Cádiz

La barquilla más sabia de La Caleta

Hay personas capaces de llenar con su sola presencia todo un mundo. Personas que con su ausencia dejan un enorme vacío y una sensación de orfandad, aunque también un enorme legado y un ejemplo de vida. Emilio López tenía ese don y el de aunar en una misma persona el sentimiento de toda una ciudad, desde las cofradías al carnaval, desde la política a la vida social. Nada escapaba a su carácter abierto y a su generosidad con todos.

Un humanista, como lo definió ayer su amigo del alma Antonio Cabrera. Culto y con una memoria prodigiosa, era una suerte enorme poder trabajar junto a él pues poseía muchas de las claves de una ciudad como Cádiz.

Emilio hacía un periodismo hablado, fresco, recién cogido de la calle, y lo servía cada día en el periódico con una alegría y un sentido del humor que lo hacían único, irrepetible.

Antes de que le visitara la enfermedad, que afrontó con un enorme coraje y valentía, había comenzado a escribir las 'Barquillas de Lope' en las páginas del Diario, una crónica en papel de esas historias que él encontraba en la calle, una calle que se le hacía siempre eterna porque se paraba a saludar cada diez metros.

Tristemente aquellas barquillas se interrumpieron y no tuvieron la singladura deseada. Cuántas historias habrían llegado a nuestras manos contadas de esa forma tan especial, tan sabia y tan cabal. Ahora, cada vez que miremos a su querida Caleta y veamos esas otras barquillas fondeadas sobre el mar, la mar que tanto amó, nos acordaremos de él, de sus frases antológicas que seguiremos repitiendo, y le daremos las gracias por todo lo que nos enseñó. Hasta siempre, querido amigo.

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