Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XXII)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz se enfrenta a los problemas cotidianos de una Sanlúcar llena de prisioneros franceses, donde tiene un encuentro fortuito con un prófugo que muere en sus brazos: el valiente de Burdeos.

LA brisa del océano va desapareciendo sensiblemente mientras subo desde la Costa y me adentro en la campiña jerezana. Es curioso que estas apenas dos leguas de camino aniquilen las corrientes frescas de la costa y las sustituyan por un aire seco de vendimia; aires de ricas siembras, vides ya desvestidas y desnudas de sus ricos frutos. Ahora, ya cobijados en los hermosos toneles y lagares de las bodegas, templos silentes del mosto, cuidándose entre soleras y criaderas , mimándose para convertirse en néctar de dioses apreciado en el mundo entero.

Soberbia aparece la población refugiada a trozos sobre los parcos lienzos de la muralla, únicos que aún se sostienen tras el paso de los años y que sirven para sostener las paredes pesadas y antiguas de la Merced y Santiago.

En el coche de colleras, dos damas y yo, que a duras penas soportábamos el vaivén del camino. Las lluvias otoñales, convertía a este sendero de herradura en una zanja continua, en donde a falta de alcantarillas, las aguas discurrían sin ningún orden ni sentido. Después de un verano seco y caluroso, las aguas bajan de Gibalbin con fuerza e ímpetu arrastrando a su paso la capa de tierra que asientan los caminos. Apenas se veían en los prados los hermosos corceles que en otros momentos sembraban los campos, ahora requisados por los ejércitos; esta comarca ha quedado huérfana de algo que la distingue en el mundo, sus caballos.

El coche se dirigió a la Alcudilla con destino a la cuesta de la Alameda o de San Agustín y desde allí a la Plaza del Arenal donde se encontraban las cocheras, junto a la alhóndiga. Al bajar, se abrió ante mis sentidos un sinfín de puestos, establecimientos y tiendas que no tenían nada que envidiar a las de cualquier ciudad capital de un reino. Toda clase de géneros, se exponían en los hermosos escaparates de las tiendas, como las de los señores Fabrés que junto a las de Manuel de la Orden vendían los mejores lienzos, tafetanes y sedas buscados por las damas más prestigiosas de la ciudad y de la provincia. Es un buen sitio donde buscar un regalo para María, telas, adornos y bordados para la dulce espera de nuestro hijo.

Todas las calles que se dirigen al centro de la población están aseadas y bien dispuestas, aunque les haga falta el empedrado a algunas de ellas como la de Bizcocheros, Corredores y Torneros. Hermosas casas como la de Riquelme y la de Marqués de Panes, dedicada a almacenes y bodegas, presenta tres pisos como las de Cádiz, bien dispuestos y fabricados.

Estas plazas y calles fueron testigos de alborotos tan sonados y graves como los que acabaron con la vida de Solano en la ciudad gaditana. Allí, motivado por la ira y el miedo a la flota de Rosilly en la bahía, y aquí por el odio irreverente e indómito contra los ochocientos franceses presos en el convento de la Merced. De nuevo me encuentro con este mismo sentimiento mezcla de temor y de rabia a los enemigos de la patria.

Siendo corregidor de la villa jerezana don Joaquín de Mengelina, intentó durante días evitar cualquier tipo de alboroto y de atropello, sin embargo, aquel día veintisiete de enero, había demasiada gente en la ciudad, los jornaleros y hombres del campo, que procuraban ir a Jerez al menos una vez en la semana para arreglar sus asuntos, se encontraron en la Plaza Mayor y estalló la revuelta. De nuevo los capuchinos, como lo hicieron en Cádiz, intentaron controlar el motín y del mismo modo que allí, lo consiguieron.

Desde entonces, las ordenes y decretos giran en torno a este tema tan preocupante para todos los pueblos en los que se concentran los presos franceses, prevenir y contener a los inquietos jefes y cabecillas que causan los desordenes y manipulan a las mentes más jóvenes y ociosas de la ciudad. Pero estas medidas no han sido suficientes, a pesar de apartar a los rebeldes de la población y llevarlos al Arsenal de la Carraca. A pesar de prohibir que los jornaleros del campo asistan a las fiestas de Jerez, a pesar de las numerosas cartas a la Junta de Sevilla pidiendo el traslado de los presos a otros lugares fuera de la ciudad, e incluso que algunos de ellos hayan sido mandados a Baleares y Canarias en las últimas semanas, como los de la división Govert, el miedo no desaparece. En los cafés, y en las plazas, se habla con libertad e indiscreción sobre el trato que debe darse a los franceses, creciendo en mucho el calor popular contra estos y fomentando un clima de inseguridad palpable y preocupante.

