Cádiz

Burbujas y corcheas

  • Sueños de los días de verano

Burbujas y corcheas Sueños de los días de verano

Burbujas y corcheas Sueños de los días de verano

En época romana, una ardilla podía atravesar las Hispanias todas saltando de rama en rama; igualmente, hoy día, un festivalero podría ir triscando de bolo en bolo por todos nuestros panterritorios de identidad nacional. Y no le alcanzaría, ya se los digo yo, ni el verano, ni la vida. La piel de toro se sacude cada verano, como si de un mantón de pulgas se tratara, más de ochocientos festivales. No extraña que algunos barrunten ya la existencia de una burbuja festivalera, que es como mentar el tulipán en casa del tratante del holandés. A mí, lo que realmente me preocupa de esta proliferación de conciertos es de dónde sacan el material. Y por material me refiero a: los músicos. Y por músicos me refiero a: gente con competencia a la hora de ejecutar un pentagrama. En mis tiempos de estudianta, de cuarenta en la clase, sólo una cantaba bien y otra iba al conservatorio. Eso es todo, Hulio. Musicalmente, el resto no habría podido diferenciarse de un cajón de brócolis. ¿De dónde sale, en fin, tanta gente artísticamente competente? ¿Son los millennials? ¿Soy yo, maestro?

La expresión "burbuja de festivales" o "burbuja de conciertos" incita en la mente, más que cualquier otra, una nube de burbujas -con gentecilla que se mueve dentro, los pequeños seres que habitan esos micromundos- que asciendo por los cielos mecida en música de serrucho. Realmente, están mecidos por la tercera ola del indie y la cuarta del ska, pero qué más da. Yo también quiero formar parte de ese micromundo de colores y unicornios, quiero creer que un reggaeton puede ser feminista y en el gastrotruck de Tere con la Tartana vendiendo hamburguesas de soja como le da la gana. Quiero gastar la batería del móvil iluminando canciones que no entiendo -porque es un don con el que me bendijeron en la cuna: no entender las letras de las canciones ni en mi propio idioma. Como para entender el del resto-. Quiero un bote de espaguetis lleno de pulseritas. Quiero ver The Killers y ser hot, como nuestro presidente.

Al respecto de las cosas que no entiendo: tardé años en asimilar el metalenguaje que había detrás de la expresión "tomar un café" - "Ah, que es para compartir agobios y chismes, no para tomar un delicioso café"-, así que como para entender la existencia de algo como los conciertos-botellona. ¿Qué somos? Fans. ¿A qué hemos venido? A escuchar las canciones de nuestros ídolos y rendirles culto. ¿Por qué hemos pagado? Pues para eso mismo. Digamos que tengo un concepto purista, calvinista, de la experiencia, alejada de cualquier exceso papista.

Uno de esos estudios que abundan últimamente -y que bien podrían estar firmados en churro por la Universidad de Aravaca en Massachusetts, pero a quién le importa- afirma que, a partir de los treinta años, es muy difícil que escuches música nueva. Así que esa bromilla que nos gastamos mis amigos de la facultad y yo, diciendo que en el geriátrico sacudiremos las cabezas como galápagos repitiendo que nada le llega a la suela de los zapatos a Blur, no parece (lamentablemente) una escena muy descabellada. Por eso, una reacción perfectamente plausible ante los primeros signos de momificación es la de lanzarse en los múltiples brazos de los conciertos de verano con el ansia de un Jim Morrison despabilado de la tumba. Izal. Hecho. Los Punsetes. Hecho. MGMT. Hecho. Ja, aún soy joven. No, mejor: aún puedo ser joven, jodidos maderfúqueres. Que no me tiño el pelo de sirena porque no me da la gana.

Nadie quiere confesar ese terrible (y divertido) momento. Ese en el que descubres que apenas encuentras diferencia entre los niños imberbes que se menean bajo el escenario y un grupo de preescolares bailando frente a una tele con los Cantajuegos. Ninguno de los dos grupos muestra una coordinación motora especialmente fina; la ropa de ambos te resulta, por igual, divertida y caótica; y, sobre todo, todos ellos se entusiasman ante canciones que te suenan a otra dimensión, pero vive Dios que harás lo posible por hacerlas tuya en el futuro próximo: tu estabilidad emocional puede depender de ello.

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