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Opinión

Insultar sobra

Pueden existir dudas razonables sobre la actuación de Ignacio Romaní en la asignación otorgada a un organismo creado por el que sería el director de su tesis entre los años 2011 y 2014 cuando el portavoz popular ejercía la presidencia de Aguas de Cádiz. Esto ha sido motivo de unas informaciones periodísticas que han expuesto estas dudas y también es cierto que Romaní nunca se ha ocultado a la hora de dar explicaciones, sean éstas más o menos satisfactorias. Como él mismo afirmó ayer, a día de hoy no existe ninguna denuncia contra él y, de hecho, manifestó que estaba deseando que se produjera esa denuncia para así poder defenderse.

Paralelamente, en un mundo binario que se desarrolla al margen del real, Romaní ha sido condenado, insultado y ridiculizado mucho más allá de lo que las informaciones periodísticas afirmaban. En estos tiempos, todos estamos sometidos a ese juicio sumario de lapidación digital. Pero este miércoles esa indignación, multiplicada en las redes, dio un paso más en la escala con la aparición de pintadas insultantes e intimidatorias en varios sitios de la ciudad, incluido el propio domicilio del edil, donde aparte del edil viven familiares que nada tienen que ver con el asunto ni tienen por qué verse sometidos a algo que va más allá de ir en el sueldo del político.

El vandalismo es cruzar una línea que hay que atajar y condenar desde el primer momento porque es un peldaño en una escalada que va contra la convivencia más básica. Hay suficientes mecanismos para expresar opiniones y suficientes organismos para indagar en lo sucedido en Aguas de Cádiz y con esas conclusiones se sabrá si Romaní actuó correcta, incorrectamente o, simplemente, de una manera chapucera. Pero pintar paredes no es manera de debatir. Cuando se pierden las formas, se pierde la razón. Seamos civilizados.

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