tribuna

Llamados al gozo de ser santos

  • El Papa no ha dejado de repetir la llamada a la santidad que Dios hace a todo cristiano y evita presentarla como una gran experiencia mística ajena al común de los mortales

Santos apóstoles en el Pórtico de las Glorias de la catedral de Santiago.

Santos apóstoles en el Pórtico de las Glorias de la catedral de Santiago.

"Deberías ser santo. Está a tu alcance si confías en la gracia de Dios y, con su ayuda, luchas por ello. Y serás feliz". Este podría ser el mensaje de la nueva exhortación pastoral de Francisco, quien desea iniciar un diálogo de tu a tu con cada fiel a través de su carta, directa y estimulante. En sus cinco años de pontificado no ha dejado de repetir la llamada a la santidad que Dios hace a todo cristiano. La nueva exhortación del Papa sobre la santidad nos recuerda que todos los cristianos están llamados también hoy a ser santos, como proclamó insistentemente el Concilio Vaticano II. Francisco nos traslada de nuevo un mensaje lleno de enjundia, aunque de apariencia sencilla, que evita presentar la santidad como una gran experiencia mística ajena al común de los mortales. La santidad no es algo reservado a unos pocos elegidos. Al contrario, intenta "democratizar" -por decirlo así- el camino de la santidad presentándolo como una lucha diaria en la que los cristianos han de predicar con el ejemplo para que sean luz y sal en medio del mundo, en la sociedad real.

Me ha recordado a G. Bernanos cuando se refiere en el Diario de un cura rural a la santidad como al codiciado oro de la vida, pero que puede parecernos inasequible en los famosos grandes santos -con éxtasis y milagros-, porque nos deslumbra como si se tratara de un costoso e inasequible lingote. Sin embargo, también se da ese oro en las pequeñas monedas que nos sirven para vivir -como en calderilla- para comprar y vender cada día, cada vez que hacemos la compra. Sería la santidad cercana que se ve en un padre o una madre, en algún vecino o compañero de trabajo, o en algún enfermo que discretamente transluce lo propio del amor de Dios.

Francisco ha insistido en su magisterio en que los santos "no son superhéroes, ni nacieron perfectos", si no "como todos nosotros", porque han vivido con normalidad, pero han "conocido el amor de Dios" y lo han "seguido incondicionalmente, sin límites, ni hipocresías". La Iglesia "no rechaza a los pecadores" sino que los acoge y los invita a arrepentirse y a encontrar la misericordia incondicional de Dios. Partimos, pues, de que somos inicialmente pecadores, aunque perdonados; una nueva creación, pero con el peso del "hombre viejo" y sus pasiones, como señala San Pablo. Es imprescindible tener conciencia de ello en la práctica. Sin este realismo de nuestra condición no es posible caminar hacia la santidad, porque contemplaríamos solo un ideal inalcanzable, una utopía. Los santos, sin embargo, nos dan siempre un baño de realismo, no de utopías. Francisco nos quiere situar en la realidad más cierta y, aceptándola sin atajos ni idealismos fatuos, fortalecernos con discernimiento para progresar y combatir como cristianos.

Todo cristiano -con la ayuda de la gracia- puede vivir con amor y ofrecer "el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra", como se lee el documento. La santidad moral traduce en la práctica de la vida cristiana el tesoro de la santidad que constituye el Ser de Dios, tres veces santo, Amor infinito. Por eso decimos que ya somos santos ontológicamente por el bautismo, aunque debemos aspirar a la santidad moral. Se nos ha dado la gracia, pero quien sigue a Jesús afronta inevitablemente en su actuar cotidiano, en cada momento, el reto de manifestar los criterios del evangelio en su propia vida. Nada le gustaría más al creyente que parecerse al Señor Jesús, querido siempre y admirado. Vivir como cristiano es siempre un don, pero también un esfuerzo. En la medida que uno es conquistado por Jesús, es conquistado por la alegría. No es ésta una meta inalcanzable si uno deja que el amor de Dios le impregne progresivamente hasta identificarle con Jesucristo, que es siempre nuestro modelo y ejemplo. Todos estamos en camino y Cristo mismo es nuestro acompañante. Es más, el mismo es "Camino, Verdad y Vida", escuela de santidad, huella por donde pisar, aspiración final, es decir, esperanza. Las bienaventuranzas son nuestro carnet de identidad y la clave del estilo de vida, la invitación al amor manso y al consuelo de los demás, a comprender nuestro llanto y el sufrimiento de los otros. Una de las ideas en las que más insiste el Papa en Gaudete et exsultat es que la santidad no puede alcanzarse al margen de la entrega a los demás. Una vida espiritual auténtica, afirma, es siempre aquella que transforma la existencia humana a la luz de la misericordia y conduce a un mayor compromiso con el prójimo, la familia y los cercanos, los emigrantes, pobres y necesitados. "Felices los que están atentos a las necesidades de los demás porque serán distribuidores de alegría", decía Santo Tomás Moro. Esta alegría nace de una experiencia apasionada de amor, de gustar apasionadamente a Dios con amor, y de darlo a los demás. Es suficiente el amor de Dios que se experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo. El amor produce en el hombre la perfecta alegría. En efecto, "sólo disfruta de veras el que vive en caridad". (Santo Tomás, Sobre la caridad, 1. c., 205).

