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Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XXIII)

  • Resumen capítulo anterior: Diego de Ustáriz, ha estado en Jerez, visitando la recién estrenada fábrica de fusiles situada en la Cartuja bajo el auspicio de la Junta de Sevilla. Inquietos jefes y cabecillas provocan continuos desórdenes contra los presos franceses recluidos en la Merced

Cádiz,  24 de Diciembre de 1809

HE desembarcado temprano desde el Puerto. Cientos de barcos comparten el cantil sin problemas. La vida continua impertérrita, cálida a pesar de los malos auspicios.

Conservo en mis ojos los ojos de los otros, de aquellos hombres que deambulan por los pueblos asustados; los vi cuando el temor era la fiebre de muerte, la peste amarilla, y los he vuelto a ver en los rincones de esos pueblos hermosos y salinos de los que vengo. Quizás aquí, en esta bendita tierra gaditana, no se presienta aún el terrible peligro. A veces creo que este excesivo mar que nos protege actúa como un vendaval que ventila y oxigena los malos pensamientos, y que, hasta que no veamos los uniformes de los húsares paseando por nuestras calles, no vamos a ser conscientes del peligro que corremos.

El muelle está a rebosar de hermosos barcos y navíos. Las velas, recogidas por poco tiempo, se aprietan contra los mástiles después de travesías largas y pesadas.

Comprendo, estando aquí y sólo aquí, que este tintineo continuo de aires de otros lugares impide ver y apreciar el terrible acecho de la muerte. La vida continúa aquí sin aspavientos, sin rencores a presos ni a fantoches. Los colores y los olores de este puerto tan vivo, nos transportan a lugares exóticos, donde la guerra no existe, donde la vida es plena y pacifica.

Es increíble ver tantos buques, barcos pequeños y grandes, en un movimiento continuo de fardos, cajas y espuertas. Los mulos entran y salen guiados por los cargadores en una incesante procesión de productos. De todo se toma nota, los cuadernos de vigía proclaman en sus líneas la portentosa capacidad de esta ciudad para hacer un hueco a tanta gente y la ciudad crece y crece en un frenesí incesante. Todo queda registrado en las patentes de las embarcaciones: los posibles brotes epidémicos durante la travesía, el nombre de los pasajeros, la mercancía y las noticias más interesantes producidas en los lugares visitados. Polacras, faluchos, goletas y veleros se entremezclan, banderas e insignias de decenas de lugares se aúnan sin entender de conflictos ni guerras, ávidos estos insignes comerciantes de crecer y enriquecerse una vez roto el bloqueo.

Duermen los gaditanos confiados en este gobierno, gobierno que debe saber aprovechar los recursos que aún nos quedan y hacer posible que la libertad venza al despotismo, y la sabiduría a la tiranía, con el resultado que todos esperamos: la elaboración de una constitución escrita con buena fe, y que siente las bases para un futuro feliz de estos nosotros, los españoles, inmersos ahora en una guerra cruenta, en la que sólo unos pocos vemos una gran revolución. Salir de la esclavitud a costa de nuestras propias vidas, haciendas y bienes, algo hermoso para dejar a nuestros hijos. Nuestros hijos, mi hijo, presto a nacer, de una mujer como María, llena de la dulzura tenue de las mujeres y envuelta de una bondad inexplicable.

Hoy, saliendo de ese muelle gaditano y andando hacía la aduana, recuerdo el temor de los ciudadanos de los pueblos visitados en estos días, y su odio incontrolado hacía los presos franceses, y siento en mis brazos el pulso, débil hasta la finitud, del francés protestante, y la piel de esos mismos brazos se me eriza de puro frío, de puro miedo. La gloria desmedida de los que han vencido puede turbarse si se desprecia la sangre vertida del enemigo, si se juega peligrosamente con los despojos de los ejércitos vencidos, porque ese exceso de confianza no genera más que indisciplina. Eso es lo que me apresuré a escribir en mi diario, no he presenciado renovación de los sudores por la defensa, sino más bien intrigas partidistas de algunos que no se dan cuenta de que, a pesar de algunos triunfos, la patria corre un serio peligro. Y que el más latente de todo está en este pueblo indómito e incivilizado, que desea a punta de bota arrancar la cabeza a los gabachos presos, sin entender que ya son precisamente eso, presos.

