Cádiz

Hoy recomendamos Paros Una alternativa discreta y elegante a la glamurosa y atestada Mikonos

No es la isla de Mamma mía, aunque mucha gente asocia las imágenes blancas y azules del archipiélago griego de las Cícladas con esa exitosa película con alegre banda sonora de Abba. En realidad, el filme se rodó mucho más al norte, en las verdes Espóradas, también islas griegas, claro. Tampoco tiene el ambiente bullanguero y festivo de sus afamadas compañeras de archipiélago, Mikonos y Santorini, superfamosas, caras y cotizadas por las figuras de la pasarela, el espectáculo y el deporte, aunque estos dos últimos vienen siendo el mismo mundo últimamente.

Paros, a una distancia que podría considerarse intermedia entre las dos estrellas citadas del turismo insular helénico, es otra cosa. Es como una versión reducida, de bolsillo, de las dos. Y por eso mismo, mucho más manejable e infinitamente más amable con el viajero que vaya buscando la esencia del pueblo más antiguo de Occidente, sencillo, calmado, familiar, tradicional y elegante a la vez. Posee Paros la misma calidad de aguas y arenas que sus vecinas, iguales casas blancas y cúpulas azules o rojas que sus hermanas ricas.

Parikia, la capital, es como un extracto perfumado de la hermosa Hora, la población principal de Mikonos. Esta isla es además el principal nudo de comunicaciones marítimas del archipiélago, lo que le da un ajetreo inusitado a su puerto, resguardado en una bahía y tremendamente animado pese a su tamaño más bien pequeño. El espectáculo de los nutridos grupos de viajeros en el verano, cargando mochilas o arrastrando maletas al descender o subir por el portalón de los ferries, junto con la sana lucha de los hosteleros del lugar por llevarse al huésped a su reclamo de carteles y gritos, no es el menor reclamo de esta isla privilegiada, abundante en atractivos.

Parikia, la perla, alberga en apenas unas docenas de calles de su casco antiguo iglesias bizantinas pegadas y blancas, las ruinas de un 'castro' veneciano construido con los restos de mármol de un templo griego, una capilla blanca de siglos en un alto frente al puerto, no pocos restaurantes exquisitos y muchas tabernas tradicionales. Un centro que no descansa pero que ni mucho menos cansa.

Y en su breve extensión, la isla tiene un catálogo de bellezas: Naoussa, uno de los puertecitos más bonitos de Grecia, una auténtica postal como un rincón soñado para cenar casi encima de las barcas de los pescadores, amarradas a un cantil de mármol; la cercana y singular playa de Kolimbithres, con su agua siempre calmada y sus extrañas formaciones rocosas al lado de una taberna excelsa; la población de Lefkes, una mancha blanca y de colores de empinadas callejuelas en el interior, convertida poco a poco en destino de excursión de un día; la mini ensenada de Piso Livadi, con un amarradero de pesca y el restaurante Halaris, donde ya sólo las empanadillas de gambas merecen el viaje; las playitas de Aliki, donde es posible tomar un refrigerio casi sin salir del baño en las aguas del Egeo...

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