Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Historias de Cádiz

Intento de linchamiento en Santa María

  • Una vecina acusada infundadamente por otra de maltratar y causar graves daños a una hija de corta edad l Indignación popular ante las puertas de la Prevención Municipal

Traslado de la denunciada al Juzgado de guardia

Traslado de la denunciada al Juzgado de guardia / Archivo

En abril de 1931 ocurrieron en nuestra ciudad unos lamentables sucesos que estuvieron a punto de finalizar con el linchamiento de una mujer y con el intento de suicidio del marido. Unos hechos originados por la maledicencia, la envidia y por los instintos más primitivos que se desatan cuando las personas actúan bajo el amparo de una muchedumbre.

Cádiz, como el resto de España, vivía por aquellos días una situación de agitación social que, tras las elecciones municipales del mes de abril, daría paso a la Segunda República. Numerosos agentes de policía recorrían las calles de las principales ciudades con órdenes severas  para garantizar el orden público.

 El día 21 de ese mes de enero, varios guardias municipales patrullaban por el barrio de Santa María. Uno de ellos, el guardia Antonio Diane, encontró a una niña, como de ocho años, llorando desgarradoramente en un portal de la calle Santo Domingo. A instancias de los guardias, la pobre criatura manifestó que su madre le había hecho daño intencionadamente con una cuchara que previamente había puesto al fuego. Los agentes llevaron a la niña a su domicilio y al no encontrar  a ningún familiar  la trasladaron al cercano Hospital de San Juan de Dios.

La intervención de los guardias en una casa de numerosos vecinos dio lugar a que fueran muchos los que presenciaran estas actuaciones, haciendo comentarios de todo tipo. Alguna vecina  señalaba a la madre como una mala mujer que maltrataba a sus hijos. 

A la puerta del hospital  acudieron vecinos e infinidad  curiosos haciendo comentarios de todo tipo.  El médico de guardia, Miguel Prieto, y el practicante Sebastián López, curaron a la niña apreciando “quemaduras de segundo grado en la región vulvar y cara interna del muslo izquierdo”. La criatura  insistió en que su madre había calentado una cuchara en la cocina y que se la había aplicado en la zona genital.

Los municipales acudieron entonces al domicilio de la pequeña para detener a la madre. Pese a que los agentes ordenaron a los vecinos que se marcharan a sus domicilios, lo cierto es que un numeroso e indignado grupo de vecinos acompañó a los agentes para ver la detención, increpando a la mujer y dando voces de todo tipo. 

La madre fue encontrada paseando tranquilamente por la calle San Roque y al ser localizada estuvo a punto de ser linchada por los vecinos. Los municipales, encabezados por el guardia José Luengo, lograron evitar la agresión y pudieron trasladar a duras penas a la mujer hasta  la Comisaría de Vigilancia, en la plaza de la Merced. El inspector de guardia, José Vicente Galera, interrogó a la pobre mujer, que insistía en que no había agredido a la niña en ningún momento. Solamente, aseguraba, había quemado unos papeles para asustar a la criatura y que ésta dejara de orinar en la cama.

El inspector, a la vista del tumulto que ya se había organizado frente en la puerta de la Comisaría, ordenó la detención de la mujer hasta que compareciera, al día siguiente, ante el Juez.

Como es natural, la noticia de la detención de la mujer corrió como la pólvora por el populoso barrio de Santa María y a la mañana siguiente el número de curiosos en las puertas de la Prevención era muy numeroso. 

Una parte de ese público no podía creer que la madre hubiera lesionado a la niña, mientras que otro no cesaba de proferir insultos a la detenida exigiendo un castigo ejemplar. Las discusiones subieron de tono y hasta hubo agresiones entre algunas vecinas teniendo que intervenir los guardias municipales para apaciguar los ánimos.

La mujer fue conducida desde la Prevención a los juzgados en un coche de caballo cerrado y con multitud de curiosos alrededor. La policía, de nuevo, tuvo que intervenir para evitar agresiones a la acusada.

El juez encargado del caso, Arias-Vila, estaba enfermo en cama, pero, ante la gravedad de lo sucedido, acudió a su despacho para tomar declaración a la acusada y ordenar que los forenses examinaran a la criatura.

La mujer, cuyos datos personales fueron expuestos al público desde el primer momento, insistió ante el Juez en que no había agredido nunca a su hija.  Confesó que había cogido con una cuchara unos papeles encendidos  de la hornilla para asustar a la niña y que no orinara en la cama, ya que ésta, además, padece  de erupciones en la piel.  Añadió que las acusaciones partían de una vecina a la que no quiso prestar unos utensilios de cocina y que, desde entonces, tiene enemistad con ella. El marido de la mujer también declaró ante el Juez confirmando la declaración de su esposa a la que calificó como una buena madre que nunca había he cho daño a sus hijos.

Los forenses confirmaron la declaración de la madre, señalando que la niña tenía unas erupciones en la piel que no estaban curadas. El juez puso de inmediato en libertad a la acusada y ni siquiera abrió el sumario.

La desgraciada mujer fue conducida en el mismo coche a su domicilio, seguido de numerosos curiosos que seguían increpándola, desconocedores de la medida tomada por el juez. El pobre marido, que seguía de pie al coche policial, ante tantos insultos y amenazas se arrojó  delante del tranvía que bajaba por la Cuesta de las Calesas. Afortunadamente, varios amigos que estaban cerca lograron evitar que fuera atropellado.

Mucho trabajo costó que algunos  vecinos quedaran convencidos de la inocencia de la mujer, víctima de las falsas apariencias, de la incultura y de los malos instintos que se esconden  detrás de las muchedumbres.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios