Cultura

Masa y poder en la Plaza

Hasta la última letra del martinete final esperé un guiño, un elemento que diese unidad y coherencia a lo que había ocurrido la hora y cuarto de antes. Confieso que no encontré lo que buscaba. La gala se presentaba como un homenaje a Manolo Sanlúcar, de manera que cuatro de los doce números del programa pertenecían a dos obras mayores del guitarrista, una orquestal, Medea, y otra con la guitarra como protagonista absoluto, Tauromagia. La gala fue al mismo tiempo una tarjeta de presentación de algunos de los espectáculos que vamos a ver esta Bienal: Israel Galván, Juan de Juan, Arcángel..., por qué se eligieron estos espectáculos y no otros no sabría decirle. Lo más marciano fue lo del Misterio de las voces búlgaras: tal vez se deba a que la expresión que daba título al espectáculo está tomada de una obra de Elías Canetti, que nació en Russe, al norte de Bulgaría, aunque sólo vivió en este país los primeros años de su vida.

Tuve el humor para ponerme a hacer cola en un espectáculo que se anunciaba de entrada libre en una plaza emblemática. Esperé una hora de pie y luego otra en la silla de madera a que empezara la obra. Soporté, como el público de mi alrededor, el ruido de los generadores de energía. Pero ni yo ni los que me rodeaban conseguimos engancharnos a un espectáculo deslabazado y con algún fallo de ritmo escénico.

De Sanlúcar no se puede decir otra cosa sino que forma parte de la historia de este arte. A mi entender, su producción sinfónica, de la que anoche tuvimos dos pinceladas, está a años luz de su labor como concertista y compositor para la guitarra flamenca. Dieron buena muestra de ello Oración y Tercio de varas nerviosos y cansados. La sorpresa mayor de los invitados fue redescubrir a Israel Galván como un ídolo de masas. Mas la masa que atestaba la plaza en nigún momento suspiró con lo que ocurría en el escenario. No había vibración, emoción. El público se entregó, desde dos horas antes. El precio fue alto. El público supo ser público, y levantarse de su asiento a mirar cuando le sonaba la cara de alguno de los vips, por haberlo visto en la televisión. El público, entregado al principio, decepcionado al final, ovacionó a Manolo Sanlúcar porque sabe que es un símbolo de nuestra cultura. Esa cultura en relación a la cual un prohombre de nuestros pagos ha señalado que "en nuestra tierra no hay público para el flamenco". Lo dijo el presidente de la Diputación de Málaga, como razonamiento para la defenestración de Málaga en Flamenco. En Sevilla si hay público para el flamenco. Y en Málaga, y en Jaén, y en ...

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