Cádiz

Sabias de la vida, aprendices de la lectura y la escritura

  • Un grupo de once mujeres del barrio del Mentidero asisten lunes y miércoles a clases de alfabetización promovidas por la asociación de vecinos, que les brinda ahora la oportunidad

“Hoy vamos a hacer un dictado”. Son las seis de la tarde del miércoles y en una mesa se reparten libretas, lápices, gomas,... Preside la mesa una profesora, y tras ella cuelga de la pared una pizarra dispuesta a ser usada. Ah! Y un detalle más: las alumnas son mujeres adultas. Son once vecinas del barrio del Mentidero que todos los lunes y miércoles acuden a la sede de la asociación de vecinos para aprender a leer y escribir.

Las circunstancias en la vida de Isabel, Pepi, Josefa, Angelita, Antonia, Rosi, Juani, Maribel, Carmeli, Milagros y Conchi les han impedido poder realizar estudios. “Mi infancia ha sido trabajar y trabajar”, comenta Josefa –Purri, como todos la conocen en el barrio–. “Y la mía bregar y cuidar a mis hermanos porque mi madre tenía que trabajar”, añade Antonia. Todas están en la misma situación porque, como ellas afirman, “eran otros tiempos”. Así que los recuerdos de una infancia en el colegio son bastante leves para ellas. “La primera vez que pisé un colegio fue con 45 años”. “Yo sólo fui un par de años, para aprender lo básico y empezar a trabajar; y ahora ya se me ha olvidado todo”. “Pues yo hice la comunión en un colegio y ya no fui más”.

Los comentarios se van sucediendo entre este particular grupo de alumnas, que después de obtener el doctorado en la vida han decidido codearse de nuevo con lápices, gomas y libretas para aprender algo de lo que en su día no tuvieron oportunidad. “Y además de aprender, es una distracción bonita”, apunta Rosi, destacando también que así han podido conocerse entre ellas. Purri también fija otro motivo por el que asistir a estas clases: “uno es aprender, y otro salir del sofá”.

La monitora, Almudena, comienza el dictado de un párrafo extraído del Cuento de Navidad de Charles Dickens. Y la clase empieza a revolucionarse. Una no entiende muy bien algunas palabras. Otra dice no ver muy bien, aunque rápidamente asegura a Almudena que la próxima semana irá a recoger las nuevas gafas que se ha comprado tras graduarse la vista. Dos más copian entre ellas una tarea encargada hasta que la monitora se da cuenta... Hay cosas que nunca cambian.

El objetivo principal que Almudena se marca con estas clases de alfabetización es que estas once mujeres aprendan a leer y a escribir perfectamente, intercalando también algunas cuentas. Y si eso lo van a aprender ahora, ¿qué dificultades se han encontrado estas mujeres en sus vidas con motivo de estas limitaciones? “Hombre, pues tú imagínate a la hora de rellenar papeles, que nunca sabíamos lo que significaba”, apunta Pepi. “Yo lo he notado sobre todo cuando mis niños eran pequeños y me preguntaban cosas del colegio; yo nunca sabía qué decirles. Es más, recuerdo que antes cuando había una tienda cerrada siempre les decía que era porque el dueño había muerto”, recuerda Purri. “La alegría es que nuestros hijos ahora tienen carrera, están trabajando,... que saben defenderse en la vida”, reflexiona Angelita con la aprobación general de este último comentario.

El dictado termina y Almudena corrige las pruebas una a una. En el aula se nota cierta tensión, sobre todo cada vez que la monitora coge un cuaderno. “A ver qué me pone” murmulla una. Llevan tres semanas de clases. Apenas seis horas, vamos. Por eso los fallos se suceden. Palabras escritas con ‘c’ en lugar de ‘s’, dos palabras que quedan unidas en una, haches que no se ponen, tildes,...

Todo lo que ha sido corregido será vuelto a escribir en una libreta en la que Angelita pasa a limpio cuando llega a casa las actividades que realiza en la clase. “Eso es para que luego parezca que todo lo hace muy bien”, bromea una de sus compañeras. Pero no es la única que desde que está aprendiendo a leer y escribir hace otras actividades extraescolares: Purrri también dice que hace cosas por su cuenta en un libro que se ha comprado. Y Pepi hace muchos crucigramas “para estar familiarizada con estas cosas”.

La ilusión es patente entre todas las asistentes. Angelita toma la palabra en este sentido para afirmar rotundamente que “me siento muy satisfecha”. Y Rosi la sigue insistiendo en el mismo discurso. “Estamos muy contentas de estar aquí en el colegio”, afirma. De hecho, Purri confiesa que estas clases de alfabetización ha sido el motivo por el que se han “apuntado” a la asociación.

Tanto es así, que algunas han solicitado a Almudena ampliar el número de horas de clase para aprender más contenidos y más rápidamente. Pero claro, es aquí donde llegan los problemas. “No podemos comprometernos mucho porque a veces tenemos que hacer de niñeras”, le explica Antonia a Almudena, consciente de que algunas tardes tiene que quedarse al cargo de sus nietos. “Nosotras tampoco podemos, porque además de en esto estamos apuntadas a gimnasia, a bailes de salón,... Tenemos una agenda muy apretada”, comenta Pepi.

Almudena, que estudió Ciencias Físicas y acumula muchos años de experiencia dando clases particulares, aterrizó en estas clases de alfabetización de manos de la presidenta de la asociación de vecinos del Mentidero, Blanca Marzán. Tres semanas después de iniciar este curso, asegura que trabajar con adultos es “totalmente distinto” a hacerlo con niños. “Requiere más esfuerzo, pero cuando aprenden la satisfacción personal es mucho más grande”, explica reconociendo también que el esfuerzo que tienen que hacer estas once mujeres para aprender los objetivos es mayor.

Explica la monitora de las clases de alfabetización que en este tiempo se puede dividir la clase en dos grupos diferenciados. De un lado, las que ya tenían una base que ahora, muchos años después, están repasando. Y del otro, aquellas que no sabían nada y que en apenas seis horas de clase “ya van leyendo algo”.

Hay un aspecto fundamental en el que Almudena se detiene en referencia a estas clases: asumir que uno no sabe leer ni escribir. “Al principio sí hubo muchos problemas porque la que no sabía pasaba vergüenza. Venir hasta aquí y reconocerlo es muy difícil. Pero ya han superado esa vergüenza”, comenta.

La clase ha llegado a su fin. Son las siete de la tarde, y el grupo recoge el material y se marcha hasta la próxima semana. “Nos vemos el miércoles, y el jueves recuperamos la clase del lunes, que es fiesta”, les recuerda Almudena, que reconoce que cuando vienen todas “es una locura, exactamente igual que los niños”. El miércoles seguirán con sus clases estas once sabias de la vida y nuevas aprendices de la escritura y la lectura.

 

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