Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

Diario inédito de un relator apócrifo

Las crónicas de Cádiz (Cap. XL)

  • Resumen capítulo anterior: Ante Diego de Ustáriz, se presenta Fray Damián, confesor de enfermos y prisioneros. El fraile que ha descubierto a través de las hojas de su diario las dotes de Diego como escritor y relator de los acontecimientos de la guerra, le obliga a cambio de su silencio a escribir panfletos subversivos contra el enemigo.

Sobre una hoja blanca e infinitamente libre de palabras, pude escribir a María una carta llena de nostalgia y de amor. Se me antojó el papel más hermoso en el que nunca hubiera escrito las letras más intensas que mi corazón era capaz de redactar. Un nudo se me agolpaba en la garganta, desde el mismo momento en que la monja trajo hasta mí este trozo de papel inmaculado, desde que me apartó hacia una de las salas que se usaban para las amputaciones con la excusa de que la limpiara, para dejarme solo una vez allí, advirtiéndome que únicamente tenía unos minutos hasta que cambiara la guardia, tiempo en el que debía escribir la carta tan deseada y dársela para que pudiera salir esa misma noche hacía Cádiz.

El límite del espacio en el que debía exponer mis miedos, mis sueños, mis deseos, mis añoranzas, hacía temblar mi mano derecha, y el escaso tiempo de que disponía empezaba a contar hacía atrás sin que fuera capaz de escribir ni una sola palabra. Me ahogaba la humedad pestilente de la sala, donde aún el vinagre del suelo estaba manchado de sangre, sentía por momentos que me mareaba, que ni era el lugar ni el momento para escribir sobre el amor, sobre la dulzura de los besos. La jofaina estaba llena de agua tibia y derramé sobre mis manos, mi cara y cuello parte de su contenido, esperando acabar con mi letargo y deseando que las palabras fluyesen. La hermana Consuelo se asomó tras la cortina, quería hacerme ver que esperaba y eso me devolvió al mundo. Entendí que quizás ésta sería la única vez que podría escribir a María y comencé a mover los dedos.

" Mi querida y amada María, no puedo más que pedirte perdón por el daño irreparable y el dolor tan intenso que temo haberte provocado con mi desaparición y mi ausencia. Desde aquí contemplo la hermosa luz de Cádiz, porque es la misma que ilumina mis días. Vivo en el límite de estas dos Españas que luchan aguerridas, en la otra orilla de la bahía a la que me asomo de forma sigilosa por si logro contemplar tus ojos, que seguro miran y buscan desde la balaustrada de la Alameda. Intento oír la cadencia de tu voz, el llanto infantil de Eduardo, y para ello me aíslo en el silencio. Pero hacen demasiado ruido los cañones y las bombas, y las cornetas y tambores esparcen ese silencio aturdiendo mis sentidos.

Ando en manos enemigas, no quise preocuparte y por eso preferí marcharme sin que supieras a dónde me dirigía. Sé que confías en mí, y que los pasos que he dado en mi vida han sido respaldados por tu enorme fe en mis actos, sólo te pido que continúes haciéndolo. Estoy bien, porque, aunque falto de libertad, el trato es correcto, y ando acompañado de gente buena y honrada que intuye y ve en mí al verdadero Diego, a este hombre al que tú conoces y al que amas. Prueba de la bondad de esta gente será el que recibas esta carta que espero te reconforte.

Tengo grabado en mis manos el olor a niño de Eduardo, y en mis ojos sus ojos pequeños y valientes, los mismos que me consuelan en este padecimiento, que me hacen albergar la esperanza de la justicia.

No dudes en buscar a Quintana para informarle de mi situación, por si puede remediarla; si no es así no temas por mí, sé defenderme y haré lo que esté en mi mano para permanecer vivo.

La visión de las cosas desde este lado son muy diferentes, aquí está verdaderamente la guerra. La gente de estos pueblos se debate constantemente entre el miedo a los enemigos, sus continuas peticiones que les empobrecen cada día más, sus ganas de echarles y el tener que soportarles. Son gente valiente, que se aproximan a nosotros, los españoles caídos, con el propósito de aliviarnos de nuestras angustias, con la intención de hacernos sentir vivos.

La vida sigue, y de igual manera que aquella vez me contabas desde Madrid los festejos hechos a la entrada de José I en Julio de 1808, cuando andaba fresca la sangre de los madrileños muertos, también aquí se festeja su llegada. Porque entrar en Andalucía, en Córdoba, Málaga, Sevilla, les ha provocado las ganas de disfrute y algarabía, y aún sin ganas, los pueblos se engalanan para recibirles, que puede más el miedo a la muerte que las ganas de ser héroes. Le rinden pleitesía y mandan a donde está el Rey Pepino representación y regalos, con el objetivo de no perder los más ricos de este lugar su posición y sus caudales. Los que acaban de entrar presos cuentan del repique de campanas en Jerez y en el Puerto de Santa María, lanzando flores y brindando por el monarca francés, quizás aquellos mismos hombres que dejé fabricando fusiles en la Cartuja o cosiendo redes en el río Guadalete. ¿Cuánto vale la vida de los que amamos, para sacrificar por ellos nuestros ideales?

La municipalidad de Chiclana prepara festejos y corrida de toros, como se han celebrado en otros lugares de Andalucía. Adoran la fiesta, como adoran a las mujeres de piel tostada y pelo negro, las flores con las que adornan sus cabellos y la expresión vivaracha de sus ojos tostados. Sus bailes y cantinelas, sus pequeños pies, que son capaces de los más rápidos movimientos, sus aires de gitana de los caminos y el fuego pasional de sus brazos cuando los lanzan al aire bailando.

Será muy duro, y lo comprendo, leer esta carta y no poder responderla; más terrible será para mí ignorar si la has recibido, si ha logrado tranquilizar tus ansias. Espero que pronto pueda recibir noticias tuyas, para que mi alma pueda tranquilizarse y dormir en paz en estas noches en que se presiente la primavera y los humedales se llenan de aves.

Sueño con estar con vosotros y recuperar la vida que a golpes se nos está quitando. Los días no vividos junto a vosotros son días de muerte y de soledad, que esperan en silencio a ser resucitados.

Tu amado esposo, Diego

Continuará

DEL ESPECTACULO TAURINO EN LA GUERRA DE INDEPENDENCIA

03153017

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