Coronavirus

Confesiones de una embarazada en tiempos de pandemia

  • Primeriza, indecisa pero ilusionada, una compañera del Diario relata cómo son los días previos a la llegada de su hija, en medio de una situación inédita repleta de condicionantes que sabe que tendrá que afrontar

La cuna preparada para la llegada de Abril.

La cuna preparada para la llegada de Abril. / A. S.

A Abril la esperamos, como agua de mayo, en este mes de marzo. En eso me entretengo estos días, en inventar expresiones con su nombre, en ultimar su ropa y su habitación a estrenar, en contar sus últimas patadas desde mis centros, esas olas que ondulan mi vientre y que rompen, por ahora, de manera tranquila pero que pronto sé que se tornarán en dolorosas… En eso me entretengo en la posible última semana antes de su llegada, en “pensar en cosas bonitas”, como una primeriza cualquiera… Aunque yo, como otras muchas mujeres en mi situación, no lo sea.

A Abril la esperamos el 26 de marzo, una fecha que en su momento nos dio mucha alegría ya que coincide con el 89 cumpleaños del que será su bisabuelo, que hasta hace muy poco tiempo planeaba en llevar una tarta al Puerta del Mar para celebrar ambas efemérides si la fortuna nos congraciaba con tal coincidencia. Hoy sólo espero que los dos se conozcan, sea cuando sea que, en estos tiempos de palabras tan grandes como pandemia y alerta, significa cuando sea seguro para ambos.

Incertidumbre por cómo se desarrollará el parto en la actual situación sanitaria

Porque a Abril la esperamos todos en la familia con mucha ilusión –primera hija, primera nieta, primera bisnieta, primera sobrina– pero no puedo negar que ni todo ese vendaval de cariño es suficiente para disipar los cuatro nubarrones que oscurecen mi ánimo en estos días. Así, a los miedos comunes que tenía en los días de a. C. (antes del coronavirus) –¿irá bien el parto?, ¿nacerá sana?, ¿seré capaz de soportar el dolor?, ¿me daré cuenta cuando comiencen las verdaderas contracciones?, ¿seré una buena madre?...– se anteponen otras preguntas anormales, extrañas, impensables para mí hace unos meses –¿habrá sanitarios suficientes para atenderme?, ¿habrá camas disponibles?, ¿se dispondrá de todo el material si hay complicaciones?, ¿me tratarán con el mismo mimo y cuidado en el hospital en el preparto y posparto que en circunstancias normales?...–.

Es decir, que a Abril la espero en estos días y sólo puedo escuchar, aún más fuerte que sus movimientos espasmódicos de su cuerpo en mi cuerpo, los golpes en mi cabeza de la martilleante pregunta: ¿estará colapsado el sistema sanitario público cuando mi hija decida presentarse al mundo?

No poder despejar esa incógnita es lo que mantiene abiertos mis ojos de día (en el balcón echando las mil maldiciones a los, afortunadamente pocos, paseantes que siguen cometiendo un auténtico delito contra la salud pública) y de noche (la incomodidad propia de una barriga creciente de 9 meses tampoco ayuda). Es el estrés del sistema sanitario lo que me preocupa más que un simplemente incómodo confinamiento que, confieso, no me aburre: hay tantos libros por leer, tantas películas por ver, tanto que cocinar, tanto placer por descubrir en la novedosa experiencia de poder perder el tiempo para una generación entrenada en obedecer el mandato de las manillas del reloj… Hay algo tan desafiante en este apocalíptico oasis que me parece, incluso, morboso descubrir o redescubrir nuevos espacios sociales como el propio balcón, las azoteas, o las múltiples posibilidades que ofrecen lugares más íntimos como la cama o el sofá.

Las restricciones impedirán que su familia viva con ella el momento tan deseado

A Abril la espero haciendo ejercicio en la bola de Pilates, subiendo y bajando escaleras, jugando con nuestro perro en la azotea… A Abril la espero a pies parados y con la cabeza en ebullición, pero intentando no perder la forma porque ha sido mucho esfuerzo (tres in vitro, un hematoma, ¡la crisis de la listeriosis!) para que este mes de marzo esté, por fin, con nosotros.

Confío plenamente en los profesionales de la sanidad pública pero no en un sistema maltrecho en lo económico tras los recortes y guiños hacia la sanidad privada. Confío en las medidas que ha tomado el Gobierno para contener el virus pero no sé si serán suficientes para garantizar mi seguridad y la de mi hija. Confío en que todo irá bien pero sé que, hasta en el mejor de los escenarios, no se parecerá a un nacimiento normal (no podremos contar con la familia, ni con los amigos, ni en ese gran día ni en los complicados que se sucederán después). Pero confío, quiero confiar, en que nadie me robará el mes de Abril, que sentiré a Abril, que habrá besos en Abril, que Abril es para vivir

Y así voy pasando los días hasta su llegada, intentando ahogar todas mis inseguridades en las melodías de todas las canciones que contienen su bendito nombre, Abril, hija mía, la niña de lo improbable, de la sorpresa, que desafía a la biología y, ahora, a la pandemia.

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