvado de una quiebra que en algunos de los casos era casi inminente gracias a su reconversión en equipamientos hoteleros. Y por lo visto de lo ya ejecutado los promotores han sabido recuperar el esplendor pasado. Pendiente en este nuevo uso está la Casa del Almirante, tras una espera que se hace demasiado larga.

La administración también ha puesto su granito de arena, empezando con la antigua transformación de parte de la Casa Amaya en una ampliación del Ayuntamiento. La Junta también ha aprovechado este legado arquitectónico mientras que languidece peligrosamente el edificio isabelino del siglo XIX sede de un Casino de futuro incierto.

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