Bienal de flamenco

La felicidad de lo efímero

  • María Pagés lleva al Maestranza su montaje 'Dunas'

Dunas. María Pagés / Sidi Larbi Cherkaoui. Coreografía, dirección e interpretación: María Pagés y Sidi Larbi Cherkaoui. Música original: Szymon Brzoska, Rubén Lebaniegos y Fyty Carillo en el taranto. Músicos: Barbara Drazkowska (piano), Ismael de la Rosa y Mohammed El Arabi-Serghini (cante), Fyty Carillo (guitarra), David Moñiz (violín), Chema Uriarte (percusiones) Iluminación: Felipe Ramos. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Sábado, 2 de octubre. Aforo: Lleno.

Ya se ha puesto de relieve en otras ocasiones que, en cuanto al baile, ésta es la Bienal de las alianzas, si bien el producto de la unión entre María Pagés y el creador belga Sidi Larbi Cherkaoui lleva ya más de un año en los escenarios. Eso sí, en ocasiones muy puntuales, ya que tanto la una como el otro siguen adelante con sus otros proyectos.

Y ése es el primer mérito de Dunas, su carácter de encuentro. Una afinidad que se fue gestando en sus idas y venidas por los festivales internacionales y que ahora, una vez construida la pieza, vuelven a celebrar cada vez que se reúnen para compartir escenario, con esa felicidad que produce lo efímero cuando no se busca nada más.

Dunas hace referencia al desierto que separa a la gente, a las distintas civilizaciones, pero también a la arena dorada que lo borra todo sin dejar más rastro que el del recuerdo. Así lo sentimos en los deliciosos dibujos que el bailarín hace sobre la arena y que se proyectan en la gran pantalla del fondo, creando mil mundos diferentes para María que, a su vez, intenta transformarlos con su danza.

Porque ése es el segundo gran tema de esta pieza que parte sin un objetivo exterior a ella: la continua transformación de las cosas y de las personas que se mantienen en vida. Y, con esas premisas, los dos artistas crean un territorio más parecido al sueño que a la realidad, un espacio lleno de transparencias donde todo se transforma continuamente y con suavidad, del mismo modo que el cante flamenco desemboca en un canto religioso o en una canción de amor árabe. Sin violencia de ningún tipo, gracias al trabajo de los dos compositores Brzoska y Lebaniegos.

A pesar de las diferencias, Dunas es una pieza muy equilibrada en la que es el belga el que más arriesga. Aunque no es un espectáculo flamenco, Pagés aporta su danza, que sí es flamenca (sus brazos siempre etéreos, su plasticidad, sus remates e incluso sus castañuelas en un bonito apunte de seguiriya), mientras Larbi, con un bagaje realmente inmenso y mucho más ecléctico, lo baila todo pasándolo por su tamiz, por su cuerpo nada llamativo, por su increíble oído musical y por su sensibilidad personal. Porque este menudo bailarín que vimos anoche es sin duda uno de los más grandes creadores del momento. Bien lo saben los sevillanos que se quedaron boquiabiertos en el Teatro Central, hace más de cinco años ya -él apenas tenía 28 y no bailaba en la pieza-, con su primera gran creación, Foi, ópera medieval contemporánea y primera parte de un hermosísimo tríptico que acaba de cerrar con Babel (palabras), en colaboración con Anthony Gormley y en el que se plantea nada menos que las relaciones de los seres humanos con la divinidad. No en vano lleva sangre africana y ha trabajado con artistas de todos los continentes, incluidos los monjes chinos de Shaolín, con los que triunfó el año pasado en el madrileño Festival de Otoño.

Cherkaoui se atreve a bailar numerosos pasajes junto a María siguiendo valientemente sus movimientos, que él vacía por completo de la intención flamenca que ésta les confiere. Pero también la acompaña en otros momentos interpretando la música como le viene en gana, dando volteretas como cuando bailaba hip-hop por las calles de chaval, o golpeando su cuerpo en el suelo a golpes de percusión. Otras veces, en solitario, deja volar literalmente a sus manos con el piano de fondo, uniendo los giros flamencos de muñeca con los mudras orientales para crear mil imágenes. O deja volar su imaginación, multiplicándose al trasluz de los tules, que constituyen la única escenografía, o buscando fundirse con María en escenas de un alto valor estético.

Así, como se abrazan las distintas músicas, se abrazan los dos bailarines en varias ocasiones, felices de encontrarse, entrelazando sus brazos en una danza casi etérea que encantó al público que llenaba el Teatro de la Maestranza. O al menos, así lo expresó con sus generosos aplausos.

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