Bicentenario

Las crónicas de Cádiz (Cap. I)

  • Diego de Ustáriz, redactor del Semanario Patriótico de Madrid, viaja hacia Cádiz para relatar los hechos de la Guerra

APENAS recalé  en Andalucía, vi cómo el terror recorría  la Peña de los Perros. Lo que he dejado atrás –me digo– no es mejor que lo que encuentro; a cada paso que doy descubro campos y ciudades desoladas, gente asustada que deambula por caminos sin horizonte y sin ley y mucho de este ejército francés que, en cada posta o portazgo, pide mi acreditación de relator de la guerra. Acompaño a un reducto de hombres libres que huimos de Madrid. La propaganda francesa abochorna la Corte: la prensa es el eco de las mentiras e infamias del rey francés; las noticias falsas recorren las calles embotándolas de esa inmundicia que pretende frenar elpatriotismo de los madrileños sometidos. Hace unas semanas, mi cuaderno de campo recogió un inserto de El Imparcial que corrobora mis palabras:

"Ayer a las tres de la mañana ha llegado un edecán, despachado del cuartel general de S.M. por el mariscal Jourdan, que ha traído la noticia siguiente: 'El 26 de este mes S.M. al frente de los Cuerpos primeros cuarto y reserva, ha encontrado al ejército inglés,  portugués é insurgente, reunidos en muy grande número cerca de la llanura de Santo Domingo. Atacarlo, arrollarlo y ponerlo en la más grande derrota, fue obra de un momento. El Rey continúa aprovechándose de las ventajas de este brillante suceso, que será la expulsión de los ingleses y el fin de las desgracias de España “

¡Qué José I más violento y matón! ¡Cualquiera diría que no se trata del mismo José que aquí consideramos un pobre hombre, el tío Pepe, el solo, pobre y pusilánime, rey Pepe!  Me fui de la capital seguro de que nadie creyó esa noticia. El pueblo de Madrid sabe que las guerrillas se asomaron por la altura de los Ángeles, que se vio a sí mismo-modistas, sarteneros, reos y esbirros- surgir en bandadas para pelearen la calle luchando a muerte contra el francés, que nuestros ejércitos examinaron sin cuartel a Víctor y a Sebastiani, y que el temeroso monarca franchute terminó corriendo como un tímido chivato buscando cobijo de la montería que, en su caza, habían urdido ingleses y españoles.

Voy triste y preocupado; dejo en El Prado a mi esposa que, aún acostumbrada a mis idas y venidas, espera con miedo el acontecer delos días venideros. Confío en Dios que la proteja, ahora que su estado de espera  la hace tan sensible y delicada.

¿Qué ha pasado para que hayamos cruzado el abismo de esta guerra sin sentido contra aquellos mismos hombres revolucionarios, reformistas y liberales, que contagiaron sus ansias de cambio entre nosotros?  ¿Hasta qué punto escaseó la sensatez y confundieron las palabras del inteligente Diderot con esas otras del coloso Napoleón, llenas de soberbia y vanidad?Como muchos españoles, he sido afrancesado harto de la ominosa cargadel absolutismo monárquico de todos los tiempos; y digo 'he sido' porque sé que ahora, después de todo lo acontecido y tan contradictorio, no  sé lo que  soy. Mi pluma se templó en la lectura de Montesquieu y se ilusionó con la separación de los poderes civiles; el pensamiento de Diderot y Larousse impulsó mis escritos de apoyo a las reformas de Aranda y Ensenada; amo las letras del sabio Jovellanos; creo en la razón y en las luces ilustradas: juntas sacarán a este país del estancamiento  arcaico que padecemos ahítos de ignorancia y analfabetismo. Pero me he sentido engañado. ¿Es ésta la libertad que el nuevo Código Napoleónico propugna?, ¿qué amar más: el gusto por las reformas o elolor de nuestra tierra libre de muerte y destrucción?

Escribo y divago mientras recorro estos caminos de España en los que aún se siente un halo de valentía. Aquí resuena cercano el lamento de los más de veinte mil soldados franceses que, dirigidos por Dupont, fueron protagonistas de la primera derrota de Napoleón a manos de los españoles; las campanas de victoria del general Castaños siguen tañendo en La Carolina. Los mismos bandoleros y guerrilleros que en Valdepeñas se interpusieron al general Dupont, para evitar que éste socorriera al almirante Rosilly en la bahía gaditana, parecen vigilar ahora nuestra marcha desde losdesfiladeros; siento sus ojos despiertos y su corazón presto paradefender del francés estos pasos serranos; la libertad vigila trabucoen mano. Nadie como ellos conocen estas montañas. Ellos, hombres enteros que, por senderos impracticables, logran comunicar Madrid con  Málaga y Sevilla sin bajarde sus caballos.

Dormimos hoy en la Casa del Rey, una posada cercana a Andújar, donde escribo. Mañana a primera hora continuaremos nuestro viaje a Córdoba, a la Venta del Arrecife; de allí a Écija y, después, a Carmona. No es posible apretar el paso. Hace tanto calor que las bestias se fríen en las yuntas. Inmenso este mar de olivares milenarios que nos envuelve y alimenta. Hermosa esta feraz campiña cordobesa que enamorase para siempre a los Califas. El miedo sestea, pero los olivos no huelen a paz.

03153017

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