Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (LXXII)

  • Resumen capítulo anterior: Se aproximaba la Navidad de 1810, un nuevo año llegaba sin que se hubiera puesto fin a la ocupación francesa. Los juegos de prendas sirven para pasar las largas noches de invierno, mientras todo continua igual en la ciudad. Numerosos ciudadanos se han decidido a escribir en los distintos periódicos ideas y sugerencias para acabar con la guerra.

Hoy viernes de frio intenso, se confirma en el Diario Mercantil y en el Conciso el traslado de las Cortes de la Isla de León a Cádiz. La causa que motivó que la reunión de las mismas fuera en dicha Isla, ha desaparecido y con ello se renueva la posibilidad de que sea Cádiz quien acoja sus próximas decisiones. Ahora toca a Grijalva acomodar a los señores diputados, a los oficiales de secretaria y demás dependientes lo más rápido posible. Toca acondicionar el edificio de San Felipe Neri, y toca esperar que el pueblo gaditano ande presuroso a franquear los auxilios que este traslado necesita, tanto económicos como los que se convertirán en sacrificios personales.

Fue tarde cuando Ignacio Benjumea y yo cerramos la edición del Conciso, tarde cuando imprimimos en las cuartillas aquel edicto por el que el pueblo sabría de la necesidad de un nuevo esfuerzo. Solo tres días para declarar, aun con el placer que se le exigen a los patriotas, la posibilidad de alojamiento, las habitaciones libres con el nombre preciso de la calle y del número de la vivienda. Soportar la estrechez de la convivencia con la alegría de que es un bien necesario, era la premisa de las autoridades.

Sin embargo la gente que deambulaba a diario por estas calles húmedas y sombrías del centro de la ciudad empezaba a estar harta y a demostrar en sus incesantes debates de esquinas, el malestar por una guerra interminable. Llegaban cartas a las redacciones de los periódicos, escritas por autores anónimos que desgajaban con todo lujo de detalles el hastío ante la apatía y la ignorancia de aquellos que dominaban el arte de la guerra y que sin embargo eran incapaces de terminar con ella. Los términos tajantes en los que estaban escritas esas cartas, daban la sensación a los que decidíamos insertarlas en la prensa, que los males de la patria son conocidos por todos, la ignorancia, la apatía, la despreocupación y la falta de razón son las culpables de la situación que vivimos. Para muchos de estos hombres, la indolencia de los privilegiados y la falta de actividad de sus manos ha provocado los males que nos someten. Muchos son los que se preguntan donde están los caudales inmensos provenientes de América, dónde los sacrificios repetidos hasta la saciedad del pueblo de forma obligada o voluntaria. Saber de la existencia de soldados hambrientos y desnudos, con armas que avergüenzan a los propios enemigos, con los pies encallecidos por la falta de suelas no hace más que provocar un cierto clima encrespado en el que se exige una y otra vez a la Asamblea que no pierda el tiempo en quejas superfluas y mundanas, en si se debe usar el nombre señor antes o después del de diputado, o en discutir cuales son las voces más apropiadas para usarse. Hoy ya no, Ignacio y yo nos quedamos perplejos leyendo algunos de estos panfletos, tan subversivos o más de cuantos yo pude escribir en mis días de preso. Hay un cierto aire de complot en la propia Asamblea, oscurantista y secreta que relega al pueblo al olvido. Pero ojo, no a todo el pueblo amigo Ignacio, hay hombres que nos exigen a los que hacemos prensa que denunciemos y que no mintamos sobre esta especie de compás de espera en el que las múltiples sesiones aparecen como puros calmantes esporádicos y puntuales para el gran dolor de la guerra.

Soportar las verdades del barquero, aquellas limpias verdades que traslucen por encima de las palabras, en el mismo periódico en que se describen las hazañas de Claudius, encerador berlinés contratado por Bonaparte para hacer volar un globo en el que va su pequeña hija de once años.

Había tiempo suficiente para insertar estas cartas, para insertar muchos de las ideas que proponían hombres de bien, a veces inteligentes, a veces solo imaginativos, pero hombres en definitiva que se deshacen y estrujan sus cabezas para encontrar ideas que puedan salvar a España. La salida del Conciso en días pares, dejaba un margen para incluir estos pensamientos a veces simples, a veces sofisticados e imposibles que indicaban que el pueblo estaba vivo, preocupado por su futuro incierto y buscando alternativas a la muerte y al atropello.

Era el momento de un buen café en el Apolo, la gente sentada abría el periódico y leía en voz alta para los que no sabían. Las decisiones y discusiones de las Cortes estaban pormenorizadas hasta el punto de seguir el hilo de los murmullos que impedían a veces a los diputados terminar sus argumentaciones. La mayoría hombres de edad, que veían en Ignacio y en mí, sentados, haciendo un alto en el camino antes de iniciar la redacción del número del día 22, los documentados y preguntaban si habíamos estado allí.- Claro, uno no puede hacerlo todo, unos están allí, escriben y nos lo mandan al caer la tarde. Nunca había trabajado así, tenía la sensación de que mi diario era el mismo periódico, la rutina de contar los bombardeos desde el Castillo del Puntal al Trocadero, las lanchas cañoneras apostadas en los caños y los carros con cañones que se veían deambular hacía la Algaida.

Esperábamos papeles desde América, la Doncella tenía prevista su entrada a mitad de la mañana. El apoyo de las colonias a las Cortes es decisivo, más aún el apoyo de estas a los diputados que la representan. El Consejo de Regencia con buen criterio ha exigido que para precaver la opinión pública de los americanos, se remitan los Diarios de las Cortes a las autoridades americanas, lo mismo que a las provincias nacionales. Triste cambio el de hombres y ejércitos por papeles, aunque al parecer nuestro periódico el Conciso es considerado casi un tesoro por sus contenidos allá donde cae.

El día estaba muy nublado y oscuro, las gaviotas rozaban las azoteíllas y miradores de las casas. Para muchos el temporal arreciaba en la costa y la Doncella aparecía buscando donde guarecerse en el fondo del puerto. Rápida y atrevida esta goleta, en la que nos habla América, con noticias necesarias y temidas.

Diego de Uztariz.

Continuará

03153017

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