De nuevo, sí, el discernimiento, como en sus exhortaciones anteriores, para acertar el camino a seguir. El gnosticismo y el pelagianismo son tendencias que confunden el dinamismo de la vida cristiana hasta hacer que se olvide lo esencial. Reducir la experiencia de fe a gnosis -puro conocimiento- es limitarla a una teoría abstracta o una "espiritualidad desencarnada", y prescindir del misterio y la riqueza del cristianismo. Por otra parte, la tentación pelagiana concibe la santidad como fruto casi único del esfuerzo personal, olvidando que solamente a partir del don de Dios, libremente acogido y humildemente recibido, podemos cooperar con nuestros esfuerzos para dejarnos transformar más y más. Así se han hecho los santos. Más aún: lo que "impide que Dios actúe en nosotros" es precisamente nuestra falta de confianza en la gracia. Hace falta, por tanto, clarificarse ante la cultura envolvente del relativismo y la postverdad. Ser santo es vivir en la verdad, afrontar una vida verdadera, no mentirosa ni incoherente, y superar el torbellino de la falsedad, tenga la apariencia que tenga. Francisco pone el dedo en la llaga advirtiendo ante la mentira dicha o difundida, y ante la manipulación de la verdad que llega a convertirse en engaño, sea en los medios de comunicación, en las redes o en cualquier relación individual o de grupo. Pero estos ejemplos de actualidad lo son tan solo para hacernos comprender que para ser santo se ha de ser verdadero. Ser cristiano supone, pues, "ir a contracorriente", y es frecuente que quien sea fiel sea perseguido. El Papa alude a los mártires de hoy que entregan su vida por amor a Cristo, pero también a esas otras persecuciones incruentas y más sutiles -las calumnias, el desprestigio o la burla- que se han de soportar por vivir en fidelidad. Claro que la cruz misma es una poderosa "fuente de maduración y santificación". No se evita de ningún modo el arduo camino del combate contra las fuerzas del mal, que ahí están, con su fuerza destructiva, la fuerza del maligno, que es el príncipe de la mentira y "diábolos" -el que divide-. Todo ello hace que puedan ser signos de santidad la paciencia hecha testimonio -superando la agresividad y la violencia-, la audacia, la alegría y el buen humor en la contrariedad.

La santidad es la máxima expresión del amor de quien vive siempre conforme a la voluntad de Dios y une en el corazón de discípulo de Jesús el amor a Dios y el amor al prójimo. "Que la alegría en el Señor continúe hasta que se extinga la alegría del mundo... Alégrense entonces en el Señor y no en el mundo", decía San Felipe Neri. Esta es nuestra vocación: Nuestra plenitud está en ser santos: "El nos eligió para ser santos en su presencia" (Efesios, 1, 3-4). Que resuene pues, una vez más, la llamada a la santidad para los cristianos corrientes, invitados a responder a una misión divina que está a nuestro alcance cuando nos ponemos al alcance de Dios. Ser cristiano es vivir la santidad que recibimos como germen de vida en el Bautismo. "Solo existe una tristeza, no ser santo" (Leon Bloy). Son los santos quienes impulsan la Iglesia y la sociedad.

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