Cádiz

Fin de etapa

  • En 1868 Cádiz fue de nuevo referente en un acontecimiento nacional

  • A partir de entonces la ciudad pasó a un segundo plano político y social

El derribo de la muralla en 1906. Para algunos era la excusa ideal para la expansión económica de la ciudad.

El derribo de la muralla en 1906. Para algunos era la excusa ideal para la expansión económica de la ciudad. / d.c.

La Restauración de 1874, la crisis de 1898, la llegada de la II República... Momentos políticos de referencia fundamental en la historia de España de finales del siglo XIX y principios del XX. En ninguno de ellos Cádiz tuvo un papel relevante. La ciudad que había sido centro del país en los años más florecientes del comercio con América, donde se había redactado nuestra primera Constitución liberal y donde había nacido la revolución que acabó con Isabel II en el exilio, estaba inmersa ya en una decadencia que, a partir de ese momento, se irreversible. Una decadencia, especialmente política, de la que nunca se recuperaría.

La revolución nacida en nuestra tierra en 1868, y acontecimientos posteriores como la transformación cantonalista de la ciudad durante la alcaldía de Fermín Salvoechea, se convertirán en los últimos capítulos de la historia de España en los que estuvimos en la primera línea, cuando en el resto del país aún se estaba atento a lo que se cocía en la vieja ciudad del sur. El siguiente capítulo de nuestra historia, sin embargo, ya no tendrá a los gaditanos como protagonista.

"Cádiz, con una trayectoria política muy dinámica, que había quemado sus últimas esperanzas de renovación política durante el sexenio anterior y que asistía, sin capacidad de reacción, al fin de su prosperidad económica, no dio señales de vitalidad ante el nuevo curso de los acontecimientos". Así lo escribe en su Historia de Cádiz el historiador Alberto Ramos Santana, que agrega: "La Restauración llegó hasta nuestra ciudad sin que Cádiz lo notase. Durante la cual Cádiz se eclipsó de forma definitiva".

A la revolución de 1868 Cádiz llegaba casi exhausta, y el movimiento posterior, con la creación del cantón y su supresión por la fuerza de las armas, acabaría por agotarla.

A la par que el resto del país, a los cambios políticos que se irán produciendo en el último tercio del siglo XIX se unirá la revolución industrial que llegó de forma tardía a España y, con ello, la formación de un movimiento obrero que será especialmente activo en Cádiz y que relegará al político e intelectual.

Lo cierto es que aunque en el tramo final del siglo aún se mantenga el tráfico marítimo con América, en la ciudad comienza a traslucirse un problema que persistirá hasta la actualidad: la falta de trabajo producto de su nula capacidad industrial. Las familias más adineradas de la capital dedicarán parte de sus fortunas a negocios bancarios o a promover la industria pesquera y la del vino. No debemos olvidar que en esta época los gaditanos vivían apretados en el suelo limitado por las murallas. El suelo de extramuros no se supo aprovechar para la creación de una industria fuerte. Por el contrario, se llenó de pequeñas granjas y, sobre todo, de villas de descanso para la burguesía gaditana.

Así Cádiz obviará la recuperación de su viejo papel protagonista en la vida política nacional y se preocupará más en tener un plato de comida caliente en la mesa de cada gaditano.

En 1887 se inaugura la Exposición Marítima Internacional como escaparate del "potencial de la industria naval" de cara a promover la creación de un astillero en la ciudad. La dificultad para la concreción de este proyecto es un ejemplo más de la dificultad de un Cádiz en decadencia para sacar adelante planes de futuro. Lo mismo pasará con su puerto marítimo y, ya en el primer tercio del siglo veinte, con el desarrollo de la Zona Franca, que se alargará durante década en contraposición con la agilidad en los consorcios de Vigo y Barcelona. La expansión por extramuros, tras el inicio del derribo de las murallas en 1906, no se sabrá aprovechar para recuperar viejos esplendores.

No habrá un movimiento político, social y económico serio para poner a Cádiz de nuevo en una posición relevante en el país. La burguesía seguirá aquí, hasta el inicio de su éxodo a partir de la década de los sesenta, pero se centrará más, una parte de ella, en el negocio inmobiliario, tras la labor asistencial que protagonizó a principios del siglo XX financiando la construcción de colegios y centros asistenciales.

La creación de empleo quedará en manos del Estado lo que reducirá el paro y permitirá un periodo de una cierta riqueza que, sin embargo, no se aprovechará para fortalecer Cádiz como sociedad emergente. Por ello, cuando en los años setenta y ochenta se desinfle el colchón público, la capital no sabrá reaccionar.

La clase política de hoy en nada se parece a la de la primera mitad del siglo XIX, ni a los apellidos aún referentes (Del Toro, Moret, Arámburu...) en los últimos años de ese siglo; la sociedad permanece adormecida, alejada también del dinamismo que la caracterizó dos siglos antes.

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