Cádiz

Memorias de un noble oficio sólo apto para incombustibles

  • Bomberos jubilados recuerdan los tiempos de una profesión más peligrosa y mal pagada · Se les llamaba la brigada del pañuelo, pues apagaban fuegos con él en la cara y arrastrándose por el suelo

Los bomberos de Cádiz van a abandonar la próxima semana las bóvedas de Santa Elena, uno de los laterales de la histórica Puerta de Tierra que cobija a este servicio desde 1954. La apertura oficial del nuevo parque, en la Carretera Industrial, pone punto y final a 54 años de historia en estas bóvedas, más otros dos años (entre 1952 y 1953) en la parte central del monumento, bajo el torreón, y a un largo peregrinar del Cuerpo en busca de un lugar propio, como el que ahora estrenarán junto al barrio de Astilleros. Los protagonistas de parte de esta historia tienen nombres y apellidos, bomberos de otros tiempos, de cuando el servicio aún era municipal y la ausencia de medios condicionaba cada intervención hasta el extremo de obligarles a asumir riesgos que hoy están en parte superados. Un grupo de antiguos bomberos, jubilados, en segunda actividad o en algún caso aún en activo, se reúnen en las bóvedas de Santa Elena con la intención de rememorar para el Diario cómo eran los bomberos de su época. Todos cuentan sus relatos con énfasis, acentuando el peligro y casi elevándose a la categoría de héroes, lo que se entiende, por ejemplo, cuando explican cómo se apagaba un incendio. Podrían parecer cosas de bomberos, pero son historias tan reales como vivas, tan incombustibles como ellos mismos.

Son Damián Mirón, antiguo jefe del Parque de Cádiz, Luis Bernal, José Luis Haro, los hermanos Diego y Manuel Arjona, Juan González, Vicente Barragán, Miguel Torres, José Luis López y Bienvenido Muñoz. El más joven se ha llevado 33 años en el Cuerpo; el que más, hasta 41 años de servicio. Van llegando escalonadamente al que desde esta semana será el antiguo parque de la capital. Se saludan entre ellos y hacen lo mismo con los bomberos en servicio que ese día integran la guardia de la mañana. Sentados ante la mesa del comedor, empiezan a desgranar historias y a recordar los duros tiempos de una profesión que no era nada atractiva para la sociedad.

Entre los años 50 y 60, cuando el servicio dependía en Cádiz del Ayuntamiento, ser bombero no era de hecho la ilusión de ningún joven, o de muy pocos. Tanto que quienes entonces integraban las tres brigadas del Parque gaditano solían tener otra profesión, por lo general carpintero o albañil, con la que compensaban el raquítico sueldo del servicio municipal. Luis Bernal lo demuestra enseñando una de sus primeras nóminas, de 1973: 8.250 pesetas. Tan poco demandada era la profesión que en los exámenes de ingreso solía haber más plazas que personas presentadas. Incluso recuerdan que algunos jefes iban a la calle en busca de taxistas para que trabajaran como conductores en los camiones de bomberos. Casi nunca con éxito, por cierto.

A esta escasa remuneración había que unir el evidente peligro que representaba el oficio, un riesgo que también hoy existe pero que antes era mayor porque los medios, que no el valor ni el conocimiento, eran escasos. El mejor ejemplo se encuentra en el nombre que recibían los bomberos de la época: la brigada del sombrero: "Cuando había un incendio, entrábamos en las casas con un pañuelo mojado cubriéndonos la cara y echando agua con las mangueras desde el suelo, reptando para evitar el humo, porque entonces no había ni mascarillas ni equipos autónomos de respiración". Entonces los bomberos se servían de palas, picos, machotas y hachas para sus intervenciones, con camiones y mangueras más limitadas que en la actualidad. Mejores medios llegaron más tarde, una parte en los primeros años de los 70, cuando el Ayuntamiento apostó por reforzar el servicio, y ya de manera definitiva cuando nació, en 1982, el Consorcio de Bomberos, de carácter provincial y dependiente de la Diputación.

Pero este grupo de históricos bomberos, mientras va relatando intervenciones ejemplares, recuerda también la entrega al oficio: "Si había algún incendio y nos enterábamos, enseguida nos íbamos para el lugar con nuestros propios medios para ayudar a la brigada que estaba de guardia, aunque estuviéramos libres y disfrutando del día con nuestras familias. Y también atendíamos los sucesos de la provincia, porque no todas las ciudades contaban con servicio de bomberos".

Cuando Juan Carlos Rojas, jefe del Parque de Cádiz, llega a la reunión soltando sobre la mesa fotografías, libros con el reglamento antiguo del Cuerpo, cascos antiguos o recortes de prensa de las principales intervenciones, el guirigay se adueña de la reunión y todos se buscan entre las imágenes, recuerdan a otros compañeros y vuelven a rememorar, colocándose los cascos, los tiempos en los que ser bombero no estaba de moda, ni tampoco bien pagado, pero en los que ellos demostraban que se trataba de un oficio para incombustibles. También hoy, escuchándoles hablar con tanta pasión, se diría que ellos, pese al evidente paso de los años, se siguen sintiendo bomberos.

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