En la muerte de Pérez-Llorca

El gran colaborador de Suárez, el diplomático “olvidado”

  • Pérez-Llorca culminó la integración de España en la OTAN y puso en marcha la negociación para el ingreso en la Comunidad Europea

José Pedró Pérez-Llorca, durante su intervención en septiembre de 1982 en la Asamblea General de la ONU

José Pedró Pérez-Llorca, durante su intervención en septiembre de 1982 en la Asamblea General de la ONU

“He sido un leal colaborador, pero no he sido un íntimo” decía Pérez-Llorca en una entrevista publicada hace unos años en este periódico, cuando se le preguntaba por su bien conocida cercanía con Adolfo Suárez. La respuesta era tal vez síntoma de modestia y de prudencia diplomática, cualidades reconocidas como bases del buen hacer del jurista y político gaditano, “algo olvidado” como él mismo decía con cierto suspiro de alivio. Ese olvido evidente (él siempre figuró menos que Fraga o Roca, por ejemplo, entre los siete ‘padres de la Constitución’) le permitía pasear tranquilamente y acercarse, por ejemplo, a las manifestaciones del 15-M en Madrid “a ver qué era aquello”.

Pese a ese ‘olvido’ de su crucial aportación a la Constitución de 1978, José Pedro Pérez-Llorca fue bastante más que ese “leal colaborador” con el presidente de la Transición. No se debe olvidar que en aquellos años, tras casi cuarenta de dictadura, España estaba asomándose al mundo y que cada vez que lo hacía era mirada y evaluada con lupa por la comunidad democrática de países que la rodeaban. Buena parte de esa labor de urdimbre de un país nuevo, y de su presentación en la sociedad mundial, le correspondió a ese gaditano con fama bien ganada de astuto.

Pero a la hora de recitar la cantidad de tareas importantes que le encomendó el Duque de Suárez, no dejaba de quitarse importancia: “Era uno de sus hombres”, decía, pero la verdad es que en el primer gobierno constitucional fue ministro de la Presidencia y de Relaciones con las Cortes, lo que le permitía tener “el filtro de lo que va a arriba, el hilo de lo que va al Parlamento y el ‘insértese’ en el BOE, sin el cual no se publica. O sea, que eres el que llevas el hilo rojo. Lo que pasa es que ese hilo es de acero y a veces, al manipularlo, te haces daño”.

Cuenta que “a Suárez le gustaba mucho cambiar el banquillo”, pero fue por la confianza que tenía en él, la misma que le llevó a confiarle la ponencia constitucional, por lo que quiso enconmendarle la vicepresidencia del Gobierno. “Pero encontrarme con puñaladas traperas en mi espalda era un dolor y se me iban a estropear todas las chaquetas. No me apetecía, más bien me horrorizó”, confesó.

Suárez no se tomó muy bien la negativa, y le hizo otro encargo: “Finalmente me dijo, ‘te necesito para esto de las autonomías, te vas a Administración Territorial’. Lo acepté por el sentido de la responsabilidad. No quería subir al podio”. En sus tan queridos movimientos de banquillo, Suárez le encargó por último un ministerio fundamental en aquellos tiempos en que España se estaba resituando en el mundo, el de Asuntos Exteriores, departamento que ocupó dos años, 1981 y 1982.

En ese corto periodo le dio tiempo a iniciar al menos dos procesos fundamentales que marcaron lo que es España hoy: el ingreso de España en la OTAN, en cuyo acto formal de entrada representó a nuestro país, y la integración en la Comunidad Europea, que culminó el posterior gobierno socialista. La primera le costó grandes disgustos por la cruda oposición que generó, y que en algunos casos él consideró como “demagogia fácil”: “Siempre recordaré cuando estaba en mi despacho, y pasaban las manifestaciones, ‘OTAN no, Bases fuera, Gobierno traidor’, uno de los que más gritaba luego tuvo un alto cargo en la OTAN”.

Esa intensa relación con el presidente al frente de unos momentos históricos “se fue diluyendo después de que el partido (UCD) se deshiciera, aunque nunca dejó de ser cordial. Yo no dejé la política, sino que la política me dejó a mí”, ha reconocido Pérez-Llorca, quien sin embargo tiene clara la importancia de la figura histórica de Suárez: “La tenemos que preservar. Él experimentó el cambio, hizo algo muy complejo y lo hizo bien. No creo que con él se deba caer en revisionismos. Defendió la libertad cuando él no venía de ella, y a veces, por esa misma libertad que él ayudó a construir fue tratado muy cruelmente”.

En su cargo de ministro de Exteriores, el de dar la cara ante el mundo, a Pérez-Llorca le tocó lidiar con el asunto nunca resuelto de Gibraltar, que en algún momento se llegó a pensar que caería del lado español tras el ingreso en la OTAN, pero la historia no nos favoreció: “La negociación del Peñón estaba avanzada, y la guerra de las Malvinas lo arruinó todo”, contaba Pérez Llorca, quien en septiembre de 1982 centró su intervención en la Asamblea General de la ONU en el tema de la Roca, y pidió que la negociación con el Reino Unido fuera “auténtica y de buena fe, y que contemple la raíz misma del contencioso: la cuestión de la soberanía”.

En otra entrevista, fechada en 2002, sin embargo reconocía que la solución al contencioso de la Roca no podía basarse en la reclamación de esa soberanía “porque en pleno siglo XXI una transferencia territorial entre dos países, con el añadido del rechazo expreso de su población, es algo muy difícil de conseguir”. Así que incidía en la economía: “Cuando no haya tanta diferencias entre los dos lados de la Verja, los obstáculos tradicionales tenderán a desaparecer”, vaticinaba el padre de la Constitución que defendía que la reforma de esta “no puede ser un tabú”.

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