Una situación insoportable, en una ciudad que por el número considerable de su vecindario, por la actitud de estos, por el considerable tamaño de su término, hasta sesenta y tres leguas, por la fiereza de su gente, por la cantidad de frutos y productos que produce, por la crianza de su ganado, por la naturaleza que la rodea, se afanaba una y otra vez en hacerse presente a través de escritos y de la prensa en el restablecimiento de las antiguas Cortes que habían sido convocadas el veintidós de Mayo de 1809.

La ciudad y su gobernador don Joaquín de Mengelina, en su ardiente deseo de contribuir a la causa española, ha conseguido poner en funcionamiento en la ciudad una fabrica de fusiles, bajo la dirección de un maestro armero vizcaíno, Pedro Aldazabal. Éste, junto a otro insigne armero, Juan Giro, había construido ya en el mes de septiembre del corriente, una maquina de barrenar cañones. Este último al parecer es uno de los principales oficiales de la fabrica que también se esta haciendo funcionar en Cádiz. -Fabrica, que desde luego tengo que visitar en cuanto vuelva a la ciudad, sobre todo después de la información que he recogido de esta de Jerez y que tan amablemente me han ofrecido algunos de los oficiales que en ella trabajan-.

El lugar que se ha ubicado para la localización de dicha fábrica es la Cartuja, tanto por la distancia que la separa de la ciudad, tres cuartos de legua, como por el espacio con la que cuenta, habitaciones, cuadras y caballerías, además de un molino junto a al río Guadalete, que aunque se utiliza para hacer parte de la harina de consumo diarios, bien podría compartirse con las necesidades de la fabrica. La maquina podría barrenar hasta treinta cañones diarios.

En su solicitud a la Junta de Sevilla, papel que he tenido la suerte de leer, Mengelina pone sobre la mesa, detalles por los que esta fabrica, para la que necesitó veinte mil reales, es más fácil y económica a resultas de la de Cádiz, esgrimiendo razones como la del agua corriente, que el edificio está ya ejecutado y sobre todo el que los salarios de este pueblo son más baratos que los de Cádiz e incluso que podrían usarse como jornaleros a los prisioneros franceses. Proponiendo la fabricación de unos diez fusiles diarios, aumentando la cantidad según aumente el número de operarios. Sin embargo, la falta de madera, hierros, aceros, limas y demás enseres necesarios para la fabricación de fusiles, puso en tela de juicio la idea del gobernador, sobre todo cuando para poder surtir de todo esto a la de Sevilla y a la de Cádiz, ha tenido que pedirse a Inglaterra. Don Mariano Osorio, Capitán de artillería, mandado por la Junta de Sevilla es proclive a la instalación de dicha fábrica.

En este momento se acomete la referida fabrica con una ilusión tremenda por parte de los jerezanos, una vez autorizada su ejecución y habiendo aportado la Junta el dinero necesario, encontrándose en la ciudad el conde de Río Molinos, director de la fabrica de fusiles de Cádiz, para ayudar y colaborar en el buen funcionamiento al inicio de la misma.

En todos y cada uno de los lugares que visito, el mismo espíritu subyace, una intención permanece intacta en los hombres con los que tengo el placer de dialogar. Todos están preparados, de uno o de otro modo, la ira y la furia están presentes y el deseo sublime de acabar con estos intrusos.

Una copa de buen vino, es la protagonista callada y anónima de las voces indómitas de una gente reacia a ser ocupada, de ver convertida su vida en el proyecto de otros, un pavor constante a sentirse esquilmados y revivir en sus carnes lo que pueden leer y saber de otros lugares, de otras ciudades arrasadas y quemadas sin contemplación, sin piedad.

Marcho de nuevo hacía Cádiz, extraño a María, tocar su vientre vibrante, acompañarla en la espera, en su dulce espera, mientras el resto del mundo espera noticias más tristes y más lúgubres, yo espero impaciente y aguardo con gusto infinito a quién alegre estos días marchitos.

Diego de Ustáriz

Continuará

Instrucciones para los caballos de remonta de los ejércitos. 1810

03153017

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