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OBITUARIO

Un creyente coherente, un eficiente profesor universitario y un esperanzado ministro de Dios

Confieso que me resulta difícil precisar el rasgo más caracterizador del perfil humano, profesional y sacerdotal de Juan Piña Batista, un hombre plenamente consciente del momento histórico, de la situación eclesial y del contexto sociológico en los que ha desarrollado sus diferentes trabajos pastorales y profesionales. Ha sido un creyente que ha vivido su fe de manera coherente, un profesor universitario que ha desarrollado eficientemente las tareas docentes, investigadoras y de gestión en la Universidad de Cádiz, y un sacerdote esperanzado que ha ejercido con ilusión su ministerio en diversos organismos diocesanos y en varias parroquias. Cursó los Estudios Eclesiásticos en el Centro interdiocesano de Sevilla, Catequesis en la Universidad Salesiana de Roma y alcanzó el grado de Doctor en Psicología en la Universidad de Cádiz. Fue párroco en San Juan de Dios de Ceuta, del Santo Cristo, en San Fernando, de Santo Tomás y El Rosario en Cádiz, director del Secretariado de Misiones y del de Ecumenismo, vicario episcopal de la zona de la Bahía, miembro del Consejo del Presbiterio y profesor de Religión del Colegio del Amor de Dios y de la Facultad de Ciencias de la Educación donde también ejerció como vicedecano. Siempre atento a las necesidades de los alumnos y de los feligreses, orientó sus múltiples tareas siguiendo las pautas fundamentales del Evangelio y los dictados de su propia conciencia.Durante los últimos meses, mediante su serena manera de sobrellevar la enfermedad, nos ha mostrado el grado de su densidad humana y la altura de su talla espiritual. Tras mirar a los ojos de la enfermedad y de reconocerla como la mensajera de la muerte, decidió convivir con ella sin culparla del mensaje que le traía. Siguió su vida enredado en las terapias prescritas pero, también, sabiendo burlar el cerco, trabajando en las tareas pastorales y profesionales a las que se había comprometido. Durante todo su rico y variado itinerario vital nos ha mostrado su notable capacidad para encajar las adversidades, su paciencia, su entereza, su constancia y su firmeza en sus profundas convicciones evangélicas. Ejerció su trabajo con serena disposición y en ningún momento desmereció de su espíritu crítico.Su vida y su muerte nos ofrecen una visión esperanzadora para los hombres y para las mujeres que aquí se han esforzado por la noble, por la difícil y por la imprescindible tarea de la enseñanza. Su entera existencia nos ha proporcionado esa otra visión positiva de un más allá que empieza aquí, en todos nosotros, en el recuerdo inmarcesible y firme, en la palabra dada, en el amor fraterno, en la esperanza compartida. El profesor Juan Piña constituye la demostración visible de que el ejercicio de la enseñanza –compatible con las labores sacerdotales– es una tarea que, además de favorecer el cultivo de las ciencias, de las letras y de las artes, ayuda de manera eficiente a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.Su trayectoria docente e investigadora, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su seriedad profesional, le ha servido como papel pautado sobre el que ha plasmado los rasgos que adornan a los profesores creyentes que, además de profesionales, son seres humanos y humanistas.Cumplió con sus múltiples obligaciones con la naturalidad que le era congénita y, en las diferentes situaciones, se entregó con intensidad a los fieles y a sus alumnos. Apoyado en convicciones profundas, la calidad y la claridad de sus conceptos, el rigor de sus modelos científicos, éticos y religiosos, y la transparencia de su lenguaje, fueron permanentes invitaciones para que uniéramos el trabajo y la vida, para que buscáramos sin desmayo la verdad posible y para que optáramos con decisión por los valores trascendentes. Con su madre, hermanos y hermanas, somos muchos los que nos sentimos apenados. Que descanse en paz.

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