Cádiz

La botella casi llena, ¿verdad?

  • Mal trago. Una brillante polemista como Susana Díaz estuvo ayer menos dominadora que de costumbre. Repitió promesas, dibujó una región líder y no ganó el pulso a sus adversarios

Susana Díaz en la tribuna durante una pausa del debate de ayer.

Susana Díaz en la tribuna durante una pausa del debate de ayer. / JUAN CARLOS MUÑOZ

A Susana Díaz y Juanma Moreno les separa bastante más que la ideología o la ambición de poder. Hay una falta de química entre ellos, que ayer se puso de manifiesto de manera agria en un debate con aires de precampaña. Él la ve soberbia y chula; ella lo considera frívolo y canalla. Tanto se perdió la compostura que su enfrentamiento superó de largo los habituales rifirrafes entre las jefas del PSOE y Podemos. Algo que ayer no se produjo, y no porque no lo intentara la presidenta, algo desarmada ante la seria exposición planteada por Teresa Rodríguez. O quizá porque pagó su agarrada con Moreno, que abrió el debate por la tarde. El jefe del PP fue de más a menos. Juanma descalificó el discurso de Susana y lo comparó con viejas promesas del presidente Chaves en sesiones semejantes: la Andalucía imparable, la del pleno empleo, la de las habitaciones individuales en los hospitales. Para concluir que hay una Andalucía oficial en estos discursos y otra Andalucía real muy diferente.

La presidenta vende como un gesto magnánimo que en vez de un debate sobre el estado de la región, haga dos al año. El aserto tiene trampa, porque el formato la beneficia y es una plataforma de propaganda. Aunque ayer no tuvo su mejor día. En su discurso inicial anduvo tensa; "insegura", dijo Maíllo. Una muestra: cogió una muletilla que iba colocando aquí y allá, decenas de veces, para rematar y darle énfasis a lo que acababa de decir: "¿verdad?"

Así, en plan coloquial, tanta verdad, resultaba el contrapunto de Trump, que siempre mete la palabra falso en cualquier párrafo. Más allá de la anécdota, la muletilla le quitó tono institucional a su intervención. En sus intercambios con Teresa Rodríguez y Juan Marín lo mejoró, y repitió varias veces "¿verdad que sí?" No es corriente que tenga ese tic, pero lo cierto es que fue un festival de verdades. Cuando Maíllo le advirtió del abuso del latiguillo, se sulfuró y le acusó de ridículo.

En la apertura anunció planes, leyes, decretos. Planes de fomento del empleo privado en la industria, ofertas de empleo público, leyes de emprendimiento o formación profesional, gratuidad en las matrículas de los alumnos de la UNED, una estrategia andaluza de lucha contra la violencia de género... Pero hubo también una fuerte autocomplacencia. Sin hacer una relación exhaustiva, dijo que Andalucía es la economía que más crece de España, la que crea más empleo, la única con fondos incondicionados para los ayuntamientos, la que está a la cabeza en la lucha por la igualdad entre todos los territorios, la que tiene un medio rural como ningún otro, la comunidad autónoma que más ha cambiado, la que encabeza la aplicación de la memoria histórica... O sea, que es un ejemplo de equilibrio, crecimiento y estabilidad. Y la falta de convergencia es debida a una insuficiente financiación, a un sistema injusto y peor aplicado, o a un fondo de compensación interterritorial devaluado.

En definitiva, si en los debates quincenales Díaz suele ver la botella medio llena cuando la interpelan por la alta tasa de paro, el deterioro de la sanidad pública o los malos ratios en educación, en los grandes debates semestrales, la botella aparece casi llena. O casi vacía, cuando se trata de reprochar al Gobierno de la nación sus muchos desaires con la región, como el recorte en las inversiones o la no aplicación del principio de adicionalidad a los fondos europeos.

Un decorado propagandístico demasiado evidente. Así que cuando entró en escena Moreno, el contraste fue excesivo y saltaron chispas. Encima el dirigente popular se puso faltón. La acusó de que sus promesas son una forma de huir, o de presumir de estabilidad, pero la estable Andalucía ha tenido una subida de paro similar a la inestable Cataluña. Le espetó que su ambición genera inestabilidad, como cuando adelantó las últimas elecciones autonómicas "porque le convenía".

Y fue irritando a su adversaria a medida que desplegaba su intervención: le señaló que reina pero no gobierna o que "el principal problema de Andalucía no es el paro, sino Susana Díaz". Afirmación muy dura, tan dura como la que le dijo, exactamente igual, la propia Díaz a Pedro Sánchez en el debate de las primarias. Tanto se animó Moreno que confundió su habitual muletilla "señora Díaz" y soltó un "señora mía". Fue justo antes de diagnosticar que padece el síndrome de San Telmo y tacharla de soberbia.

La presidenta salió con mucho gas, según sostuvo ella misma. Primero le dio la vuelta a la palabra soberbia, y se acogió a la acepción del diccionario que significa grandiosa, magnífica, como su victoria electoral de 2015. (Y la consiguiente derrota de su rival, cuyo partido perdió 15 escaños aquel día). Convirtió también las descalificaciones a ella o su partido en ataques a Andalucía: se puso delante de los nueve millones de andaluces para defenderlos de la "Andalucía negra" que pinta el jefe del PP. Un rato después acusó a Maíllo de lo mismo.

La cifra corresponde al síndrome de la botella casi llena: son unos 8,4 millones de habitantes, pero la presidenta siempre redondea por arriba. Y atribuyó a Moreno una falsa denuncia de fraude en los cursos de formación, que calificó de frívola y canalla. Perdidas ya las maneras, Moreno la culpó de chulería y ella se puso muy disgustada con la "ofensa personal". Se supone que lo de frívolo y canalla fue dicho con todo el cariño...

Rodríguez planteó un debate serio, ajeno a las reprobaciones que suele. Instó a la presidenta a hacer más por el cambio de modelo productivo, para que Andalucía no quede como reserva de mano de obra barata, cementerio nuclear en Hornachuelos de 6.000 nuevas toneladas de residuos procedentes de Garoña, o almacén de gas en Doñana. Y le reprochó que diga que el SAS tiene el mayor presupuesto de su historia, cuando en realidad respecto al PIB hay un descenso notable.

Como una tenista que recibe del campo contrario pelotas blandas, Díaz no acabó de encontrarse cómoda e intentó acerar su discurso. Acusó a la jefa de Podemos de populista, demagoga, trasnochada y aliada de la derecha rancia. Eso sí, Susana la pilló en un aprieto cuando le preguntó qué opinaba de la cuestión catalana. Si estaba con las barbaridades de Iglesias o con los disparates de Urbán. Teresa no contestó. La presidenta intentó hacer lo mismo con Maíllo, en el intercambio más áspero tras el de Moreno.

Díaz ninguneó al jefe de IU: dijo que era el actor secundario de la nueva confluencia y que ya había debatido con su actriz principal. Para una política que se duele tanto con los ataques personales, pareció excesiva su destemplanza. Maíllo, como Marín, le echaron en cara que no se hayan renovado los puestos en el Consejo de administración de la RTVA, en la Cámara de Cuentas o en el Consejo Audiovisual.

No les salen las cuentas; todos miran ya al final de la Legislatura. Fue el primer debate de la larga precampaña que nos espera.

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