Pero aquí los presos se pudren en los pontones, eso sí, los de baja estopa, porque los de escalafón superior y de alta clase, salen de paseo por la ciudad con permisos especiales y toman café en lugares donde muchos de los hombres de bien enjugan la tristeza de haber perdido algún hijo en algún campo de batalla lejano.

Acaban de llegar noticias desde Londres y todos las comentan, está desmentida la paz que se creía firmada entre austriacos y franceses. Aquí, en el suelo bendito de nuestra tierra, en Madrilejos, han caído muertos dos mil quinientos franceses a manos de nuestra caballería, una tierra sembrada de cadáveres que en nada justifica mis ansias de reformas.

El ejército de la Mancha continúa avanzando, concentrando todas sus fuerzas en Toledo. Los franceses intentan impedir a toda costa la combinación que pretenden los ejércitos de La Mancha, Extremadura y Castilla. Todos hablan del arrojo y el valor de las guerrillas, a veces demasiado intrépidas, que acaban en desastre para los hombres que la forman. Las compañías de zapadores trabajan de forma incansable en la fortificación de la sierra. Los hombres más jóvenes de Cuenca, con el general Echevarri, marchan ya hacía Guadalajara. Gerona sigue resistiendo a pesar del hambre y las enfermedades, aunque parece que el Sr. Blake se encuentra ya a corta distancia de esta plaza pronta a su socorro, llegando en estos días desde Lérida mil doscientos infantes y algunos caballos. El duque de Alburquerque vuelve a cubrir el Tajo, mientras que dos mil infantes se han batido con orgullo y gallardía en Almonacid.

Desgraciadamente no hay otro recurso para los hombres, para juzgar y castigar los delitos de las naciones, que la guerra. La guerra como único freno al poder indómito de los déspotas. Dónde el equilibro, en el que para conseguir el bien de los hombres haya que sacrificar parte de la misma humanidad, ¿dónde? ¿Es preciso teñir de sangre la libertad para redimir Europa?

Caminé durante horas en una ciudad en donde en ese tiempo puedo recorrerla entera, caminé sin querer llegar a casa. Una enorme tristeza se apoderó de mí tan solo arribar al muelle. La cantinela de los marineros genoveses enrareció mi ánimo, y ni siquiera las ganas de ver a María apresuraron mi paso. En mi cabeza el peso de la muerte, los gritos de los pueblos violentados, la languidez de un cadáver sin nombre, el frenesí de la preparación de las batallas. Nada me parecía real y verdadero.

Escribo aquí, sentado frente a la Escuela de artes y oficios, aquí viendo pasar el tiempo que deambula abriéndose paso entre freidores ambulantes de pescado y aguadores que gritan a los vientos. Empieza a hacer frío, y sólo es mediodía, un aire húmedo impregna de sal mis huesos. Sé que debo ir a casa, descansar y poner en orden mi diario, escribir a Quintana todo lo que he visto y prepararme para seguir viendo y escribiendo sobre esta ciudad virgen, que se resguarda de la guerra como un niño.

Es Navidad y en la calle suenan panderos, panderetas y sonajas. Sé que María me espera con la mesa preparada para cenar.

Diego de Ustáriz

Continuará

MOVIMIENTO DE BUQUES EN EL PUERTO DE CÁDIZ: 1808-1812

El tipo de la embarcación:

El nombre :

El nombre del Capitán o del Patrón y de los pasajeros

El peso del navío y la carga que transportaba

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Las Noticias

03153017

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